Por el camino de la enfermedad. El Dios de los pequeños - Alfa y Omega

Por el camino de la enfermedad. El Dios de los pequeños

La familia Gallego ha sido especialmente visitada por la enfermedad: el padre, Julián, ya fallecido, estaba ciego y sufrió la amputación de una pierna; la madre, Pilar, pasa ahora temporadas ingresada; y Beatriz, una de sus dos hijos, padece desde hace tiempo una enfermedad de columna de carácter degenerativo. Sin embargo, la cruz les ha llevado a conocer muy de cerca el amor de Dios

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Pilar y Beatriz.

Háblenme de su enfermedad…
Pilar: Yo no tengo enfermedad. Tengo algunas cosas, desde los pies hasta la cabeza, y tengo un hospital montado aquí en casa. Mi enfermedad es, solamente, amar a Dios.

Beatriz: La enfermedad es como si no existiese en esta familia. Existe, pero es tan natural… Hay felicidad. La enfermedad no nos agobia, todo lo contrario, sino que nos hace volcarnos y vivir más nuestra fe. Es algo normal, que aparece un día. Nosotros queremos vivir con normalidad lo que el día a día nos va trayendo. Es vivir el día a día, como el que trabaja, entra y sale, tiene hijos…

La gente se pregunta ante un sufrimiento: ¿Por qué a mí? ¿Por qué Dios me manda esto?
B: Dios no nos manda la enfermedad, sería un Padre muy injusto. Él permite algunas cosas. Si nos damos cuenta, cuando tenemos todo, no nos acordamos de Él…

P: Nosotros hemos tenido una gran suerte, hemos sido privilegiados, como primos hermanos de Dios.

Pero hay quien se lamenta: Dios no existe, Dios no me quiere…
B: Yo me preguntaría: ¿por qué siempre estamos asociando las cosas malas a Dios? Nos olvidamos de que Dios manda también mucho amor. Y, por el contrario, lo bueno de la vida, ¡para nosotros!, y nos olvidamos de Él. El ser humano es débil, no es omnipotente, no es Dios. ¡Si hasta su Hijo padeció por mí…! ¿Por qué pensamos que las enfermedades son cosas malas? Muchas veces es un bichito, que se mueve por ahí, que es verdad que me perjudica, pero también la obra de Dios pasa por ahí, para llamarnos. Igual que tenemos un día para venir a este mundo, Él nos reclama otro día. No estamos hechos para vivir aquí eternamente. Esta vida es una carrera, como dice san Pablo, pero ése no es el final; la meta es Dios. Yo he venido por amor, y volveré por amor adonde me corresponde. Eso espero, y por ello me esfuerzo, aunque muy poco, la verdad, porque Dios me lo está dando todo hecho.

En la enfermedad, ¿uno se une más al Señor?
P: Desde luego que sí. No sabemos por qué lo hace Dios así. Yo, por mi experiencia, puedo decir que, cuando peor estoy, más me da Él. A mí, lo que más me gustaba era enterarme de las cosas, pero ahora me he quedado sorda, y no quiero estar de otra manera. Cuanto más sorda, más me uno a Él. Como hacía el Viti, usa de la mano izquierda conmigo: yo oía mucho al mundo, y ahora el Señor me ha dicho: Ahora me vas a oír a Mí. Es a Él a quien oigo, a nadie más. No quiero estar de otra manera. Si me dan a elegir entre estar como estaba hace unos años o como estoy ahora, elijo estar como estoy ahora. Por la paz y por la felicidad que experimento en la enfermedad, y es algo que no tenía antes, ni mucho menos.

¿Se puede estar enfermo y ser feliz?
B: Tú lo estás viendo. Cuando queremos aparentar felicidad, se nota. Pero la felicidad verdadera también se nota. La verdad no se puede ocultar. Yo soy feliz, y mi madre también lo es.

P: A mí, aparte de todo, la enfermedad me ha ayudado a quitarme soberbia. A mí me gustaba, como a todo el mundo, entrar y salir, y mandar en mi casa. Ahora tengo que amoldarme a lo que me digan otros. Eso cuesta, pero precisamente porque cuesta soy feliz.

Con la enfermedad, ¿Dios nos hace pequeños para entrar en el reino de los cielos?
P: Yo lo que puedo decir es que estoy contenta, con una felicidad distinta a la que tenía antes. Es algo tan suave y tan bonito, que no me cambiaría por nadie.

B: Todo depende también de la cooperación. Dios nos hace pequeños, pero con nuestro permiso. Si yo me rebelo, no hay pequeñez, sino soberbia. Si, en vez de rebelarme, lo asumo, sí que me hará pequeña, pero Dios no nos fuerza.

¿Un enfermo puede evangelizar?
B:: Sí, de dos maneras. Una, con alegría y hablando de Dios. Y otra, si no se puede hacer así, entonces como santa Teresita de Lisieux, Patrona de las misiones estando enferma y sin salir de la clausura, con la oración.

Juan Pablo II habla del sufrimiento como una fuerza de la Iglesia.
P: Yo en eso no me voy a meter, porque no entiendo. Yo sólo sé que la enfermedad une a Cristo, que la enfermedad une a las familias, y Él es el que se encarga de hacer lo demás. A mí que no me metan en más complicaciones, que yo de eso no sé. Yo sé que Dios no necesita de nuestra enfermedad. Él sólo quiere almas que le amen, y que se entreguen a los demás.

B: La Iglesia está construida sobre la sangre de los mártires. Mi fe ha sido construida en la sangre de gente que ha amado mucho a Cristo. La Iglesia tiene que ser construida, físicamente a lo mejor no en la sangre, pero sí en el sufrimiento de muchos. Se sufre, pero porque se ama. Hay dolor, pero por amor. Jesús murió abriendo los brazos a todos. Yo puedo mirar a la Cruz porque amo; si no, sería un escándalo, un masoquismo.

¿Cómo va a ser la vida eterna?
P: Yo me imagino la vida eterna amando mucho, disfrutando del amor de Dios. Ya no tendré dolores, ni iré en silla de ruedas; estaré viendo a Dios. Será el colmo, ya no quiero más.

B: Yo tengo una imagen de san Juan apoyado en el pecho de Jesús, durante la Última Cena. Y muchas veces pienso: Quítate de ahí, que me pongo yo. Para mí va a ser una felicidad escuchar el latido del Corazón de Jesús. Y le digo a Él: Como aquí en esta vida no puedo dormir, cuando me llames déjame dormir escuchando el latido de tu corazón.