Pleno acierto de ABC en su portada que ilustra este comentario. El cacareado -mucho más cacareado de la cuenta- choque de trenes entre España y Cataluña, falaz hasta en su propia enunciación, como si Cataluña y España fueran dos trenes distintos, llegó, justamente, al tope de vía muerta, que debía llegar, a los leones de la entrada del Congreso de los Diputados. Cuando escribo, faltan unas horas para que se celebre la sesión en el Congreso sobre la propuesta independentista ilegal de la Generalidad de Cataluña, pero ya se sabe que una mayoría abrumadora de votos echará abajo la propuesta. La Vanguardia titula en su portada: Rajoy dirá no a la consulta, pero abrirá vías al diálogo. Ninguna de las dos cosas es verdad, porque no va a ser sólo Rajoy el que diga No, y porque un diálogo es imposible cuando uno de los interlocutores no quiere dialogar, sino imponer su capricho secesionista. De la sinceridad del deseo de un diálogo verdadero -tan cacareado también como falaz- es prueba definitiva el hecho de que el indigno Presidente de la Generalidad ni siquiera va a aparecer por el Congreso, porque, según él, no quiere volver con el rabo entre las piernas, ni salir derrotado como salió Ibarreche del Congreso. Si con eso se conforma, allá él; de la sinceridad del diálogo de otros prebostes independentistas como los Pujol, es suficiente prueba que tampoco aparezcan por el Congreso, sino que mandan a sus peones de brega. No sé, pero tal vez un mínimo de dignidad hubiera exigido que el Gobierno de la nación mandase, en justa réplica, a interlocutores de la misma categoría. Me imagino el disgusto de los taquígrafos ante semejante falta de lealtad constitucional, incomprensiblemente impune, por cierto. Son muchos los españoles que se preguntan con qué derecho y autoridad moral responsables del Gobierno de España van a seguir deduciendo de nuestros impuestos más dinero para dárselo a la Generalidad de Cataluña, que ha conseguido ya batir el récord de los 57.000 millones de euros de Deuda y ha logrado que Cataluña esté prácticamente en quiebra, pseudoembajadas incluidas, mientras muchos de los contribuyentes y sus hijos siguen en el paro.
Resulta sorprendente el resultado de la encuesta, según la cual los españoles se sienten felices; y todavía más sorprendente que, a la hora de valorar lo que más les interesa, el terrorífico índice de abortos y la unidad de España les traiga al fresco, mientras que lo que más les interesa es la economía y la política. En otras palabras: lo que más debe interesar, que es la vida, el derecho a la vida y la unidad de España, es lo que menos interesa. Así nos luce el pelo. A los responsables -en todos los órdenes- del desastre catalán lo que les interesa es que hable el pueblo. El pueblo ya habló, legítimamente, en el 78, y en Cataluña habló muy claramente, por cierto, a favor de una Constitución que ahora violan.
Al cierre de nuestro número anterior apenas había comenzado el coro de improperios contra la homilía del cardenal Rouco en el funeral por don Adolfo Suárez, ante las más altas autoridades de la nación. El coro de improperios ha seguido desmesuradamente, con algunos solistas destacados, y se han dicho y escrito cosas que no son verdad; como en este rincón se recogen las cosas que no son verdad, es de justicia reiterarlo. Ha habido algunos gestos de gallardía, pero también los ha habido de vileza, de ruindad y de cobardía moral -algunos incluso donde menos cabía esperarlos-. Lo cristiano es condenar el pecado y perdonar al pecador, por lo que ni merece la pena citar nombres; pero la homilía del cardenal Rouco y su admirable silencio posterior están en la mejor línea de su servicio eclesial, y no sólo eclesial, a la Iglesia y a España. ¿Hay que recordar lo que significa obispo? Es lo que ha hecho, vigilando y alertando responsablemente, desde arriba, el cardenal Rouco, en cumplimiento de su deber, y la desaforada reacción, tan visceral como injusta, es la prueba del nueve de que lo que dijo es verdad y tenía razón. ¿O esa belicosa y resentida visceralidad es de arte y ensayo?