El Papa: los excesos litúrgicos nacen de «un exagerado personalismo»

El Papa: los excesos litúrgicos nacen de «un exagerado personalismo»

«Hay que cuidar la celebración y observar todas las rúbricas», asegura Francisco en una carta para promover la formación litúrgica de los fieles

Redacción
Eucaristía en la parroquia de Robbiano (Lombardía). Foto: AFP / Piero Cruciatti.

El Papa Francisco ha invitado este miércoles a toda la Iglesia a abandonar «las polémicas» en torno a la liturgia para «escuchar juntos lo que el Espíritu dice a la Iglesia» a través de ella. En la solemnidad de los apóstoles Pedro y Pablo, se ha hecho pública la carta apostólica Desiderio desideravi (Ardientemente he deseado) sobre la formación litúrgica del pueblo de Dios. «Guardemos la comunión, sigamos asombrados por la belleza de la liturgia», exhorta Francisco, en un texto que reelabora las proposiciones de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos en su plenaria de febrero de 2019.

Según la oficina de prensa de la Santa Sede, el texto «sigue» a la dirigida a los obispos con ocasión de la publicación del motu proprio Traditionis custodes. La primera finalidad de Traditionis era proseguir «en la constante búsqueda de la comunión eclesial» en torno a la única expresión de la lex orandi del Rito Romano, que se expresa en los libros de la reforma litúrgica querida por el Concilio Vaticano II.

«Desde los inicios, la Iglesia ha sido consciente» de que la liturgia no es «una representación, ni siquiera sagrada, de la Cena del Señor». Iluminada por el Espíritu Santo, «ha comprendido que aquello que era visible de Jesús, lo concreto del verbo encarnado, ha pasado a la celebración de los sacramentos», subraya el Pontífice.

La reforma del Vaticano II

Por ello, «quisiera que la belleza de la celebración cristiana y de sus necesarias consecuencias en la vida de la Iglesia no se vieran desfiguradas por una comprensión superficial y reductiva de su valor o, peor aún, por su instrumentalización al servicio de alguna visión ideológica, sea cual sea».

Las tensiones «desgraciadamente presentes en torno a la celebración» no son «una simple divergencia entre diferentes sensibilidades», sino que «la problemática es, ante todo, eclesiológica». «No veo cómo se puede decir que se reconoce la validez del Concilio —aunque me sorprende un poco que un católico pueda presumir de no hacerlo— y no aceptar la reforma litúrgica», que «expresa la realidad de la liturgia en íntima conexión con la visión de la Iglesia» que el concilio manifestó.

«Debemos al Concilio —y al movimiento litúrgico que lo ha precedido— el redescubrimiento de la comprensión teológica de la liturgia y de su importancia en la vida de la Iglesia». Tanto la «no aceptación de la reforma» como «una comprensión superficial de la misma» distraen de responder a la pregunta de «cómo podemos crecer en la capacidad de vivir plenamente la acción litúrgica».

Frente al individualismo y el subjetivismo

Recuperando sus repetidas advertencias contra el pelagianismo y el gnosticismo como manifestaciones de «mundanidad espiritual», el Santo Padre previene contra el peligro del individualismo y el subjetivismo en la liturgia. La liturgia es «el antídoto más eficaz contra estos venenos». Frente al gnosticismo y el subjetivismo, «nos libera de la prisión de una autorreferencialidad alimentada por la propia razón o sentimiento: la acción celebrativa no pertenece al individuo sino a Cristo-Iglesia».

Es también remedio frente al pelagianismo, pues «nos purifica proclamando la gratuidad del don de la salvación recibida en la fe», y no «ganada con nuestras fuerzas». Para que este antídoto sea eficaz, es necesario redescubrir continuamente la belleza de la liturgia. Algo que no es «la búsqueda de un esteticismo ritual, que se complace solo en el cuidado de la formalidad exterior de un rito, o se satisface con una escrupulosa observancia de las rúbricas».

Francisco critica en la misma medida el extremo contrario, que «confunde lo sencillo con una dejadez banal, lo esencial con la superficialidad ignorante, lo concreto de la acción ritual con un funcionalismo práctico exagerado». Dentro del ars celebrandi tampoco «puede pensarse en una fantasiosa —a veces salvaje— creatividad sin reglas. El rito es en sí mismo una norma, y la norma nunca es un fin en sí misma» sino que está en función de una realidad superior.

Entre dos extremos

Pensando en celebraciones de las que ha sido testigo, el Santo Padre enumera una serie de posibles extremos: «Rigidez austera o creatividad exagerada; misticismo espiritualizador o funcionalismo práctico; prisa precipitada o lentitud acentuada; descuido desaliñado o refinamiento excesivo; afabilidad sobreabundante o impasibilidad hierática». Aunque muy distintos, todos nacen de «un exagerado personalismo en el estilo celebrativo que, en ocasiones, expresa una mal disimulada manía de protagonismo».

Y prosigue: «Seamos claros: hay que cuidar todos los aspectos de la celebración (espacio, tiempo, gestos, palabras, objetos, vestiduras, cantos, música…) y observar todas las rúbricas». Lo contrario, sería «robar» a la asamblea «el misterio pascual». Pero la calidad y el seguimiento de las normas «no sería suficiente para que nuestra participación fuera plena».

Siendo consciente de cómo actúa el Espíritu Santo en cada celebración, esta queda libre de «los subjetivismos, que son el resultado de la prevalencia de las sensibilidades individuales, y de los culturalismos, que son incorporaciones sin criterio de elementos culturales que nada tienen que ver con un correcto proceso de inculturación».

El reto de entender los símbolos

Dentro del empeño por ayudar a «crecer en la capacidad de vivir plenamente la acción litúrgica», Francisco reconoce que esto supone hoy un reto porque «el hombre ha perdido la capacidad de confrontarse con la acción simbólica». Sin embargo, «no se puede renunciar» al lenguaje simbólico, porque «es el que la Santísima Trinidad ha elegido para llegar a nosotros en la carne del Verbo».

Entre sus recomendaciones, el Pontífice pide que en los seminarios se muestra conexión de todas las materias de la formación teológica con la liturgia. También que en ellos se pueda experimentar una celebración «no solo ejemplar desde el punto de vista ritual, sino auténtica, vital, que permita vivir esa verdadera comunión con Dios».

Por otro lado, exhorta a difundir los avances en el estudio de la liturgia fuera del ámbito académico, de forma accesible, para que los creyentes conozcan mejor el sentido teológico de la liturgia, su desarrollo y comprendan los textos y los rituales. La celebración no implica solo al celebrante. Toda la asamblea está llamada a vivir la liturgia realizando «todos juntos el mismo gesto» que corresponde en cada momento: reunirse, caminar en procesión, sentarse, estar de pie, arrodillarse, cantar, mirar, escuchar. Y, de forma muy importante, estar en silencio en los momentos claves en los que este está prescrito.