«Mi viaje no ha sido sólo un hecho singular y espiritual; ha sido un hecho que puede tener grande importancia histórica. Es un eslabón que se enlaza a una tradición secular; y quizás un comienzo de nuevos acontecimientos que pueden ser grandes y beneficiosos para la Iglesia y para la Humanidad»: son palabras de Pablo VI, en la Plaza de San Pedro, a su regreso de Tierra Santa, tras su encuentro en Jerusalén con el Patriarca Atenágoras. No eran en absoluto vacías. Unos días después, evocaba también este histórico viaje en una Exhortación al episcopado católico, en la que pedía oraciones por la unidad de los cristianos: «En especial tenemos grabado en nuestro espíritu el encuentro con los jefes espirituales de las veneradas Iglesias orientales, de las que, en el pasado, nos han separado dolorosas rupturas, y de forma especial el encuentro con el Patriarca ecuménico de Constantinopla, que también fue en peregrinación a Tierra Santa. Nos dimos el abrazo santo que se dan los discípulos de Cristo; a una releímos la oración solemne que Cristo elevó al Padre para pedir la unidad de sus discípulos, para que el mundo crea; a una recitamos el Pater noster que nos hace invocar a Dios como nuestro Padre y nos enseña el perdón mutuo de las ofensas; acontecimientos estos, que queremos considerar la primicia de la unión total en la única Iglesia de Cristo, aunque esta unión esté todavía lejana».
Cincuenta años después, este próximo sábado, el nuevo sucesor de Pedro, Francisco, inicia su viaje a Tierra Santa, justamente con el lema ¡Que sean uno!, añadiendo otro bien significativo eslabón a la preciosa cadena de la tradición multisecular de la Iglesia, que en la unidad tiene su más específica nota distintiva, al encontrarse, igualmente en Jerusalén, con el sucesor de Atenágoras , el Patriarca ecuménico Bartolomé. Con él, ya se encontró el Papa Benedicto XVI en su viaje a Turquía de 2006, también precioso eslabón al servicio de la unidad. En la declaración que hicieron conjuntamente, se lee: «El encuentro fraterno que hemos mantenido es obra de Dios», y recuerdan «con gratitud los encuentros de nuestros venerados predecesores, los cuales mostraron al mundo la urgencia de la unidad y trazaron senderos seguros para llegar a ella con el diálogo, la oración y la vida eclesial cotidiana. El Papa Pablo VI y el Patriarca Atenágoras I, peregrinos en Jerusalén, en el lugar mismo donde Jesucristo murió y resucitó para la salvación del mundo, se encontraron después de nuevo aquí, en el Fanar, y en Roma. Nos legaron una declaración común que conserva todo su valor, destacando que el verdadero diálogo de la caridad debe sostener e inspirar todas las relaciones entre las personas y entre las Iglesias mismas». Y «tampoco hemos olvidado -añadió el Papa Benedicto- el intercambio de visitas entre Su Santidad el Papa Juan Pablo II y Su Santidad el Patriarca Dimitrios I. Precisamente durante la visita del Papa Juan Pablo II, su primera visita ecuménica, se anunció la creación de la Comisión mixta para el diálogo teológico entre la Iglesia católica romana y la Iglesia ortodoxa, con la finalidad declarada de restablecer la comunión plena».
En definitiva, esa comunión plena es obra de Dios, es don que es preciso suplicar al Padre, dejando que el mismo Jesús lo siga suplicando en nosotros: «¡Que sean uno!», y por eso no es banal suplicarlo, como de nuevo lo harán Francisco y Bartolomé I, en el mismo Jerusalén en que lo suplicó el Señor la víspera de su Pasión. Toda esa cadena de encuentros en búsqueda de la unidad volvió a evocarla Benedicto XVI en su viaje a Tierra Santa de 2009: «Mi pensamiento va a los históricos encuentros que tuvieron lugar aquí, en Jerusalén», desde el primero entre Pablo VI y Atenágora. Y a continuación Benedicto XVI explica: «Estos encuentros, incluyendo esta visita mía, son de gran significado. Recuerdan que la luz de Oriente ha iluminado el mundo entero desde el momento mismo en que un sol que surge vino a visitarnos, y nos recuerdan también que, desde aquí, el Evangelio se predicó a todas las naciones». Parece hacerse eco de las palabras de Pablo VI, en su visita a Jerusalén hace ahora 50 años. Decía Pablo VI, dirigiéndose a los fieles de rito oriental: «El lugar de la vida, Pasión y resurrección de Nuestro Señor es el lugar de nacimiento de la Iglesia. Nadie puede olvidar que Dios ha querido, en cuanto hombre, escoger para sí una patria, una familia y una lengua en este mundo y que esto se lo ha pedido al Oriente. Al Oriente ha pedido sus apóstoles». Y añadió, citando a Tertuliano: «Porque fue primero en Palestina donde los apóstoles establecieron la fe e instalaron sus Iglesias. Luego, partieron a través del mundo y anunciaron la misma doctrina y la misma fe», y «cada Iglesia local crecía con su mentalidad, sus costumbres…, sin que ello perjudicase a la unidad de la fe y a la comunión de todas en la caridad». Y da la clave para poder orar al Padre: ¡Que todos sean uno!, de modo que podamos ser escuchados: «Si la unidad no es católica sino respetando la diversidad de cada uno, la diversidad tampoco es católica sino en la medida en que mira a la unidad, que sirve a la caridad, que contribuye a la edificación del pueblo santo de Dios».