Paz en la Tierra - Alfa y Omega

Nuestro obispo, Jean-Paul Vesco, convocó a sus fieles y a todos los amigos de la paz a una velada de ayuno y oración el sábado pasado. Más de 200 personas, tanto cristianas como musulmanas, ciudadanos y diplomáticos —entre ellos el embajador palestino—, asistieron en un sobrecogedor silencio. No era un acto contra nadie. No queríamos caer en respuestas maniqueas, como los numerosos medios de comunicación presentes nos incitaban a hacer. Tampoco queríamos ser insípidos y, al final, no haber dicho nada.

Una argelina acompañaba al piano los textos que se iban leyendo, en árabe y en francés, por cristianos o musulmanes: el asesinato de Abel por su hermano Caín, una carta de Cáritas Palestina, el salmo 84, extractos del Documento sobre la fraternidad humana, una reflexión de los monjes de Tibhirine y otra de Dietrich Bonhoeffer. Un grupo de niños aportaron velas que tanto el obispo como el embajador palestino iban encendiendo mientras se recitaban oraciones por la paz y la justicia. Al terminar el acto el embajador agradeció a la comunidad cristiana que hubiera rezado por la paz. Todos los presentes pudieron romper el ayuno con la merienda que se ofreció.

Siempre habrá quien piense que este tipo de actos no sirve para nada. También los habrá para decir que faltó tal palabra o que tal otra estaba de más, o que hay peligro de ser manipulados y que la Iglesia se convierta en rehén de los políticos… Todo eso es, sin duda, cierto. Pero el silencio es también un acto político y, a veces, un acto cómplice. Al comenzar la Misa pedimos perdón por los pecados de omisión, aquello que no hicimos aunque fuera nuestro deber. Si el odio nace dentro del ser humano, tiene que ser en su interior más profundo, en su alma, donde nazca un sentimiento de fraternidad, de compasión, de valentía y de justicia. No basta con no matar: Jesús nos dijo, en el sermón de la montaña, que quien despreciara a su hermano ya lo había matado.

Al acercarse la Navidad sentimos con mayor fuerza que si el don de la paz viene a faltar, el Reino de Dios tardara aún más en llegar. Con nuestra oración cambiamos nuestro interior, nos dejamos transformar por un mensaje que Cristo concretizó en su vida y que comenzó con las palabras pronunciadas en Palestina: «Gloria a Dios en el cielo y a los hombres paz en la tierra».