No estar es también una manera de estar
Benedicto XVI estuvo apenas 72 horas en Cuba, pero el impacto de su viaje apostólico ha sido profundo. Ocurrió, también, en 1998 con la primera visita de un Pontífice a la isla. Bien es cierto que, entonces, los protagonistas fueron Juan Pablo II y Fidel Castro, dos personalidades contrapuestas, capaces de movilizar a millones de personas en todo el mundo. Escribe el profesor Ignacio Uría, profesor de la Universidad de Navarra e investigador de las Universidades norteamericanas de Georgetown y Miami, autor también de Iglesia y revolución en Cuba (ed. Encuentro)
Esta vez han sido tres días, pero de gran exigencia para un Benedicto XVI a punto de cumplir 85 años. El programa se desarrolló según lo previsto: Misas multitudinarias, desplazamientos cortos y mucha diplomacia. No hubo, que se sepa, entrevista con Chávez, ni encuentro con la oposición.
En Santiago de Cuba, capital espiritual de la isla, el Papa recordó que la esencia del cristianismo es perdonar y ser perdonado. Allí rezó por los presos y las familias, e insistió en que la Iglesia católica no es un partido ni un poder. En La Habana tuvo palabras contundentes contra el embargo norteamericano y la falta de libertad religiosa, que es mucho más que la actual libertad de culto. Necesita, por ejemplo, libertad de enseñanza —un derecho que la Revolución niega desde hace 50 años— y también libertad de expresión, tanto para manifestarse en la calle, como para disentir sin violencia.
Más presencia pública
Si se analizan con calma los discursos y declaraciones, las homilías y los silencios, se llega a varias conclusiones. La primera es que la Iglesia ha aumentado su presencia pública y refuerza su papel mediador en una hipotética transición, como bien señaló el líder opositor Guillermo Fariñas y premio Sajarov de Derechos Humanos del Parlamento europeo. Con esta opinión, coinciden disidentes como Oswaldo Payá —del Movimiento Cristiano de Liberación— y Dagoberto Valdés —revista digital Convivencia—. Los próximos meses lo confirmarán, en especial tras el nombramiento del nuevo arzobispo de La Habana, ya que el cardenal Ortega presentó en 2010 su renuncia por cumplir 75 años.
Desde el viaje de Juan Pablo II, las relaciones Iglesia-Estado en Cuba no han dejado de mejorar —en 1998, el 25 de diciembre volvió a ser festivo, y en 2010 se inauguró el seminario de La Habana—. Pero el gran impulso llegó con Raúl Castro, un cauce fiable para la jerarquía católica, aunque eso no quiera decir que sea el Gorbachov cubano. El heredero de la presidencia sigue obcecado en el comunismo, pero al menos asume que su economía es un desastre y el Estado un caos.
La dictadura necesita a la Iglesia
La segunda consecuencia es que la dictadura necesita a la Iglesia mucho más que ésta a la dictadura. Lo demuestra el interés en saludar al Papa que tenía Fidel Castro, esta vez vestido de negro. Esa fotografía, piensa Fidel, otorga cierta legitimidad a la dictadura, pero en realidad sólo engaña a los que quieren ser engañados.
Algunos rumores apuntan a un acercamiento de Castro al catolicismo. No hay certeza, aunque sí está confirmado que recibió la unción de enfermos recientemente. Fidel nunca fue excomulgado personalmente, aunque desde 1961 estaba afectado por un decreto de excomunión de Pío XII contra los comunistas.
Los disidentes, ausentes
La visita ha sido corta, pero deja titulares interesantes. Por ejemplo, si Cuba quiere avanzar, no puede seguir atascada en el marxismo, que es una ideología tóxica. En esa transición al mañana, los cubanos contarán con la ayuda de la única institución cubana al margen del Estado: la Iglesia católica. Una institución que rechaza por igual la dictadura del relativismo y la dictadura del proletariado.
El régimen cubano ha demostrado control absoluto de la población y nerviosismo. En especial, con la orden a sus organizaciones de acudir a las Misas celebradas por el Papa, pero también con el centenar largo de opositores pacíficos detenidos por intentar participar en la Eucaristía. Muchos de ellos, invitados expresamente por sus obispos.
Los disidentes han tenido protagonismo por su ausencia. No estar también es una manera de estar, y ellos han conseguido transmitir su mensaje de libertad y derechos humanos a Benedicto XVI, según confirmó el director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, el padre Federico Lombardi. La oposición democrática sale reforzada, porque hoy son más conocidos que antes del viaje, y su voz será tenida en cuenta en el futuro.
Lo que no han conseguido los cubanos en medio siglo no puede exigírsele al Papa en tres días. Por eso, sorprende que algunos defensores furibundos de la disidencia ataquen con saña a la Iglesia y se nieguen a reconocer los espacios de libertad nacidos alrededor de los apostolados católicos. Lo quieren todo o nada, dialéctica feroz que destruye al débil.
Benedicto XVI confirmó que sí hace política, pero la política de la Caridad, que es lo que une al pueblo cubano. Una política que reclama justicia, diálogo y libertades fundamentales para todos los cubanos.