Por los caminos de la mística - Alfa y Omega

Peregrinos del absoluto (ed. Taugenit), el último libro del escritor y crítico literario Rafael Narbona, podría calificarse de una invitación al viaje. Contiene semblanzas de doce hombres y mujeres, de entre los siglos XVI y XX, con los que podemos recorrer un camino de reflexión pero, ante todo, de búsqueda. Es un libro de vivencias, de testimonios por parte de quienes no se acomodan a las realidades materiales de este mundo y persiguen con avidez otra realidad que les permita remontarse al infinito, la eternidad o simplemente algo trascendente en oposición a la grisácea inmanencia cotidiana. En estas páginas afloran la filosofía y la teología, aunque se impone la literatura, de un modo en el que la prosa poética y el ensayo van de la mano para introducir al lector en el itinerario espiritual de los personajes, con una lograda síntesis de su vida y su pensamiento.

Según Narbona, no existe una sola mística. La llama que arde en el corazón de cada uno de estos escritores produce místicas diversas. Las hay de la felicidad, el abandono o el corazón, propias de santa Teresa, san Juan de la Cruz o Pascal. Son místicas que dan luz a la fe cristiana. Otras, en cambio, han sido cultivadas por cristianos que se han movido en grandes penumbras como Blake, Kierkegaard y Unamuno, representantes de la imaginación, la libertad y la duda. Ha existido una mística de la noche, la de Rilke, un poeta en el umbral de la religión. Pero también han aparecido místicas destructivas, en las que el mal ha transgredido límites para sumergirse en la irracionalidad, como las de la transgresión en Bataille y de la nada en Cioran. En cambio, hay místicas que no son fácilmente clasificables, como la del amor al destino de Simone Weil y la de la alegría de Etty Hillesum, que son a la vez místicas del amor y del sacrificio, y, sin duda, no es casual que ambas mujeres pertenecieran al pueblo judío. El libro se cierra con una cumbre de la mística, la de Thomas Merton, centrada en el rostro, pues sin rostro no hay cristianismo. Quien no ve el rostro de los hombres, tampoco puede ver el rostro de Dios.

Mi conclusión personal es que la verdadera mística no puede disociarse de la belleza y de la esperanza. Aunque nos sintamos inmersos en la espera de un Sábado Santo, esa mística es la que anuncia, según el autor, una aurora de pájaros cantores y viñas en flor.