«Para poder misionar tenemos que pedir permiso a las bandas» - Alfa y Omega

«Para poder misionar tenemos que pedir permiso a las bandas»

Un altavoz y una cruz. Es todo lo que necesitan los voluntarios para llevar a Cristo a la cárcel de Guayaquil, donde hace unos días asesinaron a 115 personas

Cristina Sánchez Aguilar
Uno de los sacerdotes de la pastoral celebra Misa en el pabellón de adictos en rehabilitación. Foto cedida por María Cristina Santacruz

Tenía 19 años. Un mal día se le ocurrió robar un teléfono móvil. Quién sabe si para revenderlo y dar de comer a una madre hambrienta. Quién sabe si porque era el último modelo, el que él nunca habría podido comprar por sus propios medios. Quién sabe si para llamar a ese padre ausente que solo se manifestaba en cumpleaños o fiestas de guardar. Esa mala decisión, ese pequeño instante de duda, le llevó hasta la penitenciaría más grande de Ecuador, la de la ciudad de Guayaquil. En el recinto cohabitan siete centros de privacion de libertad. Él, el recién estrenado adulto, el chico que se equivocó al robar un teléfono, acabó en el centro número 1, conocido como Penitenciaría de Litoral. 18 meses. El 28 de septiembre a las 9:13 horas le faltaban unos pocos días para poder salir, por fin, y reencontrarse con su hermana, presa también en la cárcel de mujeres por otro delito menor. Pero ese anhelado momento nunca llegó. Ese chico sin nombre estaba en el lugar equivocado. Una pelea entre bandas sentenció su triste final y el de otras 114 personas, cuyos cuerpos desollados e incluso descabezados acabaron amontonados en un rincón. Uno de ellos llevaba libre desde hacía dos meses, pero nadie se había ocupado de resolver los pequeños detalles judiciales finales, ni hubo quien pagase los 50 dólares que se necesitan para cruzar la verja hacia la libertad. Le sacaron las entrañas en medio de una demostración de fuerza. Que quede claro quién manda aquí. «La Policía está presente dentro de los recintos penitenciarios y aplaudo su gestión, pero en los pabellones tienen mucho peso las bandas y, si eso no se controla, nada va a cambiar», asegura María Cristina Santacruz, misionera de la Misericordia y una de las responsables de Pastoral Penitenciaria en la archidiócesis. «Nosotros mismos, para poder realizar nuestra misión dentro de los patios, tenemos que pedirles permiso y casi hasta perdón». La misionera, consternada por lo ocurrido, recalca que «aunque esta vez se haya dado a conocer a nivel internacional el suceso, cosa que es importante, hay que recordar que muertos hay constantemente y la prensa no se acuerda de ellos». El día anterior a esta conversación con Alfa y Omega, habían encontrado en uno de los pabellones cuatro muertos ahorcados. No se habían suicidado.

Los hijos de los presos participan en un coro. Foto cedida por María Cristina Santacruz

Otro de los problemas es que dentro de los pabellones hay armas por doquier. La prensa ecuatoriana ha publicado estos días, tras la masacre en la que se utilizaron hasta metralletas, que es habitual encontrar a agentes de seguridad que cruzan los controles con munición pegada al cuerpo o con partes de un arma escondidas en las botas. También se sospecha que sean las mujeres de los presos, cuando van a visitarles, las que lleven ocultas las armas en partes de su cuerpo. El dinero todo lo compra.

Aun así, hay grandes conversiones, asegura Santacruz, que dobla turno cada día y visita mañana y tarde a los presos, incluso en los pasillos de las celdas. «En uno de los centros tengo que cruzar siete controles para llegar hasta ellos», explica. Ataviada con un altavoz y la cruz, su misión fundamental es liberar a los cautivos de sus cadenas emocionales. A partir de ahí, Santacruz y su ejército de misioneros tocan todos los palos en la prisión. «Tenemos una escuela en la que trabajamos hasta con los satánicos. Se llama Alpha y consiste en hacer pequeños grupos en los que reflexionamos en torno a preguntas como ¿qué hacemos aquí?, ¿hay algo más allá?, ¿cuál es nuestra misión?». Además tienen varios programas de capacitación –«les enseñamos hasta a presentarse en público»–, un coro de presos y presas y otro con las familias e hijos de los internos, y hay talleres en los que aprenden a confeccionar hamacas y a coser. «Aunque nuestro mayor deseo es poder instalar una capilla con la adoración perpetua». De momento, el día 27 de octubre habrá una Misa por los 115 muertos.

Uno de los casos más sonados estos días en la prensa del país es el de Daniel. Converso al cristianismo hace dos años, perdió a tres hijos en el motín. Ahora cree en Dios más que nunca y repite sin cesar: «Si Satanás me quitó tres hijos, yo le robaré cientos de almas».

La relación con el narcotráfico

Las bandas necesitan mantener el control en Guayaquil, ya que es la principal ruta del narcotráfico en Ecuador –a través del puerto–. Por eso los cárteles, de vez en cuando, atemorizan a sus rivales. La corrupción de miembros del sistema penitenciario, las amenazas a quienes no cumplen las normas, y el aumento del tráfico de drogas en el país, tuvieron como resultado una matanza sin precedentes. El Papa Francisco, al enterarse del suceso, rezó por el alma de los fallecidos y sus familias, y pidió a Dios que «ayude a curar las heridas del crimen que esclaviza a los más pobres». Y que acompañe «a los que trabajan cada día para que la vida en la cárcel sea más humana».