Queridos diocesanos:
Mientras leía un sencillo y bello libro, que tiene por título «Lectio divina sobre los gestos de Jesús», recodé lo que a veces sucede entre nosotros: últimamente, en diversas ocasiones me preguntáis, del mismo modo que yo también os lo pregunto: ¿Qué le parece a usted el Papa Francisco? Enseguida me vino a la memoria que solemos evocar sus gestos. Es por eso que me permito ahora poner por escrito una síntesis de nuestros comentarios. Lo voy a hacer con una carta, en la que juntos nos dirigiremos al Santo Padre con sencillez y familiaridad. Aunque sabemos que nunca la llegará a leer, nos sumamos, con ella, a los que le alientan en su ministerio.
«Nos gustan tus gestos, Papa Francisco. En ellos, que son bellísimos, humanos y muy divinos, vemos el reflejo de tu vida interior, de tus convicciones de fe, de tu modo de sentirte cristiano entre tus hermanos, sacerdote a su servicio y Papa para darle un nuevo rumbo a la Iglesia. Tus gestos son un estilo nuevo para el anuncio del Evangelio, en el que el testimonio tiene una fuerza especial. Tus gestos son la expresión de una existencia cercana, sencilla, a pie de calle, como la del Maestro. No entendemos por qué se arma tanto alboroto porque hagas lo que hace todo el mundo y vayas a graduarte la vista a una óptica de la ciudad en la que vives.
Te podemos asegurar que los sencillos te entienden desde el primer día, desde que te vieron en aquel balcón del Vaticano, que siempre recordaremos tan cercano y entrañable. Créetelo, cuando hablamos de ti en nuestra diócesis, enseguida se descubre que todos vamos guardando, como un tesoro, las imágenes de lo que te vemos hacer; todos vemos en ti lo que sólo los humildes pueden ver: esas cosas que están ocultas a los sabios y a los poderosos. Todos entendemos que con tus gestos anuncias, pero también denuncias. Con cada uno de ellos mueves más conciencias que con montañas de palabras. Con cada gesto preparas la reforma de la Iglesia, la que estás haciendo con una extraordinaria prudencia, al tiempo que con una no menor y extraordinaria audacia.
Quizás por eso, tus gestos sorprendentes son siempre una señal para el debate, ese que nunca estuvo tan abierto y nunca fue tan directo a la persona del Papa, como lo está siendo en este momento. Supongo que sabes que algunos no te entienden; pero estamos convencidos de que tú consideras que están en su derecho. Nosotros pensamos lo mismo; pero les recomendaríamos que vieran en lo que haces tu aportación, como maestro y pastor, al anuncio del Reino. Así te entenderían mejor.
Para aquellos a los que les cuesta entenderte, es posible que tus gestos sólo sean anécdotas; y de un modo especial para los que se empeñan también en quitarle valor a tus palabras, siempre tan claras y transparentes. Según parece, para éstos lo sencillo está reñido con el magisterio. Sin embargo, son muchos más los que saben que hay una maravillosa coherencia entre lo que haces y lo que dices, sobre todo cuando utilizas ese lenguaje coloquial, tan cercano al sensus fidei de la gente, con el que a veces llega tu palabra.
De cualquier modo, querido Papa Francisco, gracias por ser libre. Eso siempre es muy difícil, y lo es mucho más cuando el ministerio tiene tantos condicionantes históricos, sociales, rituales y un larguísimo etcétera. Hablando, por cierto, de la libertad, nos consta que tú le sueles decir a quienes tienen que intervenir en ciertos eventos eclesiales que sean libres en sus juicios y en sus opiniones. Eso evidentemente es de un extraordinario valor humano y, por supuesto, social. Pero tú quieres que la libertad sea un valor espiritual. En la marcha de la Iglesia, la libertad ha sido, es y será siempre una condición imprescindible para la fidelidad al Espíritu Santo, hacedor de todas las decisiones. Es verdad que en ocasiones la libertad se ha reprimido; y, por ello, se ha tenido que pedir perdón tantas veces.
Dentro de muy poco tiempo se va a celebrar un Sínodo, en el que estamos convencidos de que se van a hacer importantísimas reflexiones pastorales y del que llegarán nuevas orientaciones y opciones para el desarrollo de la vocación y misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo. Preparando ese acontecimiento, llevamos ya mucho tiempo en plena «precampaña». De un lado y de otro se está tirando de la cuerda con criterios e ideas y, por supuesto, se están creando tensiones, como siempre ha sucediendo en cada uno de los eventos que se han celebrado en la Iglesia: concilios, sínodos, asambleas, etc. No le quitamos ningún valor a lo que se está haciendo, ni siquiera al interés de algunos por condicionar este acontecimiento eclesial. Seguramente eso va a provocar una reflexión más matizada y perfilada.
Tú has sido el primero que les has pedido a los padres sinodales que sean libres cuando tengan que plantear los problemas y hacer sus propuestas. Con ello, queremos interpretar que les has recordado que no se olviden de que ellos tienen la gracia y el honor de ser el penúltimo eslabón de una gestión que el Espíritu Santo hace continuamente en la Iglesia; también con la convocatoria, desarrollo y celebración del Sínodo de los Obispos. Teniendo esto en cuenta, algo fallaría en el sínodo si no hubiera espacio para la «parresía» y, si llegara, para la sorpresa, consecuencias ambas de la libertad del Espíritu.
De cualquier modo, Santo Padre, volvemos al comienzo de esta carta: «sentimos que suceda lo que suceda en el sínodo, por tu ejemplo, lo que salga de él va a aproximar un poco más el amor de Dios a la tierra, a la vida, a los sentimientos, a los dolores, a las inquietudes, al camino errante, y también errabundo, de los seres humanos. Porque, eso sí: se haga lo que se haga en la Iglesia en favor del hombre, ya no va a faltar nunca la compasión, la entrañable misericordia que tú nos estás mostrando».
Espero que estéis de acuerdo conmigo en lo que le digo al Papa Francisco en nombre de todos, y deseo que el afecto y el respeto que le profesa vuestro obispo nunca le falte de vuestra parte.
Con mi afecto y bendición.