Pepe Planas: «Si el que canta ora dos veces, el que baila lo hace tres»
En YouTube se encuentran bastantes vídeos de este sacerdote de Málaga bailando flamenco en Misa. Así llega «a las personas más humildes» y a los alejados. San Juan Pablo II le pidió: «Reza por mí bailando»
¿Qué fue primero, el flamenco o el sacerdocio?
Lo primero lo mamé en casa. Crecí entre gitanos; mi abuelo era canastero y mi madre también, una familia humilde, con un sabor flamenco muy bonito, de celebrarlo todo. No es solo cantar y bailar, es un modo de vivir.
¿Ha llegado a conocer a las grandes figuras del género?
Sí. Por ejemplo, pasé una Navidad con Lola Flores en Jerez que nunca olvidaré. También he compartido muchos buenos momentos con Camarón, entre otros.
¿Y cómo llegó al sacerdocio?
Yo siempre he estado relacionado con el movimiento de los Misioneros de la Esperanza (MIES). A los 15 años tuve una relación con una chica con el planteamiento de matrimonio, pero al volver de la mili retomé los sacramentos y volví a reencontrarme con ese amor primero. Empecé a dedicarme al apostolado en la calle, con las personas más humildes, en las chabolas. Como san Juan Bosco con los títeres, como yo sabía bailar, bailaba con ellos. Fueron pasando los años y nació mi vocación sacerdotal, aunque yo solo tenía el graduado escolar. Fui a la Cartuja y a los carmelitas de las Batuecas, pero esas llamadas no prosperaron. Solo quería hablar de Jesús, por eso me fui con la gente más humilde de los pueblos de la serranía de Antequera. Con el tiempo, como no tenían cura que los atendiera, le pidieron al obispo que me ordenara. Fui a hablar con él y al día siguiente me dio las órdenes menores. Me hicieron diácono y luego tuve un curso de oyente en el seminario, pero nunca me examiné de nada. Pensaba que no tenía vocación, y se lo dije al rector, quien me respondió: «Ve al obispo y que te dé la fecha de ordenación». Y así me ordené, con 42 años.
Esa alegría flamenca la despliega en la Eucaristía. Hay varios vídeos en YouTube que lo demuestran.
Si hay un coro rociero, me lanzo a bailar. Mis Misas son muy agradables y esperanzadoras. El Evangelio es alegría, es encuentro. Es la Buena Noticia, aunque haya cruces.
¿Eso le lleva a bailar en Misa?
Como el rey David o como hacen en África. Yo voy a Kenia de vez en cuando a acompañar a unas clarisas y bailo con ellas. Es una forma de alabar a Dios. Parafraseando a san Agustín, si el que canta ora dos veces, pues quien también baila lo hace tres [risas].
¿Cómo se lo toma la gente?
Hay de todo. Siempre aviso antes de que vamos a cantar, bailar y tocar las palmas, para que nadie se lleve una sorpresa. Ha habido gente que no lo entiende, a veces incluso algunos compañeros sacerdotes. Pero siempre respondo con simpatía.
¿Lleva a la oración personal esa forma de expresarse?
La Eucaristía es lo más maravilloso de mi vida. Yo me pongo a los pies del sagrario, solo ante Él, y le bailo al Señor. Ojalá pudiera comunicarlo y decir a qué sabe Dios. Es tan sabroso y tan esperanzador… No hay palabras, solo abrazo y caricia.
Llegó a bailar ante san Juan Pablo II.
En la peregrinación a Roma con motivo de la beatificación del tío Pelé, mi obispo me animó a bailar ante el Papa. Él empezó a tocar las palmas… te puedes imaginar cómo, porque era polaco [risas]. Al final del encuentro, me llamó para saludarme con mucho cariño. «No lo dejes, sigue bailando», me dijo. «Y reza por mí bailando», añadió. Fue un momento muy bonito.
¿Esta forma de tratar con Dios le hace llegar a los alejados?
Después de verme bailar, hay muchos que me han dicho: «Yo creo en ese Dios de usted». Algunos incluso me han pedido confesión y he tenido conversaciones muy bonitas. Como no sé hacer las cosas de otra manera, las hago así, bailando.