No es verdad 920 - Alfa y Omega

«Para quienes conocen de cerca el Gobierno de la Comunidad de Madrid», escribía el director de ABC, en su Astrolabio, hace unos días, «el descabalgamiento de Ignacio González ha sido injusto. La política tiene esas aristas, y no es la primera vez –ni será la última– que se sacrifica a quien no lo merece, en aras de un bien superior». ¡Ojalá tenga razón el director de ABC, y realmente haya sido en aras de un bien superior, y los contribuyentes, y ciudadanos madrileños en general, no tengamos que lamentarlo más bien pronto que tarde. ¡Ojalá! La impresión que yo tengo, después de haber leído, visto, y escuchado a mucha gente, es que habría que hablar, más que del PP, de los PP, porque hay más de uno, y cada día que pasa parecen tener menos que ver el uno con otro. Lo resumía muy gráficamente una amiga periodista avezada, hasta hace poco votante y militante del PP, que preguntaba en voz alta: «¿Pero es que al PP le mola suicidarse, o qué? ¿Alguien me puede explicar qué tiene de derechas Cristina Cifuentes?». Rajoy tenía la patata caliente de la yenka (izquierda-derecha) en la Comunidad de Madrid, y, dejando de lado las rebuscadas vueltas y revueltas de un centro ideal e inexistente, yo tampoco acabo de entender por qué al PP, que de izquierdas dice que no es, le da tanta vergüenza y pánico parecer y ser un partido de derechas. «Para izquierda –comentaba mi amiga periodista–, mejor el original que las malas fotocopias».

La cosa no es de ahora. Llueve sobre mojado. Y tampoco es sólo de aquí. El gran Charles Péguy escribía, hace muchos, muchos años: «Jamás se sabrá los actos de vileza y de cobardía moral que se han cometido por miedo a no parecer suficientemente progresistas». Por perder, se ha perdido entre nosotros hasta la esencialísima batalla del lenguaje: en el debate público, hoy en España, se habla –y corta el bacalao– el lenguaje de la izquierda. Será por incomprensibles y absurdos complejos, será por cesión, será porque hay dos almas peperas, será por el qué dirán, será por irresponsabilidad o por culpable incoherencia, será por lo que ustedes quieran, pero inexplicablemente hablar, por ejemplo, de la unidad de España, de la defensa de la vida, del crimen del aborto, hablar del matrimonio cristiano, de la educación cristiana de los hijos, de la única familia verdadera posible acompleja a mucha gente y es considerado, en el lenguaje cafre e hipócrita de la izquierda, algo propio de extremistas de derechas. Pero, ¿por qué? No es verdad…

¿O será tal vez porque el relativismo rampante, el letal todo da lo mismo ha tomado carta de naturaleza y ha arraigado como las malas hierbas, hasta el punto de que personalidades como el Presidente de uno de los principales Bancos de España dicen, sin el menor sonrojo, cosas como ésta: «Lo importante es un Gobierno estable; el color político da lo mismo». La estabilidad es sin duda decisiva para la economía, pero la vida es mucho más que economía y, por el amor de Dios, ¡¿cómo va dar lo mismo blanco que negro, moral que inmoral?! ¿Cómo va dar lo mismo nombrar a dedo a los candidatos que elegirlos, o nombrar al que menos sombra me pueda hacer, en las generales, en vez de al que mejor servicio pueda prestar? Santiago Martín se hacía parecidas reflexiones, recientemente, en ABC: «Por un lado, se les da una patada a los votantes católicos para que se vayan y, por otro, se les ningunea diciéndoles: Pero ¿a dónde vais a ir? ¿Qué va a pasar con España si no nos votáis?» Y habla de «un electorado cautivo de un partido que le desprecia, y ni siquiera lo camufla ya con la etiqueta del mal menor».

En comparación con esta riada, la del Ebro, cuyos daños podrían superar los cien millones de euros, resulta ridícula; ya resulta ridícula hasta al lado de los escandalazos socialistas en Andalucía que rondan, no los cien millones, sino los tres mil… Y Susana Díaz creando una nueva Oficina para prevenir el fraude, en la que colocará y blindará a otra tanda de amiguetes. Hubo un tiempo, no hace tanto, en el que llegó incluso a plantearse un Plan Hidrológico Nacional que se frustró por las envidias, rencores, avaricias y nacionalismos de vía estrecha. Hoy, por falta de trasvase, miles de millones de euros se los ha llevado la riada al mar y, como escribe Ignacio Camacho, «España es una nación sin política de aguas, lo cual tampoco es de extrañar cuando falta incluso política de nación». Por faltar, va faltando ya hasta nación, que se dice pronto…