Pío XII y el buen uso de los bienes materiales - Alfa y Omega

Pío XII y el buen uso de los bienes materiales

En el 50 aniversario de la Rerum novarum, en plena Segunda Guerra Mundial, por primera vez un Pontífice elegía las ondas, en vez de una encíclica o una carta apostólica, para comunicar su magisterio

José María Ballester Esquivias
Pío XII imparte la bendición tras un mensaje radiofónico, el 1 de septiembre de 1943. Foto: CNS

El 1 de junio de 1941 representó un hito en la comunicación pontificia: por primera vez un Papa elegía las ondas, en vez de una encíclica o una carta apostólica, para comunicar su magisterio, si bien ya había utilizado este medio –los radiomensajes terminarían siendo un rasgo distintivo del pontificado de Pacelli– para dirigirse a grupos particulares o a fieles de una nación determinada. Por ejemplo a los católicos españoles el 16 de abril de 1939, recién terminada la Guerra Civil y apenas un mes después de su accesión a la silla de Pedro. El motivo principal de esta innovación es, obviamente, el contexto bélico en que se produjo el quincuagésimo aniversario de la Rerum novarum, que Pío XII quería aprovechar para dar a conocer su pensamiento social: así podía «franquear con su palabra las barreras que la guerra, caliente y fría, oponía a la transmisión de documentos escritos», escribe Emile Guerry en su manual La Doctrina Social de la Iglesia, uno de los primeros clásicos sobre la materia.

Ese primer día de junio de 1941 coincidía asimismo con la solemnidad de Pentecostés. De ahí que el discurso pontificio haya pasado a la posteridad con el título italiano de La solennità. Pío XII empieza glosando los logros y recordando la plena validez de las enseñanzas de las encíclicas Rerum novarum y Quadragesimo anno antes de proyectar su perspectiva, muy influida, según recuerda el padre Arturo Bellocq, por el «solidarismo» del jesuita alemán Gustav Gundlach que, bajo la batuta de su compatriota y compañero de orden Oskar von Nell-Breuning, ya había asesorado a Pío XI. Así presenta Bellocq la visión de Gundlach: «El hombre podrá alcanzar su fin como persona en todas sus dimensiones en la medida en que el orden natural refleje ese orden natural querido por Dios para el mundo, condensado en las nociones de familia, propiedad privada y Estado», que Pío XII utiliza para determinar el buen uso de los bienes materiales. Y la herramienta que inspira al Papa para sentar las bases de su magisterio social es la ley natural.

Es más: una de las novedades de La solennità es la consideración de uso material de los bienes como derecho originario para «ofrecer a la persona humana base material segura y de suma importancia para elevarse al cumplimiento de sus deberes morales». Y por supuesto encaminados a l cumplimiento de los fines del orden natural, pues «solo así se podrá y deberá obtener que la propiedad y el uso de los bienes materiales traigan a la sociedad paz fecunda y consistencia vital y no engendren condiciones precarias, generadoras de luchas y celos y abandonadas a merced del despiadado capricho de la fuerza y de la debilidad». Una fuerza que puede ser, con frecuencia, usada de forma abusiva por la autoridad pública, léase el Estado. Pío XI, en reiteradas ocasiones, advirtió del peligro de la «estadolatría». Su sucesor corrobora la legitimidad del Estado, pero señala claramente los límites. El primero es que la participación del Estado en la consecución del bien común «no lleva consigo un poder tan extenso sobre los miembros de la comunidad que en virtud de él sea permitido a la autoridad pública disminuir el desenvolvimiento de la acción individual».

El segundo tiene que ver con la mismísima existencia del hombre, pues el Estado no es competente «para decidir directamente sobre el término de la vida humana» o determinar de propia iniciativa «el modo de su movimiento físico, espiritual religioso o moral en oposición con los deberes y derechos personales del hombre, y con tal intento abolir o quitar su eficacia al derecho natural de bienes materiales». Existe, sin embargo, una excepción: la «legítima pena», es decir la pena de muerte, que en 1941 seguía formando parte de la doctrina católica. En cambio, Pío XII legitima plenamente el derecho de todas las personas a emigrar para así poder buscar el buen uso de los bienes materiales en cualquiera de los confines de la Tierra. Hoy, muchos en Occidente no lo entenderían.