¿Por qué buscáis entre los muertos? - Alfa y Omega

¿Por qué buscáis entre los muertos?

Entre el 1 de enero de 2020 y el 31 de diciembre de 2021, aproximadamente 14,9 millones de personas fallecieron en el mundo a causa de la pandemia de la COVID-19. Cada una de ellas encierra el misterio de una vida entera

Guillermo Vila Ribera
Alejandra, hija de Orita Godoy, que murió de COVID-19 en 2020 a los 75 años, se abraza a su tía Lucy delante del muro de la memoria de Londres
Foto: Reuters / Hannah McKay.

Los muertos no existen. Existe Orita Godoy, que murió de COVID-19 en 2020 a los 75 años. Y existe su hija Alejandra, que hoy tiene 57 años y esta semana ha visitado el muro de la memoria de Londres. También su tía Lucy, en cuyos brazos descansa esta. En la foto que sostiene Alejandra no podemos ver el rostro de su madre, porque lo tapa el abrazo, que es el amor que salva: su cara se nos vela para mostrarnos el amor que redime a esa familia. Solo así se puede seguir existiendo.

El mundo recuerda que hace cinco años se nos paró el tiempo. Lo metimos en un paréntesis de miedo e incertidumbre. Escribí un artículo el 19 de marzo de 2020, aquí mismo, en el que decía, inocente y asustado: «Convirtamos este tiempo lento en la oportunidad que necesitábamos para recobrar la conciencia de nuestra enorme y bella fragilidad». ¿No fue así? ¿No nos vimos perdidos y nos encontramos en una oscuridad ininteligible? Quisimos aprender a vivir de nuevo, pero me temo que, al poco de recobrarse el ruido de los días, salimos otra vez al encuentro de la prisa. Dejamos de mirar a los muertos, que es la única manera de que existan. Porque recordar es volver a pasar la vida por el corazón.

Existen mis muertos porque siguen estando en mi vida, porque no miro para otro lado, porque no son ni una cifra ni un escalón más de la dichosa curva —¿te acuerdas?—, sino páginas de mi biografía y verbos de mis oraciones.

Entre el 1 de enero de 2020 y el 31 de diciembre de 2021, aproximadamente 14,9 millones de personas murieron en el mundo a causa de la pandemia de la COVID-19. Cada una de ellas encierra el misterio de una vida entera. Porque solo hay dos caminos posibles: el de vivir con la conciencia de la muerte o el de morir viviendo. El segundo es una trampa, claro, pero vamos tirando. Así que los muertos no existen porque los revivimos cada vez que los filtramos en el alma, cada noche que se nos cuelan en la duermevela, en cada lágrima que nadie entiende.

La muerte es siempre escandalosa porque es personal, única, preciosa en su misterio. Es una puerta, y nosotros estamos de este lado. Y al otro, ay, allí está Él, tan bello y perfecto, que nos mira a los ojos preguntándonos: «¿Por qué buscáis entre los muertos?».

Estamos empezando la Cuaresma, que es un camino de vida que acaba en el árbol de la cruz, del que nacemos para no morir. Qué buen momento para parar. Un poco. Un poco más. Hasta recordar aquellos meses de dolor en los que no podíamos escapar del sufrimiento. Quietos ahí, en nuestra herida. En ese espacio justo es donde Dios viene a salvarnos. Ahí es donde tiene puesta la mirada, donde ha fijado el camino de regreso al mundo de los vivos.