Voluntaria de pastoral obrera: «No me arrepiento de valorar a las personas por lo que son» - Alfa y Omega

Voluntaria de pastoral obrera: «No me arrepiento de valorar a las personas por lo que son»

A sus 58 años, Rafi Cáceres, ingeniera agrónoma, lleva toda su vida vinculada a los movimientos de Acción Católica relacionados con la pastoral obrera

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Rafi Cáceres
La mayor parte de su apostolado lo ha desarrollado con niños y jóvenes. Foto cedida por Rafi Cáceres,

La Pastoral del Trabajo tiene una nueva cita el próximo sábado en el IV Seminario Antonio Algora, que organiza el Departamento de Pastoral del Trabajo de la CEE. Allí se contarán realidades como las que conoce bien Rafi Cáceres, una histórica de esta pastoral en el barrio de El Fondo, en Santa Coloma de Gramanet (Barcelona), uno de los tradicionalmente más deprimidos de Cataluña.

¿Cómo es ese barrio en el que nació?
Mis padres emigraron desde un pueblo de Córdoba a Cataluña en los años 60 y los tres hermanos nacimos ya aquí. Hoy, en mi edificio, de 13 viviendas, diez están habitadas por chinos, en una vive una persona de origen marroquí y en las otras dos estamos dos familias españolas. Esa puede ser la fotografía del barrio, muy multicultural. En general, hay pocas zonas verdes y mucha necesidad de servicios esenciales.

Me imagino que cuando llegaron sus padres era ya un barrio de aluvión de inmigrantes de toda España.
Exacto. Al principio tuvieron que convivir en un piso hasta que lograron comprarse el suyo. Ya había mucha necesidad en ese tiempo y un movimiento vecinal fuerte para mejorar la situación.

¿Por qué decidieron emigrar?
Buscaban una vida mejor y aquí había mucho trabajo. Mi padre se empleó en un taller y mi madre se quedó en casa. Para ayudar a la economía familiar cosía chaquetas. Yo me recuerdo de pequeña cosiendo con ella en el salón. Por pasar toda la vida en ese tipo de economía informal, sin contrato ni nada, hoy mi madre no tiene pensión alguna.

Y su padre en el taller…
Pintando coches siempre. Ocasionalmente trabajó en una fábrica pero tuvo un accidente laboral y lo dejó.

En esos tiempos, sin baja por enfermedad ni nada de eso.
Lo de los accidentes laborales es un tema ahora muy en boga, pero entonces no había los protocolos de seguridad de hoy. Todo eso no existía.

¿Cómo llegó a la pastoral obrera?
Yo fui bautizada e hice la Primera Comunión, pero eso se paró ahí. En el instituto elegía siempre Ética, no Religión. No veía conexión entre mi vida y la fe. Pero a los 18 años fui con dos amigas a un campo de trabajo dedicado a la solidaridad con el tercer mundo. Recogíamos almendras y el dinero que sacábamos lo enviábamos donde hacía más falta. Allí me encontré con unos jóvenes que querían cambiar el mundo, no había conocido antes a nadie así. Y además celebraban la fe de manera sencilla, en una cueva que había por allí. Eso tuvo una dimensión especial para mí. Al volver a casa, me uní en una parroquia a la pastoral obrera de Acción Católica.

¿Qué hacía allí?
Trabajé sobre todo con niños. La mayor parte de sus padres eran trabajadores en condiciones precarias. Con el tiempo fui elegida responsable de Pastoral Obrera de la diócesis de Barcelona, siempre con la misma visión de compromiso en los barrios. Lo que más valoro de la pastoral obrera es justamente la unión de la vida y de la fe.

¿Puede poner un ejemplo?
En mi trabajo, intento que la gente tenga unas buenas condiciones laborales, un buen salario. A veces he tenido algún problema por eso, pero no me arrepiento de valorar a las personas por lo que son. Si hay algo con lo que no estoy de acuerdo intento combatirlo. Creo que es una sensibilidad necesaria.

En su opinión, ¿dónde están las injusticias más flagrantes hoy?
En la realidad de las personas inmigradas que no tienen papeles. Están en condiciones fatales. Hay familias enteras viviendo en habitaciones y eso afecta a los hijos, que viven situaciones que no les tocan. Ves niños de 5 años que acompañan a sus hermanos de 2 al colegio. Que los padres estén fuera de casa muchas horas para tener un sueldo mínimo para vivir hace que haya desatención.