Postales desde la misión - Alfa y Omega

Postales desde la misión

Cada verano, cientos de jóvenes españoles optan por pasar su verano en los rincones más necesitados del mundo, colaborando con los misioneros en su labor de anunciar el Evangelio y de hacerlo realidad entre quienes menos tienen. A veces, al volver, les puede costar expresar con palabras la fuerza con la que esta experiencia ha cambiado sus vidas. Pero las imágenes y recuerdos que traen con ellos pueden arrojar algo de luz sobre qué significa ser misionero

María Martínez López
1
Para Dios, todos somos iguales: podemos amar

«Lo más increíble y lo que más me ha hecho pensar —explica Fede G. Vivancos, que, con cuatro amigos del movimiento de Schoenstatt, ha estado en Kibaha (Tanzania) colaborando con los Misioneros de San Francisco de Sales— es que para Dios todos somos iguales. Nos da siempre la oportunidad de amar. Es el gran objetivo y regalo, tengamos lo que tengamos, o seamos quienes seamos.

Una tarde, con un lugareño, acabamos hablando de la felicidad. Me respondió de forma aproximada:

Vengo de una realidad muy complicada. Me he tenido que buscar siempre la vida, pero soy feliz con lo que tengo, que, aunque es poco, me basta. En África, siempre intentamos ser felices. Sabemos que no tenemos mucho, pero, con lo que tenemos, nos tenemos que conformar. Dios nos quiere y también quiere que compartamos lo que tenemos.

Me quedé atónito. Su felicidad es mucho más profunda y distinta. Tienen un concepto de felicidad mucho más profundo». Más información: Una pequeña misión en Tanzania

2
El mejor testimonio, la Misa

Miguel Ángel Martín es uno de los 14 jóvenes madrileños que, el pasado agosto, viajaron al vicariato apostólico de Requena (Perú) con la Delegación diocesana de Infancia y Juventud. Cuenta que, en el momento de tomar esta foto, el padre Francisco Cañestro, Subdelegado de Infancia y Juventud, estaba a punto de celebrar la Eucaristía en la capilla de uno de los barrios de la ciudad. «El obispo —explica Miguel Ángel— tenía 8 ó 9 capillas para atender, y cada dos o tres días nos pedía que fuéramos a una. Había sólo cuatro o cinco personas, pero qué ilusión les hacía que hubiera Misa. Otros días estábamos en la catedral. El primer día no había nadie; el segundo, tres o cuatro…; el último día, estaba llena. No avisábamos, pero la gente sabía que los misioneros iban a estar allí. Nos dijeron que el mayor testimonio que habíamos dado era que, cada día, rezábamos el Rosario y teníamos Misa».

3
Un rostro, no un dato

«Ranyita —en la foto— tiene tres años. Su padre murió de sida. Su madre está infectada y no se ocupaba casi de ella. Por eso, el superior hizo una excepción para acogerla, tan pequeña, en el hostel». La misión jesuita en Bijapur (India) tiene un colegio para 900 niños del slum —suburbio—. En el hostel viven los alumnos que, además de la pobreza, cargan sobre sus hombros otras cruces: han perdido a alguno de sus padres, son hijos de madres solteras… Durante las semanas que ha estado de misión en la India, Ignacio de la Infiesta ha visto muchos aspectos del trabajo que hacen los misioneros, «pero el hostel es lo que más me ha gustado. Fuera, todo es un caos y un desastre…, pero ahí están a salvo, crecen en un ambiente sano, estudian y, sobre todo, reciben cariño. Por la noche, todos —de distintas religiones— rezaban juntos». Rostros como el de Ranyita «marcan la diferencia cuando los conoces de cerca y dejan de ser datos sobre la pobreza, para ser una persona, con una historia, y con la que puedes tener una relación».

4
Unas sandalias, premio a las buenas notas

Diana y Juan, un joven matrimonio, pasaron tres semanas de este verano en una misión de salesianos y salesianas en Makuyu (Kenia): «Esta foto expresa perfectamente el carácter de los niños que acoge el colegio, que son los que están en peor situación. Vienen de familias muy desestructuradas. Los niños del colegio ganaron un concurso diocesano de canto con una canción sobre un niño cuyo padre bebía mucha cerveza, y que conseguía que lo dejara; ellos viven situaciones así. Algunos andan 50 minutos para ir al colegio, y otros tantos de vuelta, muchos sin zapatos. A final de curso, dan premios a la excelencia a los tres mejores de cada clase: los premios son sandalias de plástico, una camiseta, el jersey del uniforme, un barreño, un reloj… ¡Qué ilusión les hace! No tienen absolutamente nada, pero no son ariscos, sino muy felices, y están todo el día sonriéndote».