Poco antes del encuentro del cardenal Rouco con el mundo de la judicatura, el Papa se refirió, en su homilía matinal, a los gobernantes, comentando el Evangelio del Centurión y la Primera Carta a Timoteo, de las lecturas del día. «¿Amo a mi pueblo para servirle mejor? ¿Soy humilde y oigo lo que dicen todos los otros, las diferentes opiniones para elegir el mejor camino?», puso como modelo de examen de conciencia. «Un gobernante que no ama, no puede gobernar: al máximo, podrá disciplinar, poner un poco de orden, pero no gobernar».
El Santo Padre recordó que, según la doctrina social de la Iglesia, «la política es una de las formas más elevadas de la caridad, porque sirve al bien común». Y esto se aplica a todos los cristianos. «No puedo lavarme las manos, ¿eh?», añadió. «¡Todos tenemos que dar algo!». No es cierto que «un buen católico» no deba inmiscuirse en política. «Un buen católico debe entrometerse en política, dando lo mejor de sí, para que el gobernante pueda gobernar», dijo el Papa. «Y ¿qué es lo mejor que podemos ofrecer a los gobernantes? ¡La oración! Eso es lo que dice Pablo: La oración para todos los hombres y para el rey y para todos los que están en el poder». Es más, «¡un cristiano que no reza por los gobernantes no es un buen cristiano!», dijo. Es preciso orar por los gobernantes, «para que nos gobiernen bien, para que lleven a nuestra patria, a nuestra nación, y también al mundo, adelante, para que exista la paz y el bien común». Y es preciso pedir por su conversión.
Hay la costumbre de sólo hablar mal de los gobernantes y sobre las «cosas que no van bien»; las noticias «los apalean», muestran «siempre lo malo». Pero aunque «el gobernante, sí, es un pecador, como lo era David, yo debo colaborar con mi opinión, con mi palabra, también con mi corrección», porque todos «debemos contribuir al bien común». Todos «demos lo mejor de nosotros, ideas, sugerencias, lo mejor, pero, sobre todo, lo mejor es la oración».