«No vamos al desierto a desconectar, sino para llevar nuestra vida a Dios» - Alfa y Omega

«No vamos al desierto a desconectar, sino para llevar nuestra vida a Dios»

De entre los hijos espirituales de Carlos de Foucauld, canonizado este domingo, ha surgido recientemente el Monacato Secular Tabor, que conjuga la contemplación monástica con una mentalidad profundamente laical

José Calderero de Aldecoa
Los miembros de la asociación fundada por D’Ors realizan ejercicios de nueve días en estricto silencio. Foto: Amigos del Desierto.

Tras su encuentro con Dios, Carlos de Foucauld se retiró al desierto del Sáhara para estar cerca de los tuareg y allí fue asesinado el 1 de diciembre de 1916 por la tribu Senoussistes. Murió sin un solo discípulo que siguiera sus pasos, a pesar de que los buscó con ahínco. «Únanse a mí, ayúdenme en mi trabajo, recen conmigo por todas estas almas del Sáhara, de Marruecos, de Argelia», pedía.

Pero lo que no vio en vida, lo ha visto en la eternidad. De hecho, a su inminente canonización, que tendrá lugar este domingo, 15 de mayo, asistirá un grupo de Amigos del Desierto, asociación privada de fieles fundada por el sacerdote y escritor Pablo D’Ors en 2014 y que tiene al próximo santo como padre espiritual, y del Monacato Secular Tabor, una novedosa forma de vida para laicos consagrados que ha surgido dentro de esta misma asociación.

«En 2017 un grupo de Amigos del Desierto empezaron a ver que se querían consagrar». Y tres meses después, «durante unos ejercicios contemplativos [nueve días de estricto silencio en el monasterio de San José de las Batuecas, con ocho horas diarias de meditación], D’Ors dedicó la última charla a hablar del monacato secular». Pero «no fue algo que llevase preparado, sino que empezó en aquel mismo instante a dar forma a esa inquietud de consagración que había surgido unos meses antes entre los laicos», asegura Ana Domínguez, una profesora de Fuengirola, casada y madre de tres hijos, que estuvo presente. Pocas horas antes, el fundador de Amigos del Desierto había otorgado a Domínguez un «nombre de religión», Ana de la Maternidad. «Reconozco que, al principio, no me gustó nada», pero, después, «tuve una revelación y vi cómo Dios me estaba llamando a ser madre contemplativa», rememora la que hoy es priora del Monacato Secular Tabor.

Después de aquellos días de retiro, los participantes de esta nueva realidad, que conjuga la contemplación propia de la vida monástica con una mentalidad profundamente secular y laical, comenzaron a redactar la Regla de la Montaña, que, de forma similar a la de san Benito, recoge el estilo de vida de sus miembros. «Comienza con la reflexión del Evangelio de la Transfiguración y recoge nuestra espiritualidad y nuestra forma de vida. Ahora, por ejemplo, acabamos de añadir un nuevo capítulo sobre la escucha», explica Ana de la Maternidad.

Allí también están recogidas las siete conexiones espirituales diarias a las que se comprometen los miembros de este monacato, que incluye la práctica de la meditación o la Eucaristía. «Son pequeños momentos a lo largo del día que nos permiten volver a conectar con Dios. Pero no es una forma de alejarse del mundo. Nosotros no nos vamos al desierto para desconectar, para buscar la paz, sino para llevar toda nuestra vida, nuestros quehaceres diarios, a Dios», subraya la priora.

En la actualidad, el Monacato Secular Tabor cuenta con diez personas consagradas, once postulantes y seis aspirantes. El escritor y colaborador de Alfa y Omega Jesús Montiel es uno de ellos. «Estaba un poco huérfano y buscaba una realidad en la que me sintiera cómodo. Conocí a los Amigos del Desierto y luego surgió el monacato secular. A mí siempre me ha atraído la idea del monje, que busca unificarse interiormente y vivir estando en el mundo pero sin ser del mundo», asegura Montiel, quien también reconoce que no es fácil seguir una regla para alguien que tiene una familia numerosa. «Llevo varios meses siguiéndola y procuro adaptarla a mis circunstancias», añade el escritor, que en breve espera poder acceder al postulantado.