Pasión para anunciar a Cristo a los jóvenes - Alfa y Omega

Pasión para anunciar a Cristo a los jóvenes

Es cierto que la sociedad actual presenta obstáculos a la evangelización que, a veces, pueden parecer insalvables. Pero no son más que llamadas de socorro de las nuevas generaciones, que, sin saberlo, están pidiendo a gritos la Buena Noticia. Por ello, más que una mala época, «vivimos un momento idóneo para proponer a Jesucristo» a los jóvenes. Así se vivió, en Valencia, durante el I Congreso Nacional de Pastoral Juvenil

María Martínez López
Representantes de todas las realidades eclesiales presentes reciben el envío misionero, al final del congreso.

«Imagínate tu diócesis, tu parroquia, si todo cristiano fuese consciente de la tarea de llevar a las personas a Jesús, supiese hacerlo, y lo hiciese continuamente». Así provocaba el padre Andre Brugnoli, iniciador en la diócesis de Verona (Italia) de la iniciativa misionera Centinelas del mañana, a los 34 obispos y 2.300 asistentes al I Congreso Nacional de Pastoral Juvenil, celebrado, del 1 al 4 de noviembre, en Valencia.

El tono se mantuvo durante todo el congreso: nada de derrotismos; evangelizar a los jóvenes es un reto apasionante que, de distintas formas, la sociedad actual está pidiendo a gritos. Para hacerla posible, se dio prioridad a los aspectos más pragmáticos de la nueva evangelización. Cada día, a una ponencia inicial pronunciada por un obispo, le seguían resonancias prácticas. Por las tardes, en diversas iglesias valencianas se presentaron 22 iniciativas de primer anuncio a los jóvenes, y otras tantas de formación en la fe. En estos talleres, estuvieron presentes realidades eclesiales con bastante recorrido, como el Camino Neocatecumenal, Cursillos de Cristiandad, la Familia Salesiana o los Cursos Alpha; así como la Misión Joven, que vivió Madrid entre 2006 y 2008. También aportaron su granito de arena otras iniciativas más recientes, o circunscritas a ámbitos más reducidos.

¡Vengan a Río!

«Vengan a Río, vengan a Brasil!», invitó el padre Carlos Savio da Costa a todos los jóvenes presentes en la catedral de Valencia. Hacía esta invitación en nombre de toda la Iglesia en Brasil: «Como el Cristo del Corcovado, estaremos con los brazos abiertos para acogeros a todos, como nosotros fuimos muy bien recibidos en Madrid». No fue la única alusión del congreso a la JMJ de 2011, que ha marcado el ambiente vivido en Valencia. El padre Da Costa es el responsable de la Semana Misionera, que sustituirá a los Días en las diócesis previos a cada Jornada. Esta Semana será una oportunidad de experimentar «la fe y el encuentro personal con Jesucristo; la cultura del país, y la solidaridad». En su programa, se incluyen ratos de formación, oración, celebración, visitas a personas que sufren y evangelización en la calle. Ya hay «más de un millón de jóvenes preparándose para trabajar con los peregrinos» en esta tarea, añadió el padre Savio, que se mostró «muy contento con la respuesta de nuestros jóvenes». Mencionó, por ejemplo, que la peregrinación de la Cruz de los jóvenes y el icono de la Virgen han reunido a más de tres millones de personas.

«Estamos en un momento de la Historia idóneo para proponer a Jesucristo —afirmó, durante la primera ponencia, monseñor Carlos Osoro, arzobispo de Valencia y Presidente de la Comisión episcopal de Apostolado Seglar de la Conferencia Episcopal Española—. Es esencial que nos apasionemos» por hacer este anuncio «en directo y en primera persona». Esta tarea es, a la vez, individual y comunitaria. Individual, porque el primer anuncio «lo tiene que hacer todo bautizado», pues «representa al Señor, y tiene Su vida» en él. Comunitaria, porque «nuestras comunidades cristianas necesitan incorporar, en su vida, el primer anuncio». Durante mucho tiempo —explicó—, se ha hecho catequesis dando por supuesto un primer anuncio que hacían la familia, la escuela y la misma cultura. Hoy, estas estructuras fallan, y es necesario que las comunidades recuperen esta labor, distinguiéndola de la catequética.

El anuncio de las verdades fundamentales de la fe —y de cómo cambian la vida— ha de hacerse no sólo «a quienes no conocen a Jesucristo», o «a quienes un día lo conocieron pero se alejaron de Él», sino también, incluso, «a quienes, creyendo que lo conocen, viven la vida cristiana de una manera rutinaria y sin fuerza de interpelación» para los demás. De hecho, monseñor Osoro se mostró «convencido de que el cansancio o la rutina de nuestras comunidades cristianas, y de cada uno de nosotros se desvanecerán si recuperamos el vigor que mana de la vida de los creyentes cuando asumen como misión de sus vidas el primer anuncio».

Nosotros somos el método

En cuanto a cómo hacerlo, retomando las palabras del Beato Juan Pablo II sobre la nueva evangelización —«nueva en su ardor, en sus métodos y en sus expresiones»— subrayó que «la novedad del ardor tiene que estar en la fuerza contemplativa de quien anuncia». La del método —añadió— «está en que, como los santos, nosotros somos método —camino— para encontrarse otros con Jesucristo. Con nuestra vida, mostremos el poder humanizador que tiene el mensaje cristiano cuando se convierte en testimonio y anuncio».

Los jóvenes son bendecidos con el Santísimo, antes de salir a la calle.

Una vez mostrada la urgencia del anuncio a los jóvenes, las dos conferencias restantes analizaron los principales obstáculos que encuentra esta labor: las heridas afectivas y la emergencia educativa. Ambas intervenciones terminaron subrayando lo mismo: no se trata tanto de encontrar maneras de esquivar estos obstáculos. Más bien, el anuncio del Evangelio es la mejor aportación de la Iglesia para solucionar estos problemas.

Su corazón es de Cristo

Fue monseñor José Ignacio Munilla, co-responsable del departamento de Juventud de la Conferencia Episcopal, quien desgranó las heridas afectivas de los jóvenes de hoy. La primera de ellas es el narcisismo, el «quedarse encerrado en la contemplación de uno mismo», incapaz de salir de sí para alcanzar el amor. Equivocadamente —añadió—, se suele atribuir el narcisismo a un exceso de autoestima, cuando en realidad está más relacionado con el autodesprecio. Así empezó el obispo a ofrecer su respuesta, pues la verdadera autoestima se funda en «el anuncio del amor de Dios». Hay que interiorizar que el valor del hombre no está en percepciones subjetivas, sino que es «el de la misma sangre de Cristo», derramada para su redención. El mejor camino para que el joven alcance una espiritualidad equilibrada es, por ello, la contemplación de la Pasión de Cristo, «no sólo como el lugar en el que se revela el amor divino, sino también como escuela del amor humano», que implica renuncia. En el mismo sentido, también acercarse al sufrimiento del prójimo ayudará al joven a salir de sí mismo.

Otra gran herida de los jóvenes de hoy es el pansexualismo y la «visión fragmentada de la sexualidad». Para superarlos, se debe «rescatar la castidad de su impopularidad», ofreciéndoles formación afectivo-sexual y también educándoles en la belleza. La tercera herida es la desconfianza «en uno mismo, en los demás y en Dios», causada por las malas experiencias, vividas sobre todo en la familia. Para superarla y conseguir que «alguien confíe en Dios, empieza tú por confiar en Él» —propuso monseñor Munilla, siguiendo la propuesta de san Juan Bosco—, y muestra a ese joven que le quieres por Él mismo, y no sólo «para darle un sacramento».

El congreso, hecho vida en la calle

«Me sudaban las manos. Tenía mucho miedo de encontrarme con risas, con gente no creyente a la que le costara entender lo que intentábamos decirles». Así se sentía Ana, una joven de Málaga, en el momento de salir a la calle, el sábado por la noche, para participar, por primera vez, en una experiencia de evangelización. Los organizadores del Congreso querían que los jóvenes que participaban en él tuvieran una experiencia directa del primer anuncio, y para ello se organizaron cuatro evangelizaciones en la calle, encargadas a la iniciativa diocesana de Verona Centinelas del mañana, al movimiento francés Anuncio, y a los grupos Totus Tuus, de Madrid, y Kerygma, de Alcalá de Henares. El formato, con matices, era parecido: tras un rato de adoración al Santísimo y alabanza, los jóvenes salían de dos en dos a la calle para hablar con los viandantes, anunciarles que «Dios está vivo, te ama y te salva», e invitarles a entrar a la iglesia a rezar un rato. Al mismo tiempo, en esos templos y también en la catedral, el resto de congresistas intercedían por evangelizadores y evangelizados. Cada joven novato iba acompañado por otro con experiencia. Al volver, Ana concluía que «no ha sido para tanto. Al principio hablaba sólo Álvaro» —el evangelizador con experiencia que la acompañaba—, «pero después ya he empezado yo. No hemos conseguido que nadie se acercara a la iglesia, pero estoy contenta porque no me ha dado vergüenza. Creo que ahora tengo más fuerza, es como si Dios me hubiera pinchado para seguirle más todavía».

En definitiva, «la emergencia afectiva que padece esta generación nos ofrece una oportunidad única para recordar a todos los jóvenes que Dios es amor, que hemos sido creados en una vocación a la comunión de amor, y que necesitamos descubrir la eterna novedad del Evangelio de Cristo para alcanzar nuestra plenitud. ¡El corazón no es de quien lo rompe, sino de quien lo repara! Es decir, el corazón del joven es del Corazón de Cristo».

Emergencia educativa

El cardenal Stanislaw Rylko, presidente del Consejo Pontificio para los Laicos, centró su ponencia en el magisterio de Benedicto XVI sobre la emergencia educativa, que el Santo Padre ha definido como la «creciente dificultad que se encuentra para transmitir a las nuevas generaciones los valores fundamentales de la existencia y de un correcto comportamiento», en una sociedad y una cultura relativistas. Esta situación es alarmante, porque, «sin educación, no hay evangelización verdadera y profunda, no hay crecimiento y maduración, no se da cambio de mentalidad y de cultura».

Un momento de la evangelización en la calle.

Ante este panorama, «el compromiso de la Iglesia de educar en la fe, en el seguimiento y en el testimonio del Señor Jesús es hoy, más que nunca, una contribución para que la sociedad salga» de esta crisis. El cardenal Rylko citó tres temas recurrentes que están «cerca del corazón del Papa» y en los que se debe basar el proceso educativo y formativo: la centralidad de Dios, que «tiene el rostro de Jesús de Nazaret»; una fe que «no puede darse por sentada», por lo que «las nuevas generaciones tienen derecho a recibir el anuncio de Dios de manera explícita y directa»; y —de nuevo— la formación para la belleza. El cardenal Rylko afirmó también que la piedra angular en este proceso educativo ha de ser «la madurez humana y cristiana de los educadores. El Papa subraya que no podemos realizar esa obra con nuestras fuerzas, sino con el poder del Espíritu Santo. Para la educación y formación cristiana son decisivas, ante todo, la oración y la amistad personal con Jesús».