Padre nuestro - Alfa y Omega

Padre nuestro

Jueves de la 11ª semana de tiempo ordinario / Mateo 6, 7-15

Carlos Pérez Laporta
Jesús con los apóstoles. Vidriera en la capilla de Santa Margarita en el Centro Gillis de Edimburgo (Escocia). Foto: Lawrence OP.

Evangelio: Mateo 6, 7-15

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis. Vosotros orad así:

“Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos han ofenden, no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal”. Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará vuestro Padre celestial, pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas».

Comentario

Podríamos pensar que Jesús está harto de tantas y tantas palabras, de tantas y tantas personas; como si los oídos de Dios estuvieran ya cansados de tanto escuchar. Pero, en realidad, parece más bien preocupado por la ansiedad que vivimos nosotros por ser escuchados: «Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso». Cuando repetimos nuestras súplicas o las multiplicamos es porque percibimos a Dios lejos de nosotros y de nuestras angustias. Por eso, Jesús lo sitúa más cerca de nuestras preocupaciones de lo que nosotros mismos estamos; porque Dios conoce y habita en lo más profundo de nuestro corazón: «No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis».

«Vosotros orad así». Él nos enseña unas palabras, que son las del padrenuestro. No para que Dios, por fin, nos escuche. Pues, el padrenuestro no es un conjuro. Nos enseña esta oración para que sus palabras den forma a nuestro corazón con todas sus ansias y deseos. Porque las palabras del Padre nuestro conducen nuestras peticiones a la confianza en Dios como Padre, a la adoración de su presencia, a la preferencia de su Reino y su voluntad, al descanso en su providencia, al perdón, a la superación de toda tentación y a la libertad frente al mal.