Pierbattista Pizzaballa: «Después de apagar fuegos, ahora hay que plantar»
El Papa ha reconocido los cuatro años de trabajo del franciscano Pizzaballa para salvar al Patriarcado latino de Jerusalén de la bancarrota nombrándole patriarca latino
¿Cómo se está preparando el Patriarcado de cara a una Navidad muy diferente, tras la experiencia de una Semana Santa y Pascua también distintas?
La situación es aún muy incierta, con muchos cambios. Cada día hay alguna novedad según evoluciona la situación. Es seguro que mantendremos las celebraciones de forma muy reducida, todavía no sabemos hasta qué punto. Probablemente solo puedan estar los representantes de las diferentes comunidades.
¿Está afectando esta incertidumbre a las comunidades?
Es muy difícil. No puedo decir que la gente esté enfadada, pero sí disgustada. En primer lugar, por no poder celebrar la Navidad. Es una de las pocas grandes celebraciones para los cristianos aquí, y reducirla le cuesta bastante a muchas familias. Además, está la necesidad de juntarnos como comunidad para rezar. Las personas que no pueden y están solas se sienten bastante deprimidas. Sin olvidar las consecuencias económicas.
¿Y qué respuesta se está ofreciendo desde la Iglesia?
Estamos intentando hacer lo más posible, dentro de nuestras posibilidades, para llegar a los pobres y a las mujeres solas. Nuestra petición de ayuda ha tenido muy buena acogida, especialmente –pero no solo– por parte de la Orden del Santo Sepulcro, y hemos podido ayudar a cientos de familias. También promovemos la solidaridad dentro de las comunidades, en coordinación con los párrocos.
Al conocer su nombramiento afirmó que tendría que hacer frente a problemas y decisiones difíciles. No lo serán más que las que ha tenido que tomar durante estos cuatro años como administrador apostólico para hacer frente al déficit de 100 millones de dólares que arrastraba el Patriarcado por la construcción de la Universidad de Madaba.
Esa deuda no está completamente saldada; sí dos tercios de la deuda inicial. Aún tenemos que terminar de afrontar el resto. Pero ahora ya tenemos un programa a largo plazo y, aunque todavía con algunas dificultades, podemos respirar. Las decisiones difíciles de las que hablaba están relacionadas con esto, y también con los recursos humanos.
¿Qué hay detrás de que se contrajera esa enorme deuda?
Se habían tomado decisiones de forma inadecuada. Habrían sido necesarias más consultas y verificar los proyectos que se ponían en marcha, en especial el de la universidad, para comprobar si eran realistas y tenían fundamento. Eran demasiado grandiosos, desproporcionados frente a la entidad real de la Iglesia. Cuando las cosas empezaron a deteriorarse se tomaron decisiones desde el pánico y se cometieron más errores.
La reestructuración financiera se ha llevado casi en paralelo, en muchos aspectos, a la del Vaticano. ¿Hay similitudes entre ambos procesos?
Más allá de la diferencia de magnitud sí hay aspectos comunes. Además de corregir errores, hemos tenido que revisar todos los procedimientos y normas sobre la toma de decisiones, con la intervención de distintos consejos y qué firmas hacen falta; crear nuevas estructuras internas, y establecer auditorías y revisiones externas. Ahora ya nadie puede tomar decisiones por sí mismo.
Uno de los momentos más difíciles fue la venta de varios terrenos en Nazaret, que suscitó críticas por haber sido donadas por familias. ¿Cómo vivió esa situación?
Las tierras que se vendieron no habían sido donadas, sino adquiridas por los sacerdotes hace cientos de años. Los terrenos donados no se han vendido. Pero en cualquier caso, sí fue una decisión muy dolorosa y hubo gente que se enfadó. Durante cuatro años intenté evitarla y encontrar otras soluciones, como alguna inversión; pero no fue posible porque el volumen de las deudas era demasiado alto y nadie quería asumir ese riesgo. Si no vendíamos todo el Patriarcado habría entrado en bancarrota y habría sido un desastre para cientos de familias, por ejemplo por el cierre de los colegios.
A este dilema se sumaba el hecho de que vender un terreno en Tierra Santa tiene muchas implicaciones, al pasar de manos cristianas a israelíes o musulmanas.
Sí, en cierto sentido cuando la Iglesia vende terrenos aquí, implica reducir su capacidad de influencia. Aunque aún queda mucha tierra que pertenece a la Iglesia, y nos hemos quedado la mejor parte. Además, después de tomar la decisión intenté llevarla a cabo de la mejor forma posible, informando antes a la gente de las parroquias.
Una vez la reforma económica está encauzada, ¿cuáles serán sus prioridades?
Estos años la preocupación era apagar fuegos, ahora tenemos que plantar. Hay que organizar y orientar la vida pastoral. También aquí la sociedad está cambiando y tenemos que preguntarnos cómo ser cristianos en Oriente Medio. Uno de los cambios es demográfico: hay menos familias cristianas, y están teniendo menos hijos. Además, como en los demás lugares, los jóvenes no se sienten tan cercanos a la Iglesia y sus perspectivas respecto a ella se han modificado. Antes era el alfa y la omega de la vida de la comunidad. Los jóvenes quieren implicarse, pero como socios. Y necesitan encontrar un propósito, qué hacer aquí y cómo ser cristianos en este país.
¿Influye en el clero y en las comunidades de rito latino la convivencia cercana con ortodoxos y católicos orientales?
Aquí la mayoría de las familias cristianas son mixtas, para ellos lo primero es ser cristiano. Por eso tenemos unas relaciones estupendas con ellos. Uno de los problemas con los que tenemos que trabajar son los distintos calendarios de Navidad y Pascua. En cuanto a los sacerdotes, en comparación con Europa somos una Iglesia muy tradicional y que puede parecer demasiado clerical. Pero poco a poco también eso está cambiando.
Usted es un patriarca latino de Jerusalén de origen italiano, después de dos árabes (palestino y jordano). ¿Su elección oculta algún mensaje, una invitación a ser menos árabe?
No lo creo. La Iglesia local es árabe y su personalidad permanece. Mi elección se debe más bien al hecho de que ya estaba aquí y era el administrador. Resultaba menos problemático que traer alguien de fuera. Pero también puede ser ocasión de reflexionar sobre la vocación de la Iglesia de Jerusalén, que es una comunidad local pero también tiene una llamada y una identidad universal.
Como custodio de Tierra Santa, fomentó una mejor relación entre la Custodia e Israel. ¿Le gustaría hacer lo mismo desde el Patriarcado latino, que además tiene esa identidad árabe?
La Custodia y el Patriarcado son entidades bastante diferentes. Hacer algo así fue mucho más fácil desde la Custodia, al ser una presencia religiosa internacional. Dicho esto, está claro que tenemos que promover el encuentro y el diálogo entre todos. En un lugar donde todo habla de división y de identidades diferentes y contrarias, nosotros tenemos que respetarlas, con su sensibilidad; pero también intentar construir puentes entre ellas, incluyendo la israelí, claro. Es parte de la misión de la Iglesia de Jerusalén.
¿Afectará el cambio de Gobierno en Estados Unidos a los cristianos de Tierra Santa?
No solo a los cristianos, sino a toda la población. Aunque es pronto para saber cómo. Creemos que habrá un cambio en la narrativa y en las relaciones, y espero que suponga una mejora para los palestinos, que han sido los más afectados por la anterior Administración. Pero habrá que ver y esperar.
Muchos no entendieron que la Iglesia, tan preocupada por la paz en la región, no aplaudiera la normalización de relaciones entre Israel, y Emiratos Árabes Unidos y Baréin.
Como Iglesia, no tenemos que hablar de todo. Nuestra gente aquí es palestina, y los palestinos no han acogido bien estos pactos. Se sienten traicionados al ser entre Israel y países árabes, porque no hay un acuerdo con ellos y no se les ha tenido en cuenta. Nosotros no queremos hablar contra el acuerdo, pero tenemos que tener cuidado de no herir más unas sensibilidades ya suficientemente heridas.