Parece «que los votos valen más que las personas»

Parece que «los votos valen más que las personas». Es una frase lapidaria, sobre todo cuando quien la pronuncia es la presidenta de una asociación que vela por garantizar el derecho a una vida digna para las personas con ELA. Una enfermedad degenerativa que, de momento, no tiene cura y avanza de forma vertiginosa si no se aplican determinados cuidados. Han pasado ya 400 días desde que todos los partidos apoyaron una ley que ofrecía mejoras para los enfermos, pero está bloqueada, guardada en un cajón, enmarañada en juegos políticos. La cuestión es que, en este caso, el retraso cuesta vidas. El deseo de poder de unos manda a la tumba a otros. Una mujer ha muerto en Semana Santa y solo había sido diagnosticada hace un año.

Este ejemplo evidencia, de forma cruel, que las decisiones de nuestros gobernantes no solo definen si nuestras calles están más o menos limpias; si tenemos que pagar o no un peaje para transitar en la carretera; si podemos acceder a una sanidad pública decente y a tiempo. Sus decisiones influyen directa y, en ocasiones, demasiado rápidamente, en si un ciudadano del país que gobiernan pueda alargar con dignidad su tiempo de vida o no.

El presidente de los obispos españoles, el cardenal Juan José Omella, decía el pasado lunes, en su discurso de inicio de la Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal, que una tarea prioritaria para los laicos debe ser la de «concienciar a la sociedad sobre la importancia de acompañar la vida humana en todas las fases de su existencia». El ciudadano no solo tiene en sus manos la decisión de voto, de elegir qué ideario debe gobernar nuestra vida y nuestra muerte, sino que tiene el deber de levantar la voz y exigir que leyes como la de la ELA salgan de su escondite. Hemos visto que cuando los gobernantes quieren, toman decisiones legales rápidamente. Y nosotros tenemos al alcance velar por la dignidad de nuestros conciudadanos.