“…y enséñame las letras y los números
que, en su debida proporción, podrían
hacerme disfrutar de tu presencia,
que ultimamente tanto echo de menos”.
(Dios mío, Bloc de otoño, Luis Alberto de Cuenca)
Queridos lectores:
¿Cuándo fue la última vez que tuvieron la necesidad de escribir una carta? Me refiero a una carta con papel, sobre, sello y buzón. Carta con saludo, despedida y postdata. ¡Como olvidarnos de la postdata! Era fundamental en la estrategia epistolar: una campanilla, una alarma para reclamar la atención del remitente. Allí estaba más o menos cifrado el verdadero motivo de la carta. En aquel papel hablábamos de nuestras cosas, las cotidianas y las extraordinarias, de nuestros secretos, de nuestos deseos o de nuestros miedos. No pretendíamos que fuera un género literario. Era una forma de expresarse de la gente corriente. Gente tan normal, pero tan extraordianaria como el protagonista de esta obra, un niño de diez años llamado Óscar.
Óscar. Ya nunca olvidarán este nombre. Hace trece años que lo conocí y desde entonces está en mi vida. Es un compañero fiel. Él me ha hecho recordar mis días en el internado de un colegio religioso, cuando también tenía diez años. Aquellas mañanas de domingo, después de misa. Y me veo allí, encerrado en las cuatro paredes de mi cuarto, delante de unas cuartillas en blanco, experimentando ese mágico ritual de escribir una carta. Es un momento liberador, terapéutico. Dejo volar mi imaginación para fabular otra vida, para ahuyentar el miedo y para espantar la soledad. Y también para reclamar cariño. Cartas a los amigos, a los parientes, a los padres. Cartas para contar lo que no quería o no podía expresar con palabras. Quizá por esto y por muchas cosas más, «Óscar vive en mi y no lo pienso echar».
Este crío con su mochila de cartas me ha removido por dentro. Pero el protagonista es él y no yo. Sus cartas son su fe de vida, su huella, el registro de su existencia. Lo escrito, escrito queda. Ese es su compromiso, su desafío. Pasará el tiempo con su óxido y su herrumbre, pero sus palabras permanecerán. Son un desafío a esa otra palabra tan manida llamada postmodernidad.
He aquí la herencia de Óscar: sus cartas. Su verdad. A partir de este legado reconstruimos y descubrimos su historia, su enfermedad, su lucha y su esperanza. Y es que las cosas son como son y no como nos gustaría que fueran. Así es la materia humana y sus imperfecciones. Lo líquido y lo sólido. La brecha que nos escinde entre lo que somos y lo que deseamos.
Os invito a acompañar a Óscar en su particular via crucis. No es tarea fácil. Y menos para él. Hay que llamar a las cosas por su nombre, a las malas, pero también a todas las maravillas que le rodean. Y llegará la ira, el miedo, la incertidumbre, la rebeldía, ¿y después qué? Amor, mucho amor. Amistad sincera. Optimismo. Juego. Ilusión. Imaginación. Humor a raudales. Coraje. Valentía. Y no desfallecer nunca. Y plantarle cara a la vida, sin perder la inocencia, sin dejar de ser niño. ¡Y esperanza! Hay que estar a la altura de las circunstancias.
Seremos testigos del evangelio de un valiente. Su curiosidad y su asombro nos deslumbran. Óscar habla de lo humano y de lo divino sin dejar títere con cabeza. Y con él de la mano, cual viaje iniciático, llegaremos «al corazón del misterio, para contemplar el misterio». Allí donde todo cobra sentido, donde la vida fluye hasta estremecernos de pura alegría. Óscar se ha transformado.
¿Y nosotros, habitantes de un siglo caótico y virtual, en el que todo vale con tal de que no aflore ningún atisbo de imperfección en nuestras vidas, qué haremos cuando den las luces del patio de butacas? ¿Decirnos que todo era teatro? Si, es cierto. Las palabras de Óscar son pura esencia de teatro. Para eso nacieron. Pero conviene no olvidar que a la luz misteriosa del teatro se ha producido el milagro. El escenario transformado en un retablo luminoso.
Óscar y Mami Rosa vuelve a la cartelera madrileña. Teatro imprescincible, o como ya han dicho algunos espectadores, es «recomendable, por no decir obligatoria; emocionante, conmovedora, por momentos divertida y por momentos sobrecogedora». «Sales con ganas de ser mejor persona». En Arapiles, 16, el teatro de UNIR os espera.
Juan Carlos Pérez de la Fuente
Director de Óscar y Mami Rosa
P. D.: El teatro es una herramienta que tiene Dios para comunicarse con el hombre. (Eusebio Calonge, La Zaranda)