El documento sobre el amor humano que acaba de presentar la Conferencia Episcopal Española pone encima de la mesa las ideas principales que la Iglesia ofrece, a los católicos y a la sociedad, sobre el amor humano y las relaciones entre las personas. No es una doctrina nueva, ni una perspectiva nueva. La Iglesia insiste en lo mismo, sencillamente porque lo mismo es cada vez menos conocido, apreciado y vivido. Por eso, estas enseñanzas resultarán a muchos hoy más chirriantes: no porque esas ideas hayan cambiado, sino porque son ellos los que están cambiando, a impulsos de mentalidades, concepciones o relaciones nuevas. Y en este caso, nuevas no equivale a mejores.
Dos ideas imprescindibles
Una de las ideas que recuerda el documento es que el ser humano es una unidad indisociable de cuerpo y alma. De hecho, hay ser humano mientras se mantiene esa unión, y la muerte supone su separación. Como la condición sexual es un rasgo del cuerpo, es también un rasgo de la persona. Por tanto, se puede decir que tal persona es esencialmente hombre o mujer; no hay una entidad personal humana que trascienda la sexualidad de su cuerpo, o que la pueda modificar, subyugar o derogar. La ideología de género sostiene que la masculinidad o la feminidad es una opción personal e independiente, no una determinación de la biología del propio cuerpo. A partir de ahí, se justifica todo (sin necesidad de tratamiento): hombres en cuerpos de mujer, psicologías femeninas que aspiran a cuerpos masculinos, cambios de sexo, tratamientos hormonales y, sobre todo, una difuminación total del papel que las personas desempeñan en las familias.
El documento recuerda también que el amor entre hombre y mujer es un amor comprometido, fiel, entregado, sacrificado. Son palabras de las que una sociedad casi gaseosa huye como de la peste. Y, sin embargo, son palabras esenciales que escuecen más cuanto menos se viven: sólo los que son infieles (también en su corazón) protestan ante la exigencia de fidelidad; sólo los que no se entregan en el matrimonio piensan que la entrega no debe ser total. Quien alardea de la infidelidad, la propone como modelo en series de televisión o revistas, y la publicita descaradamente, está sentando las bases de la fractura social que estamos viviendo en todos los aspectos. Una sociedad sólo se mantiene sobre la fidelidad de sus miembros a los compromisos aceptados: cada uno en su cargo, en su trabajo, fiel a su misión: si el juez se convierte en delincuente, el político se queda con las subvenciones, o el sindicalista protege sólo su puesto, la sociedad queda abocada al colapso. La fidelidad en lo privado es la mejor garantía de la fidelidad en lo público.
Lo que se expone en este documento ha funcionado durante milenios, y los nuevos experimentos familiares han multiplicado consecuencias terribles. Toca ahora elegir, y toca también que los Gobiernos y los medios de comunicación permitan la elección, y faciliten la formación según un modelo de familia de calidad acreditada.