Peregrina de Santiago a Roma: «Después de una larga peregrinación no es fácil volver a un entorno mundano»
Beatriz Marchesi de Albi es experta en varias peregrinaciones a pie por toda Europa. La última aventura de esta mujer de 68 años dirige sus pasos a Roma con motivo del Jubileo
Llamamos a Beatriz Marchesi de Albi, marquesa de Loureda, en un punto del Camino de Santiago, todavía en España y ya cerca de Francia. «Soy romera. Así nos llaman a los que caminamos a Roma», apunta. Durante la conversación saluda a unos peregrinos que se cruzan en su camino: «Ultreia, buen camino», se oye al otro lado del teléfono. Ultreia significa hacia adelante; suseia, hacia arriba. Cuenta que son saludos medievales, ya documentados en el Códice Calixtino, que siguen en uso a día de hoy.
—¿Cuándo empezó a surgir la idea de que podía hacer una peregrinación de Santiago de Compostela a Roma?
—Lo que motiva mi peregrinación es el año jubilar dedicado a la esperanza, como portadora de esa ansiada esperanza de paz en el mundo, y la esperanza a la que todos estamos llamados con la mirada hacia lo alto.
—¿Tenía conocimiento de que alguien ya hubiese hecho esta experiencia?
—Sí. Una amiga, Balbanuz Benavides, peregrinó a Roma hace varios años cuando las condiciones eran mucho más limitadas. Está siendo un apoyo extraordinario en mi peregrinación.
—A Roma se puede ir en avión, en autobús o en coche. ¿Por qué caminar?
—Bueno, creo que tengo alma de peregrina. Lo hago como caminar religioso y cultural, al ritmo del corazón, con los sentidos bien abiertos a todo lo que veo y a lo que me sucede.
—Hoy en día parece una idea, nunca mejor dicho, un poco peregrina. ¿Qué le han dicho su familia y sus amigos?
—Puedo decir que cuento con el apoyo de unos y otros.
—¿Como es una de sus jornadas?
—Comienzo mi caminar con la oración del año santo, la contemplación, el rosario y el recuerdo íntimo de tantas personas que llevo en el corazón y de sus intenciones. Soy consciente de que cada amanecer voy caminando hacia la luz, hacia el este; es decir, hacia la plenitud de la vida.
—¿Y finalizada la etapa?
—Casi cada día he podido asistir a Misa con bendición de peregrinos. Organizo mis etapas para llegar a los lugares más estratégicos del camino, con los ojos bien abiertos al arte, la historia y la cultura de cada lugar. Suelo alojarme en albergues, de preferencia los de acogida cristiana y convivencia con otros peregrinos. En los monasterios me gusta participar de la liturgia de las horas, como laudes o vísperas. En Burgos, por ejemplo, pasé varios días de obligado descanso en el grandioso monasterio de Santa María de las Huelgas, donde recibí la más calurosa acogida por parte de la comunidad de madres cistercienses.
Todos los caminos conducen a Roma. El de Beatriz partió de Santiago el día de Pascua para recorrer en sentido inverso el Camino Francés y enlazar con el Camino Aragonés y luego el de Arlés. Tras dejar el itinerario jacobeo, recorrerá el trazado de antiguas calzadas romanas: la vía Aurelia y su continuación por la vía de la Costa por el sur o, más al norte, la vía Domitia. Las dos confluyen en la vía Francígena que llega a Roma, aunque Beatriz también contempla el Camino de San Francisco, que pasa por Asís.
—Está pisando un camino que han transitado miles y miles de peregrinos que, a lo largo de la historia, han buscado a Dios de esta manera. ¿Cómo se siente al formar parte de esta comunidad repartida por los siglos?
—Soy muy consciente de andar siguiendo las huellas de infinidad de peregrinos desde la Edad Media y tengo siempre un recuerdo especial y una oración por todos. Imagino las durísimas condiciones de las peregrinaciones de esa época.
—Muchos hacían testamento antes de salir de casa.
—En todo caso, muchos no sobrevivían a las enfermedades, a los animales salvajes, a los asesinos. Emprendían la peregrinación para ganar la indulgencia de los pecados cometidos durante sus vidas. En el Camino Francés, una de las zonas de más peligro eran los montes de Oca, a la altura de San Juan de Ortega.
—Ahora las cosas son distintas, pero aún sin riesgo, siempre hay elementos muy novedosos en una peregrinación; cosas que, a lo mejor nunca hemos vivido antes. ¿Qué es lo que más le está sorprendiendo en estos meses?
—He hecho ya varias peregrinaciones en los últimos años y es verdad que cada vez las vivo con una mirada diferente.
—¿Hay alguna enseñanza que haya podido aplicar luego a su vida habitual?
—La verdad es que el camino se vive de una manera más trascendental de lo que acostumbramos en nuestra vida diaria. Por eso, después de una larga peregrinación no es fácil volver a un entorno mundano, acelerado y consumista.
—¿No le da miedo caminar sola?
—Bueno, que no se relaje mi ángel de la guarda [risas].