Nuestro amor de cada día - Alfa y Omega

Nuestro amor de cada día

Más de 10 mil parejas de novios participaron el viernes de la semana pasada en un encuentro con el Papa en la Plaza de San Pedro con motivo de la fiesta de San Valentín, con el lema La alegría del «Sí» para siempre. El Papa Francisco, en respuesta a las preguntas de tres parejas de novios, les dijo cómo vencer el miedo al para siempre: «confiándose al Señor Jesús en un camino espiritual cotidiano». También subrayó que «un matrimonio no tiene éxito sólo si dura, sino que es importante su calidad: estar juntos y saberse amar para siempre es el desafío de los esposos cristianos»

Papa Francisco
‘Es la presencia de Jesús la que ofrece el vino nuevo, y es Él el secreto de la alegría plena’

Santidad, muchos piensan que prometerse fidelidad para toda la vida es un proyecto demasiado difícil, demasiado exigente, casi imposible. Le pedimos su palabra para iluminarnos sobre esto.

Es importante preguntarse si es posible amarse para siempre. ¿Es posible amarse para siempre? Hoy, muchas personas tienen miedo de hacer elecciones definitivas. Es un gran temor generalizado, propio de nuestra cultura. Hacer elecciones para toda la vida parece imposible. Hoy, todo cambia rápidamente, nada dura mucho… Y esta mentalidad lleva a muchos que se preparan al matrimonio a decir: Estamos juntos mientras dure el amor. ¿Y después? Nos despedimos y hasta luego… Y termina así el matrimonio.

¿Qué es el amor? ¿Sólo un sentimiento, un estado psicofísico? Si es esto, no se puede construir nada sólido sobre él. Pero si el amor es una relación, entonces es una realidad que crece, y podemos también decir que se construye como una casa. ¡Crece y se construye como una casa! ¡Y la casa se construye juntos, no solos!

Construir significa favorecer y ayudar al crecimiento. Queridos novios, vosotros os estáis preparando para crecer juntos, para construir esta casa, para vivir juntos para siempre. No queráis fundarla sobre las arenas de los sentimientos que van y vienen, sino sobre la roca del amor verdadero, el amor que viene de Dios. La familia nace de este proyecto de amor, que quiere crecer como si construyerais una casa, un lugar de afecto, de ayuda, de esperanza, de apoyo. Como el amor de Dios es estable y para siempre, así también el amor que funda la familia queremos que sea estable y para siempre. ¡Por favor, no tenemos que dejarnos vencer por la cultura de lo provisorio!

Por lo tanto, ¿cómo se cura este miedo al para siempre? Este miedo al para siempre, ¿cómo se cura? Se cura día a día, confiándose al Señor Jesús en una vida que se hace camino espiritual cotidiano, hecho de pasos, pasos pequeños, pasos de crecimiento común, hecho de empeño para transformarse en hombres y mujeres maduros en la fe. Porque, queridos novios, el para siempre no es sólo una cuestión de duración. Un matrimonio no tiene éxito sólo si dura, sino que es importante su calidad. Estar juntos y saberse amar para siempre es el desafío de los esposos cristianos.

Me viene a la mente el milagro de la multiplicación de los panes: también para vosotros, el Señor puede multiplicar vuestro amor y donároslo fresco y bueno cada día. ¡Tiene una reserva infinita! Él os dona el amor que es fundamento de vuestra unión; y cada día lo renueva, lo refuerza. Y lo hace todavía más grande cuando la familia crece con los hijos. En este camino es importante -es necesaria- la oración, ¡siempre! ¡Él por ella, ella por él, y los dos juntos! Pedid a Jesús que multiplique vuestro amor. En la oración del Padrenuestro, digamos así: Señor, danos hoy nuestro «amor» de cada día. ¡Porque el amor cotidiano de los esposos es el pan! ¡El verdadero pan del alma, aquel que os sostiene para ir adelante! Y la oración. ¿Podemos hacer la prueba para saber si sabemos hacerla? Señor, danos hoy nuestro «amor» de cada día. ¡Todos juntos!: Señor, danos hoy nuestro «amor» de cada día. ¡Otra vez!: Señor, danos hoy nuestro «amor» de cada día. Ésta es la oración de los novios y de los esposos. ¡Señor, enséñanos a amarnos, a querernos mucho! Cuanto más os confiéis a Él, más será vuestro amor para siempre, capaz de renovarse, y de vencer cada dificultad.

Santidad, vivir juntos todos los días es bello, pero es un desafío que afrontar. Hay un estilo de vida de pareja, una espiritualidad de lo cotidiano que queremos aprender ¿Puede ayudarnos en esto, Santo Padre?

Vivir juntos es un arte, un camino paciente, bello y fascinante. No termina cuando os habéis conquistado uno al otro… ¡Al contrario, es justamente allí cuando inicia! Este camino de cada día tiene reglas que podéis resumir en estas tres palabras que he repetido tantas veces a las familias: permiso, gracias y perdón.

Permiso es la petición gentil para poder entrar en la vida de alguien con respeto y atención. Es necesario aprender a pedir permiso: ¿Puedo hacer esto? ¿Te gusta que hagamos así, que tomemos esta iniciativa, que eduquemos así a nuestros hijos? ¿Quieres que esta tarde salgamos? Pedir permiso significa saber entrar con cortesía en la vida de los otros. Pero escuchad bien esto: ¡saber entrar con cortesía en la vida de los otros no es fácil! A veces, en cambio, se usan maneras un poco pesadas. El amor verdadero no se impone con dureza ni agresividad. En las Florecillas de san Francisco se encuentra esta expresión: «La cortesía es la hermana de la caridad, la cual apaga el odio y conserva el amor». Sí, la cortesía conserva el amor. Y hoy, en nuestras familias, en nuestro mundo, frecuentemente violento y arrogante, hay necesidad de mucha más cortesía. Y esto puede comenzar desde casa.

Gracias. Parece fácil pronunciar esta palabra, pero no es así… ¡La enseñamos a los niños, pero después la olvidamos! La gratitud es un sentimiento importante. ¿Recordáis el evangelio de Lucas? Jesús cura diez enfermos de lepra y después sólo uno vuelve atrás a dar las gracias a Jesús. Y el Señor dice: «¿Los otros nueve dónde están?» ¿Esto no vale también para nosotros? ¿Sabemos agradecer? En vuestra relación, y mañana en la vida matrimonial, es importante tener viva la conciencia de que la otra persona es un don de Dios; y a los dones de Dios se dice: Gracias ¡A los dones de Dios se dice: Gracias! Y en esta actitud interior, decirse gracias mutuamente por cada cosa. No es una palabra gentil para usar con los extraños, para ser educados. Es necesario saberse decir Gracias, para ir adelante, bien, juntos en la vida matrimonial.

Perdón. En la vida cometemos muchos errores, muchas equivocaciones. Todos lo hacemos. ¿Pero quizás aquí hay alguno que nunca haya cometido algún error? ¡Que levante la mano si hay uno aquí, una persona que jamás se haya equivocado! ¡Todos lo hacemos! ¡Todos! No hay un día en que no nos equivoquemos. La Biblia dice que el más justo peca siete veces al día. Y así, cometemos errores… Aquí está, entonces, la necesidad de usar esta simple palabra: perdón.

En general, cada uno de nosotros está listo para acusar al otro y para justificarse a sí mismo. Acusar al otro para no pedir disculpas, perdón, ¡es una vieja historia! Es un instinto que está en el origen de muchos desastres.

Aprendamos a reconocer nuestros errores y a pedir perdón. Perdona si hoy alcé la voz; Perdona si pasé sin saludar; Perdona si hoy se me hizo tarde; Perdona si esta mañana estuve silencioso, si he hablado demasiado sin escuchar nunca; Perdona, me olvidé; Perdona, estaba enojado y la tomé contigo… ¡Tantos Perdona al día podemos decir! También así crece una familia cristiana. Sabemos todos que no existe una familia perfecta, ni el marido perfecto, o la mujer perfecta. Existimos nosotros, pecadores. Jesús, que nos conoce bien, nos enseña un secreto: no terminar nunca un día sin pedirnos perdón, sin que la paz vuelva a nuestra casa, a nuestra familia. Es habitual pelear entre esposos, siempre hay algo: nos hemos peleado… Quizás os habéis enojado, quizás han volado los platos, pero, por favor, recordad esto: ¡nunca terminéis el día sin hacer la paz! ¡Nunca, nunca, nunca! Éste es el secreto, un secreto para conservar el amor y para hacer las paces. No es necesario un gran discurso: a veces, un gesto así…, y se hacen las paces. Nunca terminar el día sin hacer las paces, porque aquello que tienes dentro al día siguiente es frío y duro, y es más difícil hacer las paces. Recordad bien: ¡nunca terminar el día sin hacer las paces!

Si aprendemos a pedirnos perdón y a perdonarnos mutuamente, el matrimonio durará y andará adelante. Cuando vienen a las audiencias o a la misa aquí a Santa Marta los ancianos esposos que celebran sus Bodas de Oro, yo les hago la pregunta: «¿Quién soportó a quién?» ¡Es lindo eso! Todos se miran, me miran y me dicen: «¡Ambos!» ¡Es lindo eso! ¡Qué lindo testimonio!

Santidad, en estos meses, estamos haciendo muchos preparativos para nuestra boda. ¿Puede darnos algún consejo para celebrar bien nuestro matrimonio?

Haced de modo que sea una verdadera fiesta, porque ¡el matrimonio es una fiesta, una fiesta cristiana, no una fiesta mundana! El motivo más profundo de la alegría de aquel día lo indica el evangelio de Juan: ¿recordáis el milagro de las Bodas de Caná? A un cierto punto, el vino se acaba y la fiesta parece arruinarse. Imaginaos terminar la fiesta tomando té… ¡No, no va! ¡Sin vino no hay fiesta! Por sugerencia de María, en aquel momento, Jesús se revela por primera vez y hace un signo: Jesús transforma el agua en vino y, con eso, salva la fiesta del casamiento.

Cuanto ha sucedido en Caná, dos mil años atrás, sucede en realidad en cada fiesta nupcial: eso que hace lleno y profundamente verdadero vuestro matrimonio es la presencia del Señor que se revela y dona su gracia. Es su presencia que ofrece el vino nuevo, y es Él el secreto de la alegría plena, aquella que llena realmente el corazón. ¡Es la presencia de Jesús en aquella fiesta! ¡Que sea una bella fiesta, pero con Jesús! ¡No con el espíritu del mundo! ¡No!

Al mismo tiempo, está bien que vuestro matrimonio sea sobrio y haga resaltar aquello que es realmente importante. Algunos están más preocupados por los signos exteriores, por el banquete, por las fotos, por la ropa, por las flores… Son cosas importantes en una fiesta, pero sólo si son capaces de indicar el verdadero motivo de vuestra alegría: aquella bendición del Señor sobre vuestro amor. Haced de modo que, como el vino de Caná, los signos exteriores de vuestra fiesta revelen la presencia del Señor y os recuerden a vosotros y a todos los presentes el origen y el motivo de vuestra alegría.

El matrimonio es también un trabajo de todos los días, y podría decir un trabajo artesanal, un trabajo de orfebrería, porque el marido tiene la tarea de hacer más mujer a su mujer, y la mujer tiene la tarea de hacer más hombre a su marido. Crecer también en humanidad, como hombre y como mujer. Esto se hace entre vosotros, esto se llama crecer juntos. ¡Pero esto no viene del aire! El Señor lo bendice, pero viene de vuestras manos, de vuestras actitudes, del modo de vivir, del modo de amarse. ¡Hacerse crecer! Siempre procurar que el otro crezca, hacernos crecer juntos, uno al otro. ¡Y los hijos tendrán esta herencia de haber tenido un papá y una mamá que han crecido juntos, haciéndose uno al otro más hombre y más mujer!

Los consejos del Papa para una buena vida matrimonial

• «Es necesaria la oración, ¡siempre! Él por ella, ella por él, y ambos juntos».

• «Es necesario aprender a pedir permiso: ¿Puedo hacer esto? ¿Te gusta que hagamos así, que tomemos esta iniciativa? ¿Quieres que esta tarde salgamos?».

• «En la vida matrimonial, es importante tener viva la conciencia de que la otra persona es un don de Dios; y a los dones de Dios se dice: ¡Gracias!».

• «Jesús, que nos conoce bien, nos enseña un secreto: no terminar nunca un día sin pedirnos perdón, sin que la paz vuelva a nuestra casa, a nuestra familia. ¡nunca terminéis el día sin hacer la paz!».

• «El matrimonio es un trabajo de todos los días, un trabajo artesanal, un trabajo de orfebrería. El marido tiene la tarea de hacer más mujer a su mujer, y la mujer tiene la tarea de hacer más hombre a su marido».