Acogedores - Alfa y Omega

Cada día abrimos la basílica de Nuestra Señora de África en Argel. Son casi 20 las personas las que nos ayudan voluntariamente para que siempre haya un discípulo de Cristo en la iglesia. Nunca sabemos quién va a venir ni con qué expectativas. Pero queremos estar ahí, cada día, para quien lo necesite: puede ser un depresivo que busca consuelo o una pareja que reza para tener hijos; una persona que busca ayuda para pagar medicinas o que quiere que le interpretemos un sueño; alguien que quiere desahogarse contando sus penas o alguien que busca un sentido a su vida; quien cree estar maldito o poseído o tal vez venga quien busca pareja; quien desee conocer el cristianismo o quién va a hacer un trabajo sobre su historia; una madre rezando para que su hijo vuelva al buen camino…

En los Evangelios se nos cuentan muchísimos casos de personas que irrumpen en la vida de Jesús y de sus discípulos con todo tipo de peticiones: repartos de la herencia, saber que está permitido o prohibido, cuestiones sobre el divorcio, polémicas teológicas, sanación, expulsión de demonios, hambre que saciar… y se nos dice que Jesús siempre tenía tiempo para esas personas. Cada uno recibía toda su atención, se beneficiaba de toda su capacidad de escucha, oía palabras que abrían nuevas perspectivas y nunca había halagos, salvo si eran sinceros. Para Jesús las personas parecían ser más importantes que los programas y hasta se saltaba las comidas para estar atendiendo a los que llegaban a cualquier hora y en cualquier estado.

Y esos mismos Evangelios nos cuentan que la inmensa mayoría de las personas que reciben algo de Jesús o de sus discípulos no vuelven a aparecer y transformados vuelven a sus vidas. No era condición obligada seguir, obedecer o adorar al Nazareno para contar con su misericordia. Jesús vive su ministerio de compasión como un signo de la llegada del Reino de Dios. Y si bien no exige nada de quienes se benefician de su humanidad, en cambio sí ordena a quien reclame su nombre que haga como Él. Por eso envía, en varias ocasiones, a sus discípulos, de dos en dos, para que compartan con todos lo que del Maestro recibieron. Es la misión encomendada a la Iglesia. Incluso en Argel.