Peligrosa mentalidad tecnopráctica - Alfa y Omega

Peligrosa mentalidad tecnopráctica

El día 3 de mayo, Benedicto XVI visitó la Facultad de Medicina y Cirugía del Hospital Agostino Gemelli, de Roma, donde dijo, entre otras cosas:

Papa Benedicto XVI
El Santo Padre, en su discurso a los alumnos de Medicina del Hospital Gemelli.

La nuestra es una época en que las ciencias experimentales han transformado la visión del mundo y la auto-comprensión del hombre. Los múltiples descubrimientos, las tecnologías innovadoras que se suceden con un ritmo tan rápido, son, con razón, motivo de orgullo, pero a menudo son, no sin consecuencias, preocupantes. Como telón de fondo, del optimismo generalizado de los conocimientos científicos se extiende la sombra de una crisis de pensamiento. Rico en recursos, pero no igualmente rico en sus objetivos, el hombre de nuestro tiempo vive a menudo condicionado por el relativismo y el reduccionismo, que llevan a perder el sentido de las cosas, casi ofuscado por la eficacia técnica, y olvida el horizonte esencial de la necesidad de sentido, relegando la dimensión trascendente a la insignificancia. El pensamiento se debilita y, al tiempo, va ganando terreno un empobrecimiento ético, que nubla las referencias normativas de valor. Parece quedar en el olvido la que fue raíz fecunda de la cultura europea y del progreso. En ella, la búsqueda de lo absoluto —el Quaerere Deum— comprendía la exigencia de profundizar en las ciencias seculares y en todo el mundo del conocimiento. La investigación científica y la búsqueda de sentido, de hecho, a pesar de las características epistemológicas y metodológicas, brotan de un mismo manantial, ese Logos que preside la obra de la creación y guía la inteligencia de la Historia. Una mentalidad tecnopráctica genera un arriesgado desequilibrio entre lo que es técnicamente posible y lo que es moralmente bueno, con consecuencias imprevisibles. Es importante que la cultura vuelva a descubrir el vigor del significado y el dinamismo de la trascendencia. En una palabra, que abra con firmeza el horizonte del Quaerere Deum. Se puede decir que el mismo impulso a la investigación científica se debe a la nostalgia de Dios que vive en los corazones humanos: después de todo, el hombre de ciencia tiende, a menudo inconscientemente, a llegar a esa verdad que da sentido a la vida. Sin embargo, por apasionada y tenaz que sea la investigación humana, no es capaz de llegar, con sus propias fuerzas, a un puerto seguro, porque el hombre no es capaz de esclarecer plenamente la extraña penumbra que se cierne sobre la cuestión de las realidades eternas… Dios tiene que tomar la iniciativa de salir al encuentro y de dirigirse al hombre. El Quaerere Deum del hombre se perdería en una maraña de caminos, si no saliera a su paso un camino de iluminación y de segura orientación, que es el mismo Dios que se hace cercano al hombre con inmenso amor: En Jesucristo, Dios no sólo habla al hombre, sino que lo busca… Vivida en su integridad, la búsqueda es iluminada por ciencia y fe, y de estas dos alas toma impulso y fuerza, sin perder jamás la justa humildad, el sentido del propio límite. De tal manera, la búsqueda de Dios se vuelve fecunda para la inteligencia, fermento de cultura, promotora de verdadero humanismo, búsqueda que no se detiene en la superficie. Queridos amigos, dejaos siempre guiar por la sabiduría que viene de lo alto, de un saber iluminado por la fe, recordando que la sapiencia exige la pasión y la fatiga de la investigación.