América, década de 1930. El crack de la bolsa de Nueva York de 1929 ha arrasado los Estados Unidos. El producto nacional bruto ha disminuido un 27 %. La producción industrial se ha contraído un 50 %. El paro ha pasado de 1,5 millones de personas a más de 13 millones, una cuarta parte de la fuerza de trabajo. ¿Cómo se sale de la Gran Depresión?
Convirtiéndose en hombre-araña como Spiderman.
Gracias a dibujantes como Stan Lee (Nueva York, 1922 – Los Ángeles, 2018), los jóvenes de la década de 1930 encontraron una salida mítica pero efectiva a la penuria de aquella crisis del 29 que prolongó sus efectos a lo largo de la década de 1930. En medio del paro, el hambre y el alcoholismo de los desheredados, nació un mundo de superhéroes, aventuras y poderes inimaginables que venciesen las dificultades que, en la vida real, eran abrumadoras. Bastaba lo que Coleridge llamaba «la supresión voluntaria de la incredulidad» para que se abriese una puerta de salida bajo la forma de un cómic.
Stan Lee pobló aquel mundo de tipos prodigiosos como Thor, el Capitán Marvel, Spiderman y el Capitán América. Todos ellos podían rescatar a sus lectores de la tristeza cotidiana y sacarlos fuera del tiempo y del espacio, es decir, de la Historia. Descendiente de una familia judía originaria de Rumanía –se apellidaba Lieber–, nuestro dibujante conoció aquella pobreza muy de cerca. Su padre era sastre y, después del 29, no volvió a encontrar trabajo estable. Los Lieber conocieron primero la estrechez, después la pobreza y no les quedó muy lejos la miseria. Como ellos, millones de estadounidenses sufrieron el terremoto económico de aquel tiempo. Los describió Steinbeck en Las uvas de la ira (1939) y John Ford les dio un rostro en el largometraje homónimo de 1940. Stan Lee les brindaría, en cambio, una forma de evasión que marcaría una época: las historias de superhéroes.
Terenci Moix ya señaló esta voluntad de escapismo que palpita bajo la piel de estos tipos que escalan paredes, lanzan redes pegajosas, tienen una fuerza sobrehumana o vuelan. Se trataba de huir a través de una «mitología que escapase incluso a la pragmática bonachona del programa de Roosevelt cuyo principal vehículo pop de la propaganda serían las comedias Columbia de la buena voluntad firmadas Capra». Así, el superhéroe no nace para indicar hacia dónde se puede avanzar, sino solamente por dónde se encuentra la salida. Frente a los golpes de la vida, están los saltos del Hombre-Araña o los contragolpes del Capitán América.
Spiderman contra Medusa
Así, estos personajes viven una duplicidad que no revela impostura, sino imposibilidad. No se puede ser un superhéroe al mismo tiempo que un tipo normal. El heroísmo no pertenece a la cotidianeidad de Heidegger, sino al momento ajeno a la Historia de Mircea Eliade, es decir, el tiempo de los mitos. Ante la autenticidad de lo que uno es, se alza la ficción salvadora de lo que uno debería ser.
Tal vez el ejemplo más logrado sea el Capitán América, sucesor de Tarzán (1929) y Supermán (1938). Este patriota –el patriotismo será uno de los grandes temas de la Gran Depresión– lleva las barras y las estrellas como si estuvieran tatuados. Su doble vida encarna el conflicto entre el ser y el deber ser. Por eso, es injusto reprocharles su carácter fantástico: no pretenden reflejar la realidad, sino señalar cómo debería ser. Hay, pues, una línea que conecta a los superhéroes con los semidioses griegos y los héroes de Homero y las Metamorfosis. Si Ovidio hubiese escrito en ese tiempo, hubiera contado el combate de Spiderman contra Medusa, que no en vano toma su nombre de una de las górgonas.
Paradójicamente, los superhéroes –como la máscara que evocó Octavio Paz– revelan lo que ocultan. Mostrando sus deseos, nos exponen sus carencias. De ambas formas nos permiten hacer una radiografía de la sociedad contemporánea con sus miedos: la muerte, el dolor, la soledad…
Gracias a Stan Lee, muchos jóvenes se volvieron arañas, empuñaron el escudo con los colores de la bandera o blandieron el martillo de Thor para hacer justicia. Si es cierto que estamos hechos, como dijo Bogart en El halcón maltés recordando las palabras de Próspero, «del mismo material del que se hacen los sueños», Stan Lee nos permitió creer que esos sueños eran bellos y que podían rescatarnos por un tiempo. Ahora él nos ha dejado, pero no por completo. Quedan sus cómics.