¿Por qué rezas el Rosario?
La Iglesia celebra hoy la festividad de Nuestra Señora del Rosario
La noticia de la luz verde del Papa Benedicto XVI a la beatificación del cardenal Newman, hace unas semanas, llega en un momento en que el interés por la obra y el pensamiento del famoso converso sigue aumentando, también en España.
No es casual que una de las características que identifican a los santos sea la recomendación de rezar el Rosario. De hecho, cuando la Iglesia estudia una Causa de canonización analiza la devoción mariana del futuro santo, y tiene en la recomendación de rezar el Rosario una prueba no oficial de que esa persona vivió santamente. Algo que contrasta —y esto tampoco es casual— con las mil y una excusas que ponemos para no desgranar sus cuentas: Estoy cansado; Me da pereza, no sé rezarlo; Es de viejos; Es absurdo repetir tantas veces lo mismo; Yo prefiero hablar directamente con Dios…
La fuente de la que manan buena parte de estas excusas queda al descubierto en las palabras del teólogo Fancis James, que el periodista Vittorio Messori recoge en Hipótesis sobre María: «La aversión diabólica, denunciada por los místicos, hacia el Rosario nace de esto: para realizar un acto tan fácil y típico de niños y de viejos como es desgranar el rosario, hay que vencer completamente el respeto humano y el orgullo, hijos de Satanás. Quien alimenta tanto odio hacia una devoción semejante es porque ve en ella un abismo de humildad y el arma de los pobres de espíritu según el Evangelio». Así que, si al Maligno no le gusta, será que es bueno.
Tan bueno, que no le faltan avales de altura. Por ejemplo, el de sor Lucía, una de las tres videntes de la Virgen de Fátima, que se presentó ante los tres pastorcillos con un rosario en las manos. En 1957, sor Lucía explicó que «no hay problema, por más difícil que sea, temporal y, sobre todo, espiritual; se refiera a la vida personal de cada uno o a la vida de nuestras familias o comunidades religiosas, o a la vida de los pueblos y naciones; no hay problema, repito, por más difícil que sea, que no podamos resolver ahora con el rezo del Santo Rosario». Y añadió: «Si nos dieran un programa más difícil de salvación, muchas almas que se condenarán tendrían el pretexto de que no pudieron realizarlo. Pero el programa es brevísimo y fácil: rezar el Rosario. Con él, practicamos los santos mandamientos, aprovechamos la frecuencia de los sacramentos, procuraremos cumplir perfectamente nuestros deberes y hacer lo que Dios quiere de cada uno de nosotros».
También san Luis María Grignion de Montfort, a quien Juan Pablo II citó como testigo de esta oración en su Carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, aseguró: «No encuentro otro medio más poderoso para atraer sobre nosotros el reino de Dios que unir a la oración vocal la oración mental, rezando el Santo Rosario y meditando sus misterios». El mismo Juan Pablo II confesó, al poco de ser elegido Papa, que «el Rosario es mi oración predilecta. Con el trasfondo de las Avemarías, pasan ante los ojos del alma los episodios principales de la vida de Jesucristo. El Rosario nos pone en comunión vital con Jesucristo, a través del corazón de su Madre. Al mismo tiempo, nuestro corazón puede incluir en el Rosario todos los hechos que entraman la vida del individuo, la familia, la nación, la Iglesia y la Humanidad. Experiencias personales o del prójimo, sobre todo de las personas más cercanas o que llevamos más en el corazón. De este modo, la sencilla plegaria del Rosario sintoniza con el ritmo de la vida humana».
Desde luego, algo tendrá esta oración cuando todos los Papas de los últimos tiempos lo han recomendado con insistencia. León XIII, en 1883, estableció el mes de octubre como mes dedicado al Rosario, y su antecesor, el Beato Pío IX, lo recomendó en su lecho de muerte: «El Rosario es un Evangelio compendiado y dará a quienes lo rezan los ríos de paz de que nos habla la Escritura; es la devoción más hermosa, más rica en gracia y gratísima al corazón de María. Sea éste, hijos míos, mi testamento», dijo a quienes le asistían. También san Pío de Pietrelcina, a quien se ha definido como Un hombre hecho Rosario, por la cantidad de veces que lo rezaba —hasta 15 al día—, dijo ante de morir: «¡Amen a la Virgen y háganla amar. Recen siempre el Rosario!». Años antes, el padre Pío rubricó una pregunta que hoy se nos presenta a cada uno, para que encontremos las razones por las que sí rezar la Corona de María: «Si la Virgen lo ha recomendado siempre calurosamente, dondequiera que ha aparecido, ¿no nos parece que debe ser por un motivo especial?».