Voluntaria del Hospital Clínico: «Puedo percibir claramente el sufrimiento de los que me rodean»
La Iglesia en España celebra el domingo la Pascua del Enfermo. Los voluntarios de los hospitales apoyan a quienes, por su estado, «se vuelven muy vulnerables»
¿Por qué se decidió a ser voluntaria con enfermos?
Hace unos años, en una Hora Santa le pregunté al Señor: «¿Qué más puedo hacer por Ti?». Inmediatamente me vino la imagen de mi director espiritual, que es capellán del Hospital Clínico, y me ofrecí. Voy todos los martes y en ocasiones especiales, como Navidad. Además, hace dos años me nombraron ministra extraordinaria de la Comunión. Repartirla a los enfermos, para mí, es lo más. Pero el camino no ha sido fácil.
¿Por qué lo dice?
En torno a la pandemia toqué fondo, también por un pasado personal muy fuerte. Un día iba en el coche y solo quería chocarme con otro y morirme. Pero al llegar a mi destino abrí mi móvil para llevar mi cabeza a otro lugar. En ese instante, en mi cuenta de Instagram me apareció una Hora Santa de Hakuna en directo. Me dije: «Esto es lo que yo quiero en mi vida». Yo siempre había sido cristiana, pero muy descafeinada. A partir de ese momento empecé a notar una tremenda presencia de Dios conmigo. Iba a todo lo que podía de Hakuna, a los conciertos, empecé a ir a Misa. Mi marido pensaba que me estaba pasando algo muy raro. No entendía nada [risas].
¿Qué vino después?
En una confesión, al hablar con el sacerdote, salieron hechos de mi pasado. Cuando tenía 3 años y medio, a mi madre le diagnosticaron un tumor cerebral. A mí me sacaron de casa y pensé que nunca iba a volver a verla. Empecé a padecer bullying en el colegio, incluso a sufrir maltrato por parte de las monjas: «No sabes leer, eres tonta, eres fea», me decían; y me pegaban. Además de eso, durante toda esa época, mientras mi madre estaba en el hospital, fui abusada sexualmente por un familiar. Para mí fue algo horrible que el resto de mi vida traté de ocultar, por el sentido de culpa que tenía.
¿Qué le dijo el sacerdote cuando consiguió sacar a la luz todo eso?
Yo lloraba como nunca, y entonces él me dijo: «Cristina, el Señor, cada vez que te hicieron daño, cada vez que te pegaron, cada vez que abusaron de ti, estaba allí sufriendo contigo». Entonces, en ese momento noté la presencia de Jesús a mi lado llorando también. A partir de ese momento, en lugar de ocultar y arrastrar esa cruz, comencé a abrazarla porque me dio un regalo: poder percibir claramente el sufrimiento de los que me rodean. Puedo estar en un grupo de 50 personas y saber perfectamente quién está sufriendo.
¿Ese don de notar enseguida el dolor ajeno la ayuda en su labor de voluntaria en el hospital?
Continuamente. Y por eso me pasan cosas que no son normales. Si tengo que ir a la cuarta planta se me ocurre que debo pasar antes por la segunda, y allí veo claramente que el Señor me está enviando a ver a alguien que en realidad está pasando un mal momento y necesita hablar conmigo. Me suceden una y otra vez cosas muy bonitas.
¿Puede poner un ejemplo?
La capellanía tiene una lista de personas que han pedido que vayamos a visitarlas. Pero también llamamos a puerta fría y nos presentamos para ofrecer nuestros servicios, contar que el hospital tiene una capilla, que se celebra la Misa. Es una pena que haya enfermos ingresados que no sepan que tienen a su disposición este tesoro. Además, en la enfermedad las personas se vuelven muy vulnerables y hay quien tal vez no creía y en ese momento empieza a creer o a pedir oraciones. Nunca sabes qué puede pasar. En una ocasión, fui a ver a una señora y, al salir, su hijo me pidió llorando que rezara por su hija. «¿Por qué?», le pregunté. «Porque la han violado, se está autolesionando y no sabemos qué hacer», me contestó. Me puse a llorar con él porque empatizo mucho y, sobre todo, porque yo viví en carne propia el dolor por el que estaba pasando esa niña. La semana siguiente, estábamos todos en el hospital con el apoyo de la capellanía y de personal del área de Psiquiatría, comenzando un camino de sanación muy hermoso.
¿Tiene más historias?
La de Pilar. Un día iba caminando con su marido y un coche la atropelló. Tenía los hombros y los brazos rotos y un traumatismo craneoencefálico importante. Me presenté dos veces en su habitación y me dijo: «No quiero saber nada de ti ni de Dios». Pero la tercera vez me dijo: «Estaba esperando que llegaras. Quiero saber por qué eres tan terriblemente feliz». Me senté con ella y le conté lo que le acabo de contar a usted. Lloramos juntas, rezamos el rosario y le di la Comunión. Hace poco coincidimos en una Misa que ella encargó para dar gracias a Dios por toda su vida.