No se ponga celoso el sano del enfermo
El Papa ha ofrecido una respuesta realista y esperanzadora a la crisis sin precedentes que atraviesan hoy las familias
Resulta sorprendente la capacidad de Francisco para hacer que un documento estrictamente fiel a una doctrina de dos mil años resulte rompedor. Esto se debe fundamentalmente a dos factores: Amoris laetitia (La alegría del amor) ofrece una respuesta realista y esperanzadora a la crisis sin precedentes que atraviesan las familias, y subraya el sentido original de la doctrina católica, que, antes que con un código normativo cerrado, se identifica con una persona, Jesús de Nazaret, en quien la ley divina alcanza su perfección y se revela como camino para la salvación y la felicidad del ser humano. Repetir machaconamente una serie de principios morales, por verdaderos que sean, no puede generar más que rechazo en quien vive de espaldas a ellos. Esa actitud nos hace parecer prepotentes, hipócritas, insensibles, y a lo sumo sirve para reafirmarnos ante nuestro propio grupo, puesto que tocar el corazón del otro queda por esta vía descartado. La salida misionera que pide Francisco supone acercarse al otro sin juzgar, con una actitud de respeto y misericordia, con paciencia, conscientes de que todos sin excepción estamos necesitados de la gracia. Hemos sido justificados por Cristo, no por nuestros méritos, y por ello hay que extremar la cautela antes de levantar contra nadie el dedo acusador. Es más bien compasión lo que deberían suscitar las incontables víctimas de una cultura enemiga de la familia, que promete las más altas cotas de libertad y termina generando soledad y sufrimiento, especialmente a los más débiles, ya sean niños, ancianos, discapacitados o extranjeros sin recursos. Allí donde hay desgarros humanos debe estar la Iglesia, a la que el Papa compara hoy con un hospital de campaña. La llamada a salir va dirigida a todos, desde los obispos a las familias cristianas. Resulta llamativo que algunos sectores, minoritarios pero significativos, se escandalicen por que se preste una atención especial a las personas en estas situaciones. Como resumía gráficamente a este semanario el cardenal Blázquez al término del Sínodo extraordinario de 2014, «el médico es para los enfermos… ¡El sano no se ponga celoso porque atiende al enfermo!».