Que su manto nos sirva de cobijo era el título de un breve y precioso comentario que Jaime González firmó en ABC el pasado domingo; en realidad era una oración al Apóstol Santiago, Patrón de España. Concluía así: «En tus manos –sospecho que habrás de utilizar las dos– encomiendo el alma y el espíritu de este pueblo al que le ha dado otra vez por sacar a pasear sus fantasmas».
Por fantasmas y fantasmones, desde luego, no quedará, en esta España zaragatera y triste en la que ciertamente no son verdad, ya para muchos más de los que cabría esperar, muchas cosas que todavía eran verdad hace más o menos veinte años. Hace veinte años, era insospechable que un alcalde de Santiago de Compostela, por ejemplo, no acudiera a la catedral compostelana a representar al pueblo del que es alcalde, el día de la fiesta del Apóstol. Martiño se apellida el tal edil. ¡Pobriño Martiño! No sé si le bastarán al Hijo del Trueno las dos manos… Pero es igual en Barcelona, donde se quita el busto del Jefe del Estado, como se ve en la viñeta que ilustra este comentario, y no pasa nada, como hace tiempo que no pasa cuando el presidente de la Generalidad se salta la ley, o no obedece las sentencias de los tribunales de Justicia. O cuando toda una Corporación municipal decide no asistir a la Misa de la fiesta de la Merced, Patrona del pueblo catalán al que dicen representar. O, aparte de desprecio a su pueblo, es ignorancia supina, y desde luego culpable, de lo que significa la laicidad del Estado, o es mala fe, odio, revanchismo, malevolencia, rencor, o todo ello junto, que bien podría ser. Un filósofo como Gabriel Albiac ha comentado recientemente que, en cualquier país europeo digno, hace tiempo que estaría en la cárcel quien perpetra lo que lleva mucho tiempo perpetrando impunemente Arturo Mas en Cataluña.
Todos estos alcaldes, en Barcelona y Madrid, como en Cádiz, Zaragoza, Pamplona…, que parece que gobiernan pero van a lo suyo, y que no lo hubieran sido sin la cooperación del Partido Socialista, al que sin duda le corresponde, por complicidad manifiesta, su parte de responsabilidad y de culpabilidad, pisotean la libertad de los demás, en un retrógrado ejercicio de demagogia difícilmente superable. Y sólo acaban de empezar su gestión, como quien dice… El más prestigioso de los hispanistas británicos vivos, sir John Elliot, afirmaba en reciente entrevista a ABC: «En España han fallado los políticos; en la Transición, había otro espíritu cívico». Habrá que agradecérselo a los sucesivos responsables del lavado de cerebro al que han venido llamando educación durante las dos últimas décadas; a ellos y a sus derivados y compuestos que tanto se afanan por una nueva Transición, sean guardiolas, bilduetarras o caraduras de diversos pelos, se debe también que la falta de respeto a los mayores y un mal entendido sentido de la igualdad, que pretende igualar a los desiguales, haya logrado implantar el descarado tuteo que abochorna a cualquier visitante europeo educado o medianamente civilizado. Casi todo lo que proponen, por no decir todo, no es verdad. Carrascal ha escrito que aquí «la izquierda no tiene respuestas a la crisis económica y se agarra a cualquier cosa para disimularlo». No lo disimula, porque es imposible, pero lo intenta y en la mente debilucha de muchos desprevenidos, cuela. Y cualquier cosa es cualquier cosa. Todo les vale, pero de manera singular todo lo que tenga que ver con la religión católica, porque saben que es lo único que podría, que puede darles la puntilla.
No resulta agradable ni cómodo señalar lo que no es verdad, pero ahora y siempre lo que no es verdad no es verdad, y señalarlo es una forma maravillosa de verdad. Aquí concluye su andadura de veinte años largos, en Alfa y Omega, esta sección No es verdad. Con ella o sin ella, ya digo, lo que no es verdad seguirá sin serlo. Diego de Torres Villarroel se despide, sumamente agradecido, de sus lectores. A Dios, amigos…