Nuestro buen combate - Alfa y Omega

Esperábamos la homilía del Papa en la fiesta de san Pedro y san Pablo. Francisco se ha preguntado qué significan para la Iglesia de hoy dos momentos de la vida de estos apóstoles: aquel en el que el ángel ordena a Pedro que se levante rápido para salir de la prisión, y aquel en el que Pablo rememora su vida, afirmando que ha peleado el buen combate.

Hoy también nosotros estamos llamados a levantarnos y dejarnos guiar por el Señor en los caminos por los que quiera llevarnos. Los cristianos de todas las épocas nos resistimos. Preferimos, dice el Papa, quedarnos sentados a contemplar las pocas cosas seguras que poseemos, en lugar de levantarnos hacia el mar abierto, asustados, quizá, por un mundo que cambia. Sabemos que esta dificultad no se supera por decreto, sino por el entusiasmo que suscita el Señor presente. Caminar con el Señor por los caminos del mundo, a veces agrestes, es lo que plantea el Sínodo que estamos celebrando. Para la Iglesia se trata, ha explicado Francisco, de levantarse rápido, con humildad y libertad, porque vibra con el deseo de llevar el Evangelio a todos.

De san Pablo nos llega la invitación a «pelear el buen combate», un aspecto esencial que no está reñido con el deseo de acoger y dialogar con todos. El anuncio del Evangelio no es neutro, no deja las cosas como están, provoca oposición. No podemos encerrarnos en nuestros bastiones, pero tampoco pretender pasear por un camino de rosas. Citando al cardenal Martini, Francisco ha dicho que «con la Resurrección de Jesucristo ha comenzado una gran batalla entre la vida y la muerte, que no cesará hasta la derrota definitiva de todas las fuerzas del odio y de la destrucción».

La memoria de estos apóstoles es una invitación apremiante a no quejarnos de la Iglesia, sino a comprometernos con ella, con pasión y humildad. A no quedar atrapados en discusiones estériles, sino procurar que la alegría del Evangelio brille allí donde estemos: este es nuestro «buen combate», ha apuntado Francisco. Y lo es de todo el pueblo santo de Dios en comunión con sus pastores, que han heredado de Pedro y Pablo el encargo de Jesús de cuidarlo en su nombre, incluso al precio de su propia vida.