Ahora que el tsunami griego parece amainar porque la insolidaria Europa, sabiendo con toda seguridad que no va a recuperar ni un solo euro, ha vuelto a sacudir nuestros bolsillos para rescatar por tercera vez, y con casi cien mil millones de euros, a los pobrecitos griegos –que ni quieren trabajar ni quieren devolver lo que se les presta–, no está de más echar un vistazo a nuestro propio tejado, a ver cómo van las tejas; y, como los tejados suelen estar en la parte de arriba –también del mapa– asomémonos, como hace Puebla en la viñeta que ilustra este comentario, a nuestra querida Cataluña, que, como escribe Isabel San Sebastián, «no es de los catalanes, sino de todos los españoles», por más que Mas, Arturo Mas, no quiera enterarse o haga como que no se entera. Tiene narices que tengamos que aguantar oírle decir a ese cantamañanas de vía estrecha que va a hablar con el Rey en son de paz. Pero, ¿en qué otro son puede ir? Y, ¿por qué razón sigue en su puesto de alto funcionario del Estado en Cataluña ese sujeto que, con una cerrazón digna de mejor causa, no hace otra cosa que tratar de arañar al Estado, menos a fin de mes, cuando cobra de ese Estado su sueldo mensual, nada despreciable, por otra parte?
«Por razones complicadas de entender –ha escrito Ignacio Camacho–, y en todo caso difíciles de aceptar, el Rey tuvo que recibir, con el visto bueno del Gabinete, a un golpista que además ha sido imputado de desobediencia por la Fiscalía del Estado. Un golpista que, muy respetuosa y afablemente, fue a Palacio a explicarle los pormenores de su designio hostil al representante máximo de la nación a la que piensa imponérselo». Y habla Camacho de la «chirriante manifestación de una suerte de democracia tonta cuya acomplejada debilidad estructural permite a sus enemigos subvertirla con tanta deslealtad como descaro». Algo parecido, aunque no igual, a lo de Europa con Grecia: acomplejada debilidad estructural. No faltan acomplejados, ni tontos útiles, ni arribistas con coleta o sin ella, que tratan de argumentar: Bueno, es que la legislación actual no permite otra cosa… ¿Y a qué esperan todos para cambiar, por la vía más rápida posible, esa legislación? Es algo parecido, también, a eso de que «el Gobierno cumplirá su Ley y subirán las pensiones un 0,25 % en 2016». Pues, señores, reformen su reforma, ¿a qué esperan?; cuando quieren o les interesa, lo hacen. Ni tampoco faltan duranes, cómplices durante décadas de ese separatismo nacionalista de vía estrecha –hubo un tiempo, no muy lejano, en que Cataluña era la locomotora que hoy se precipita a la vía muerta–, que se quejan de Mas: Cataluña no merece tanta irresponsabilidad. ¿Ahora? ¡A buenas horas, mangas verdes! Otra vez, como en el caso de Grecia, la pregunta inquietante se hace imprescindible: ¿será posible el rescate del sentido común? ¿Y de verdad es necesario que todo un ministro del Gobierno de España afirme solemnemente que «el PP no negociará la revisión de la soberanía nacional ni la unidad de España»? Eso se hace y no hace falta ni siquiera decirlo.
Y luego, también por la parte de arriba del mapa, tenemos lo de Navarra, que hacía tiempo que se veía venir y que nadie ha evitado. Navarra, que lo mismo que Cataluña y que Vascongadas no es de los vascos, ni de los navarros –menos aún de una parte de ellos–, sino de todos los españoles, sufre las consecuencias de años y años de deseducación en las ikastolas, de falseamiento de la historia y de la realidad; sufre la letal contaminación de la violencia terrorista; sigue habiendo etarras, ahora en las instituciones, y sigue habiendo –a menudo donde menos debería haberlos– intentos de lavado de cerebro, televisados o no; sigue habiendo sectarismo, aldeanismo, fundamentalismo, buenismo, relativismo, demasiados –ismos de todo a cien, y pasividad, falta de reacción, comodidad, inercia; en una palabra, tragaderas, demasiadas intolerables tragaderas. De nuevo, como en Grecia; Carrascal ha escrito: «Lo que no sé es si en España se aprenderá la lección que acaban de recibir los griegos, porque nadie escarmienta en cabeza ajena, y porque nuestra izquierda es incapaz de aprender».
Ahí tienen ustedes, sin ir más lejos, el incalificable papelón de Antonio Carmona, que se conforma con modificar lo intolerable de la pravda, que significa verdad, pero que no es verdad. O el de la alcaldesa de Madrid, o el del nuevo alcalde de Zaragoza, o el de todos los comunistas más rancios que la tarara, se disfracen de Podemos, o de no Podemos, o de lo que sea…