Jersón vive un cuento de terror: «¿Pero qué les hemos hecho?»
Hasta la semana pasada, la rotura de la presa de Kajovka era solo un cuento de miedo para niños. Ahora, buena parte de la región de Jersón ha quedado sumergida bajo el agua
«¿Me permite decirle una cosa? Tiene unos ojos muy bonitos», le dice mi compañero a una señora de unos 50 años, de un pequeño pueblo en la región de Gola Prystan. Por primera vez durante nuestra charla, la interlocutora sonríe y se sonroja. Esta mujer con los ojos del color del cielo, que las paredes desaliñadas hacen resaltar aún más, se llama Ruslana. Ha pasado los últimos 15 meses de su vida bajo la ocupación rusa. Esta semana lo ha perdido todo. Por eso ahora estamos con ella en un albergue en el que vive gente rescatada después de la inundación tras la explosión de la presa que dejó a miles de personas sin casa.
La voladura de la estación hidroeléctrica de Kajovka es una de las varias plagas que ha sufrido la región de Jersón este año. Esta tierra, una vez próspera, se ha convertido en uno de los escenarios más duros de la guerra. «Antes vivíamos una vida sencilla pero como nos daba la gana. Hasta que llegaron las tropas rusas», me comenta el padre Valentyn mientras caminamos por su iglesia unos días después, tropezando con las cajas, las almohadas y los paquetes de comida. Cuando entraron «las tropas de los ocupantes», su ciudad natal se convirtió en algo ajeno e irreconocible. «La gente que no lo vivió no lo puede entender. Lo que es la libertad y su importancia lo puede comprender solo alguien que ha estado bajo la ocupación». El 11 de noviembre del año pasado llegó un pequeño destello de esperanza con la liberación de la margen derecha del río Dnipro. Pero después vinieron los meses de los bombardeos, que dejaron las casas sin luz. Pero la gente se las apañaba. Hasta que otro nuevo desastre sacudió la región.
Un millón de habitantes
Diez fallecidos por la inundación
Jersón se hunde no solo en agua; se hunde en lágrimas que los que llegan intentan secar. Desde que se dio a conocer la noticia, gente de todos los rincones del país está recaudando dinero y enviando lo que pueden. «Los ucranianos somos como las abejas en la colmena: ahora cada uno entiende que no puede sobrevivir sin el otro», comenta el sacerdote mientras cerca de su iglesia va creciendo la cola de los que piden ayuda y comentan sus penas. Valentyn los escucha a ellos y organiza y bendice las misiones humanitarias a los pueblos vecinos.
Una cabra en el fondo del río
Los voluntarios y rescatistas intentan sacar a la gente no solo de la parte de la región controlada por Ucrania, sino también salvar a los que se quedaron al otro lado del río. En una de esas operaciones rescataron a Ruslana, que estaba esperando en el ático de su casa y observando cómo la corriente destruía todas sus pertenencias y los frutos del duro trabajo: un huerto y un jardín. «También he perdido mi cabra», dice Ruslana con mucha tristeza. Y añade: «Ahora le digo a la gente que está triscando y jugando allí, en el fondo del Dnipro».
Ruslana está entre los que tuvieron suerte. Cuando el agua empezó a llegar a su ático, su vecino Vadym llegó en una barca y ambos aunaron esfuerzos para salvar la vida. Juntos esperaron en el ático de la casa de él hasta que la suya se derrumbó. Cada vez que se acuerda de esos momentos, sus ojos azules se llenan de lágrimas.
Sin embargo, no todos fueron tan afortunados. Por su posición geográfica, en la orilla ocupada el agua empezó a subir muy rápido. Para cuando la gente se dio cuenta, ya no tenía dónde ir, porque detrás de ellos solo había decenas de kilómetros de zonas inundadas. Según los voluntarios, en el pueblo de Oleshky se veían los cadáveres de la gente flotando en el agua sucia.
«La rotura de la presa de Kajovka y la inundación era uno de los cuentos de terror que se contaban a los niños. Algo que siempre nos daba mucho miedo. De repente, uno de nuestros terrores se ha hecho realidad», cuenta Valentyn sobre el significado de esa tragedia para sus compatriotas.
La ciudad que es una colmena
La profundidad de la tragedia no se nota tanto en Jersón, al otro lado del Dnipro. La ciudad parece de verdad una gran colmena. Desde los primeros momentos se llenó de médicos, voluntarios, militares y hasta de periodistas trabajando. Bajo el fuego de artillería y en medio de un muro de agua por las fuertes lluvias del fin de semana pasado, los rescatistas buscaban la manera de hacer su trabajo, tratando de convencer a los militares ucranianos para que les dieran permiso para ayudar a pesar del peligro mortal al que se exponían debido a los ataques contra los puntos de rescate.
En esta tragedia, la crecida del agua hizo que los pequeños pueblos de la zona quedaran sumergidos, hundidos en la intimidad y el silencio. Solo se podían ver rosas flotando y las casas derrumbadas, fruto destruido del duro trabajo de generaciones de ucranianos. «Cuando veo esto no me creo que los seres humanos sean capaces de infligir tanto dolor. ¿Pero qué les hemos hecho?», me pregunta una de las mujeres de uno de los pueblos, a las afueras de Jersón.