Pa eso están los zapateros - Alfa y Omega

Hace unos años un amigo sacerdote, entonces seminarista, me llevó a ver una catedral del sur de España. Cuando llegamos a la sacristía me impresionaron varios cuadros y tallas, especialmente una de la Virgen, del siglo XVI, de increíble belleza y factura técnica. Atónito, le pregunté qué hacía allí tamaña maravilla y no en un museo, a lo que mi amigo me contestó: «El criterio del obispo es que las obras de arte, en lo posible, no deben sacarse del contexto para el que fueron creadas; en este caso, para que los celebrantes recen a María al vestirse y desvestirse. De lo contrario, aunque la pudieran ver decenas de turistas al día, perdería su verdadero valor».

Hace unas semanas, Antonio Giraldo, concejal en el Ayuntamiento de Madrid, compartía en la red social X una reflexión a propósito de la noticia de que el censo de Venecia había bajado de los 50.000 habitantes, cuando solo 70 años antes superaba los 200.000: «La ciudad sigue donde está, pero la ciudad se va, y lo que queda será solamente la fachada más bonita del mundo. Una joya inerte encapsulada para siempre en el tiempo […]. Una herencia envenenada […]. ¿Quién iba a negar a la ciudad la mayor explosión económica de toda su historia?». Es decir, la clave del éxito de Venecia como destino de turismo de masas, su preservación intacta, es a su vez la causa de su despoblamiento, pérdida de tejido urbano y su paulatina conversión en un mero decorado.

He aquí la dramática paradoja que el obispo de la ciudad sureña supo ver tan bien: el precio a pagar para mantener algo inalterado a lo largo del tiempo es arrancarlo de la corriente que lo ha generado y le da sentido; solo disecándolo o congelándolo se puede mantener a un ser vivo en su forma originaria.

Llevo varios meses enganchado a Manual de Romería, último LP del cantante y compositor asturiano Rodrigo Cuevas. Siguiendo la senda abierta por la gallega Mercedes Peón en su magnífico, ya clásico, Isué (2000), Rodrigo Cuevas ha publicado un disco de folclore asturiano en bable fusionándolo con música electrónica, tropical y rap. Además del éxito de público, Rodrigo Cuevas ha sido galardonado con el prestigioso Premio Nacional de las Músicas Actuales 2023, concedido por el Ministerio de Cultura.

Es inaudito que, en 2023, una propuesta de música tradicional asturiana —¡y cantada en bable!— pueda tener la más mínima repercusión más allá de los hiperespecializados y muy minoritarios círculos musicológicos, y que sea capaz de sacar a bailar a tanta gente y de llenar conciertos. ¿Cómo ha conseguido Rodrigo Cuevas convertir en un producto cool y deseable culturalmente algo que, a priori, estaba destinado a ser un vestigio más, objeto de sesudos análisis antropológicos o etnográficos, académicos o museológicos?

La clave está, a mi entender, en su conocimiento profundísimo de la tradición, fruto de un amor ardiente y de un deseo voraz de dar a conocer a todos lo que a él le conmueve hasta los tuétanos. Cuando, por ejemplo, aborda un canto popular a través de la música electrónica, no lo hace por frivolidad u oportunismo comercial; sabe perfectamente que ambos universos musicales participan del mismo espíritu, que él ha sabido captar: la necesidad de la fiesta y del baile como vehículo de expresión de los sentimientos. El éxito de Rodrigo Cuevas radica en su don para actualizar el valor nuclear del canto tradicional, conectándolo con el espíritu del tiempo del público de nuestra época.

De esta forma, Manual de Romería participa de la misma receta que catapultó a la fama a Triana (El patio, 1975), Camarón de la Isla (La leyenda del tiempo, 1979), Enrique Morente (Omega, 1996) o la mencionada Mercedes Peón: para transmitir una tradición, para mantenerla viva, hay que desfigurarla, destrozarla, haciéndola radicalmente tuya, encarnándola en tu fisonomía. Solo esta paradoja puede dar una vía de salida a la esterilidad a la que conduce la antes citada paradoja de la conservación.

Pero, para que ello no degenere en una caricatura o un pastiche, se requiere un previo sumergirse hasta el fondo en la tradición: «Si quieres deshacerte del entumecimiento, debes someterte humildemente a la disciplina […]. No se puede tocar sin regla. Cuanto más te pliegas a la regla, más libre eres para interpretar e improvisar […]. Si no hay regla, no hay transgresión», sintetizaba la cuestión el pianista ruso Markarov.

La tradición, como indica su etimología, es la entrega de algo vivo, y ese algo solo puede pervivir a través del enamoramiento de quien lo acoge y lo hace suyo para dárnoslo a los demás. Que el miedo a que se rompa la vajilla de la abuela no nos impida seguir usándola en nuestras celebraciones. Porque, como canta Rodrigo Cuevas, «venga baile y venga fiesta, hasta que se rompa el suelo que, si se rompen los zapatos, pa eso están los zapateros».