Hemos celebrado, el 6 de julio, el centenario del nacimiento de José García Nieto, una de las voces más personales, originales e interesantes de la poesía española de posguerra. Una voz católica. También una de las más injustamente silenciadas.
En los años 40, los críticos literarios establecieron un criterio de valoración y promoción en poesía en que influía decisivamente un factor: el compromiso. Poseían un supuesto plus de calidad los autores comprometidos, la literatura comprometida. Pero ¿qué tipo de compromiso elogiaban los críticos? ¿Cualquier tipo de compromiso, o sólo alguno predeterminado? ¿Y si, como ocurrió con García Nieto, el compromiso era con una visión católica de la vida? ¡Ah, no, eso no es el compromiso! ¡Quedas fuera de los elegidos!
Lo sucedido con García Nieto lo cuenta con ironía Francisco Umbral en un artículo del año 2000, en el que reivindica la figura de este enorme poeta, al que se refiere como el gran discriminado. Fundador de varias revistas, don José promocionó con generosidad a escritores nuevos de todas las tendencias, entre ellos al propio Umbral, con el que mantuvo una gran amistad. Si el panorama literario se poblaba de voces de izquierdas, García Nieto mantenía con ellas, sin ningún complejo, su diálogo poético. Resaltando este aspecto, Umbral relata una anécdota: «Todos le traicionaban, yo le traicioné (nadie, por prejuicios, se atrevía a valorar positivamente su poesía). Incluso Gerardo le negó su voto a la Academia porque tenía un candidato de más compromiso. ¿De más compromiso? García Nieto era el último fiel al católico del 27 que presidía una tertulia de rojos».
También Cela, al proponerle como enmienda personal, en 1986, para el Premio Cervantes, se refirió a la persecución sufrida por el poeta: «Todos sin excepción nos hemos portado mal con García Nieto: lo parasitamos, lo descalificamos, lo vapuleamos, lo ninguneamos y hoy (en ese momento don José ya tenía Alzheimer) lo compadecemos».
El compromiso de García Nieto era con su condición de católico, aquello que le permitía vivir con paz, mientras otros se llenaban de furia. Y puso este compromiso por encima de la connivencia con quienes movían los hilos en los ambientes literarios, los cerebritos de la época (mucho cerebro y poco olfato): «Gracias, Señor, por haberme dejado sin heridas en el alma, y en el/ cuerpo, por haberme dado la salida sin odio, por no tener/ lista de enemigos, ni lugares por donde llorar por el propio/ desamparo…/ Yo sé lo que es el amor, de lo demás no sé».
El amor –a su novia, a su padre del que quedó tempranamente huérfano, a sus hijos, a su madre, a Dios– eran los temas de una poesía expresada en sonetos tan hermosos que Juan Ramón Jiménez los equiparó a los de Lope o Quevedo. Bellísimos versos que aún no se leen lo suficiente, defendidos hoy por escritores de la talla de Luis Alberto de Cuenca, Juan Van Halen o Pere Gimferrer.
Con motivo del centenario, la Fundación Banco de Santander ha presentado, el día 8 de julio, una reedición de la obra de García Nieto. También está en preparación un libro de poesía sobre la Navidad. Como dijo el poeta: «¡Grita! ¡Nómbrame, para saber que todavía es tiempo…!».