Queridos, indignados y comprometídisimos lectores: las apariencias engañan. Aguanten el chaparrón que le voy a echar a la compañía durante los cuatro primeros párrafos. Lo bueno viene al final. Los críticos somos así, gente de poco fiar.
Decía Tolkien que era imposible entender bien su obra si se ignoraba que él era católico. Claro que se puede disfrutar como un enano, o como un hobbit, con las aventuras de la Tierra Media, pero solo comprendiendo el alma del autor y adentrándose en el significado de Mateo 6, 21 Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón, podemos aprehender el significado más profundo del texto y hacerle justicia a la biografía y obra del autor. De la misma forma, sería tarea ardua comprender a un pensador como Stephane Hessel si prescindiéramos del ateísmo del que él mismo hacía gala. Por supuesto que el siglo que viene, un dramaturgo podrá llevar al teatro los manifiestos de Hessel y adaptarlos como si fueran autos sacramentales, bajo el pretexto de que es lo que se lleva en esos momentos —¿quién se atreve a pronosticar las modas del siglo XXII?—, pero estaría, en espíritu y letra, traicionando al inspirador de miles de indignados y comprometidos.
Les cuento todo esto, porque el autor y protagonista de Otro gran teatro del mundo, Antonio Muñoz de Mesa, es un dramaturgo tan talentoso como sincero —quizá por eso sea tan bueno— que reconoce haber traicionado a Calderón para proponernos una versión con aires de 15-M y primavera árabe, donde si hay hambre no puede haber paz, los pobres son buena gente y los ricos son unos ignorantes. Es verdad que luego sonríe y dice que él cree que don Pedro no se revolvería en la tumba y que le gustaría esta adaptación del clásico. Son las ventajas de que el difunto no te pueda responder.
Lo que es un hecho, no una opinión, es que Calderón de la Barca escribió la obra como un auto sacramental, para una fiesta religiosa; una fiesta completa en la que los personajes y el autor, aun en medio de un mundo también moribundo como el que aquí se nos presenta, miraban al cielo y reconocían al Creador. Calderón, sin ir más lejos, escribió que «no hay más fortuna que Dios». Esas cosas que les daba por hacer a los sanjuanes, tirsos, santateresas, quevedos, frayluises, lopes y calderones. Esas cosas brillantes como el oro de su siglo. Sin embargo, el autor de este otro mundo, adaptación familiar del clásico en forma de comedia musical, ha decidido que eso de Dios y la religión no es propio del siglo XXI, y para no tomar ningún nombre en vano los borra todos de un plumazo. Adiós muy buenas. Podría haber cuestionado el determinismo de la época y proponer al menos otra visión trascendente de la realidad. En este sentido, nadadenada, como alguno de los personajes inventados para la presente ocasión.
Lástima, porque bajo apariencia de modernidad, contracultura y revolución, la obra se mueve en un mar de corrección política. Hay dibujadas sutiles pinceladas morales, pizcas de necesario ecologismo, moderados cantos de desigualdad. Todo en armonía y equilibrio calculados.
Y dicho todo lo anterior: vayan todos al Matadero Madrid. Muñoz de Mesa coge las hojas y presenta un rábano delicioso. Basado —es un decir— en El gran teatro del mundo, de Calderón de la Barca, Uroc Teatro y el Centro Dramático Nacional nos ofrecen una comedia musical para toda la familia, a partir de los 6-7 años, que ningún aficionado al teatro debería perderse. El mundo cumple 4.554 años y vamos a celebrarlo como-Dios-manda. Es verdad que anda achacoso, pero la ocasión lo merece. Además, para que la fiesta sea completa, entre las musas y otros personajes invitados, se cuela una niña. Tardarán en desprenderse de ella, porque donde se nos cuela directamente es en la memoria y en el corazón.
Técnicamente, es de lo mejor que podemos ver hoy en la cartelera madrileña. Teatro dentro del teatro. Para niños de todas las edades. Con un texto prodigioso, en prosa y verso, inteligente y divertido; unos actores sublimes —que además cantan muy bien—; una escenografía austera donde los vestidos, la iluminación y el sonido lo llenan todo, y la dirección sobria y eficaz de Olga Margallo.
Este sucedáneo de Calderón es una gozada para los sentidos, más allá del manifiesto ideológico que, rimando mayonesa con sorpresa, se nos cuela en el plato. La clave para no indigestarse está, a mi juicio, en no detenerse tanto en el mundo y su pantomima como en el «otro». Esto es otra cosa, otro teatro, otro siglo, otro autor. Del Creador, ya se sabe, que mejor no hablar.
★★★★☆
Paseo de la Chopera, 14
Legazpi
ESPECTÁCULO FINALIZADO