No llores - Alfa y Omega

No llores

Martes de la 24ª semana de tiempo ordinario / Lucas 7, 11-17

Carlos Pérez Laporta
Resurrección del hijo de la viuda de Naín. James Tissot. Museo de Brooklyn, Nueva York, Estados Unidos.

Evangelio: Lucas 7, 11-17

En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naín, y caminaban con él sus discípulos y mucho gentío.

Cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba.

Al verla el Señor, se compadeció de ella y le dijo:

«No llores».

Y acercándose al ataúd, lo tocó (los que lo llevaban se pararon) y dijo:

«¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!».

El muerto se incorporo y empezó a hablar, y se lo entregó a su madre.

Todos, sobrecogidos de temor, daban gloria a Dios, diciendo:

«Un gran Profeta ha surgido entre nosotros», y «Dios ha visitado a su pueblo.»

Este hecho se divulgó por toda Judea y por toda la comarca circundante.

Comentario

No llores. ¿Quién en su sano juicio sería capaz de negarle el derecho a llorar a una madre que acaba de perder a su hijo? ¿Quién sería tan despiadado? Solo alguien con el corazón congelado. Solo alguien para quien el amor, y ni siquiera la vida, mereciera la pena. La madre llora porque el amor no está hecho a la muerte; esa madre llora porque el amor está hecho para la eternidad. Amar a alguien es decirle tú no puedes morir, escribió Gabriel Marcel. Fuerte es el amor como la muerte, dice el Cantar de los Cantares.

Pero lo más seguro es que Jesús esté diciendo precisamente eso. «No llores porque tu amor no se va a decepcionar. No llores porque vas a ser consolada de tu dolor. No llores porque tu hijo existe, y nunca dejará de existir. Llora, si quieres, por el dolor de la separación, pero que la desesperación no se apodere de ti. No llores desconsolada. Llora esperanzada. Porque yo estoy aquí y soy la Resurrección y la vida. Soy la vida de tu hijo».

Después hizo el milagro. Aquella mujer recuperó a su hijo. Pero ella, que sabía que su hijo no era inmune a la muerte, sabía también que ya nunca llegaría a perderlo. Su hijo le había sido devuelto, pero no igual que antes. Era más suyo que nunca. Ese día esta madre pudo amar sin tapujos a su hijo. Pudo amar a su hijo sabiendo que no moriría.