El gallego Avelino Lema en 1962; el panameño capitán del Galileo en 1913 y, mucho antes, en 1845, un pasajero del irlandés Rey del Océano… A lo largo de la historia son muchos los marineros, pescadores y viajeros que se han encomendado a la Virgen del Carmen, a la Estrella de los mares, cuya fiesta celebraba España el pasado domingo.
La historia, además de proclamar a la Virgen del Carmen patrona de los marineros, nos la presenta como la imagen de la Virgen que el 16 de julio de 1251 se apareció a san Simón Stock y le entregó un escapulario con la promesa de salvar a todo el que muriera con él puesto.
Es a John McAuliffe, ese pasajero del Rey del Océano, a quien se atribuye el haber hecho la señal de la cruz con el escapulario que llevaba y lanzarlo, después, al mar en una brutal tormenta. «En ese preciso momento el viento se calmó. Solamente una ola más llegó a la cubierta, trayendo con ella el escapulario que quedó depositado a los pies del muchacho», cuenta un relato de ese momento. «Supersticiones», pensarán algunos. «Puras mentiras», dirán otros. «El opio del pueblo», opinará alguien.
Pero opiniones aparte –y esta es una de las suertes de los creyentes–, quien lleva un escapulario consigo o se encomienda a la Virgen del Carmen siente de verdad el amparo, la compañía y el consuelo prometido, en realidad, mucho antes de 1251.
Por eso, quizá, por ese consuelo –incomprensible para muchos pero real–, este próximo domingo un grupo de submarinistas de las playas de la Malagueta bajará al fondo del mar y le pedirá a la Estrella de bronce que descansa en su templo submarino que salga. Que se deje ver y recuerde a todos los que vayan a saludarla que es el refugio, no solo de los marineros, sino de todos los que a Ella se acercan. Porque en esta vida, no solo se naufraga en el mar.
Salve, Estrella de los mares.