Nuestro mundo se caracteriza por mirar excesivamente al suelo y tener dificultad para elevar los ojos al cielo. El hombre actual está centrado en esta vida y en este mundo, sin interesarse por lo que le espera después de la muerte. Se resiste a pensar y hablar de esta realidad segura; tiene alergia a pensar en lo que le espera en la otra vida, que es real. Pero, por mucho que el hombre se empeñe en olvidarse de la muerte y de la vida después de la muerte, el devenir diario nos lo recuerda frecuentemente: la muerte de una persona que queremos, enfermedades terminales, etc. La muerte convive con nosotros y nos marca de manera contundente la existencia.
La Iglesia dedica este mes de noviembre a reflexionar sobre las postrimerías (la muerte, el juicio particular, la resurrección, el purgatorio, el infierno). Noviembre pone ante nuestra vida, para que reflexionemos, el hecho de que la muerte es una realidad de la que no podemos olvidarnos, y a la que no debemos temer. A todos nos llegará el día, pero no sabemos cuándo será el momento en el que tendremos que comparecer ante Dios, y Él nos pedirá cuentas de cómo hemos aprovechado nuestra vida terrena, cómo hemos administrado la multitud de gracias recibidas, cómo hemos aprovechado las oportunidades de llegar a ser buenos hijos suyos.
No olvidemos que somos ciudadanos de otro mundo y peregrinos hacia la Vida; el nuestro no es un destino fatal en el que todo acaba con la muerte, sino la Vida sin fin en la que seremos absolutamente felices para siempre; Dios nos tiene preparado algo tan hermoso que ni el ojo vio ni el oído oyó ni el corazón del hombre pudo comprender lo que Dios tiene preparado para los que le aman.
Pensar en la Vida tras la muerte no tiene que entristecernos, ni paralizarnos, ni hacernos vivir sin compromiso con un mundo mejor, sino todo lo contrario. La vida aquí en la tierra adquiere auténtico sentido si sabemos que no termina, que se transforma en otra mejor en la que ya no es posible ni el dolor ni el sufrimiento, sino la felicidad para siempre. Aprovechemos este mes de reflexión sobre las postrimerías para que, cuando nos llame el Señor, estemos preparados y con las lámparas de la fe encendidas.