El Congreso Católicos y Vida Pública ha puesto sobre la mesa el ideal de un laicado comprometido con el bien común de la sociedad, actuando conforme a lo que el nuncio, monseñor Fratini, llamó «el programa de las bienaventuranzas». Pero esta vocación de servicio, desde el diálogo con todas las personas de buena voluntad, no puede ser a costa de una pérdida de la identidad, que en última instancia terminaría debilitando la propia acción. Con el lema Yo soy cristiano, la Asociación Católica de Propagandistas y la Fundación San Pablo CEU han animado a los católicos a asumir con orgullo su condición de creyentes en medio de la sociedad, y a defender sin complejos ante las autoridades públicas sus derechos fundamentales, que incluyen poder profesar públicamente la fe sin limitaciones arbitrarias, también en ámbitos como la educación cristiana de los hijos. Por un lado, el manifiesto final del congreso afirma, citando a Benedicto XVI, que «la mejor defensa de Dios y del hombre» es el amor, que no hace acepción de destinatarios. Pero a la vista de que no pocos cristianos esconden su fe «por miedo o vergüenza», el documento reafirma que los valores cristianos son «los cimientos para edificar una sociedad mejor».