La viñeta de Caín que ilustra este comentario apunta certeramente al verdadero y único referéndum que sería oportuno hoy en España. El Gobierno acaba de presentar su anteproyecto de Ley del aborto, que en realidad es una reforma de la inicua y funesta Ley socialista en vigor. Digámoslo con toda claridad: no es la ley deseable, pero quizá sea la ley posible en este momento en que la conciencia moral sufre una crisis mucho más terrible que la económica, y que requerirá, aparte de un diagnóstico atinado, el paso del tiempo y la enseñanza terca de la dura realidad. La miseria de la condición humana requiere los trallazos de la dureza de la realidad. Sólo así a veces aprendemos los humanos. Ya es importante que la Ley anule la abyección aberrante de considerar el aborto como un derecho, y que se vuelva a tomar en consideración al niño no nacido, ya en el mismo nombre de la Ley para la protección de la vida del concebido, pero la mejor Ley del aborto es la del aborto cero. Ya es algo que miles de vidas de seres indefensos e inocentes puedan ser salvadas, pero basta un solo aborto provocado para que la ley tenga mucho que mejorar. El mal menor no deja de ser un mal.
Mientras no se entienda que la vida es indivisible y que lo retrógrado no es la vida, sino la muerte, no se habrá empezado a resolver la cuestión. Los cómplices de la máxima abyección humana, que se camuflan de progresistas para maquillar el asesinato de un ser humano indefenso, tal vez deberían reflexionar sobre qué pensarán sus hijos cuando vean que sus padres son capaces de promover leyes contra la vida humana. ¿Se sentirán seguros esos hijos? Regreso al pasado: España retrocede treinta años han titulado los carcas de El País, porque no se puede ser más carca y más retrógrado que volver a las cavernas, a la ley del más fuerte. Esto vale también para todos los civilizadísimos y avanzadísimos periódicos europeos que se han sumado a los cafres radicales de la izquierda española para señalar el retroceso de la reforma del aborto. Por mucho que el PSOE actual la internacionalice, la miseria moral es y será siempre miseria moral. Y punto.
Todo eso sólo denota la negra caverna en la que se ha convertido Europa, cien años después de la Primera Guerra Mundial. Les recomiendo la página de este número de Alfa y Omega en la que Stefan Zweig recuerda los precedentes de la tragedia bélica. Parece mentira que el continente de la civilización occidental, de Grecia y Roma, de la Cruz y de la evangelización de la redención de Cristo, siga yendo de fracaso en fracaso y de abyección en abyección. Es trágicamente curioso que, precisamente estos días, estos periódicos hayan celebrado la muerte del inventor del fusil Kalashnikov, como si fuera algún genio bienhechor de la Humanidad. Todos estos progres de guardarropía, de salón, de arte y ensayo, todos estos mentirosos hipócritas, que tratan de engañar a su propia conciencia, lo único a lo que tienen miedo es a la ternura, pánico a la verdad, y son incapaces de esperanza. Y ternura, como el Papa Francisco acaba de recordar esta Navidad, no es música celestial ni dulzura meliflua, ni sentimentalismo de todo a cien. Ternura, ha dicho el Papa, es que gana el amor, que el amor vence al odio y al rencor. El Papa ha hablado de la falsa imagen de la Navidad, esa imagen de cuento, endulzada, que en el Evangelio no existe.
Afortunadamente, la mayoría social, es decir, la gente de bien, con sentido común, con dos dedos de frente y con el realismo que exige la vida de cada día, sabe con toda certeza que lo progresista es defender la vida y no la muerte. Los cafres son unos cuantos que gritan mucho y que cuentan con altavoces a los que les sale muy rentable la propaganda sucia contra la vida de los que tienen derecho a nacer. Como ha escrito José Ramón Ayllón, «los derechos humanos no son ni de izquierdas ni de derechas. Son simplemente humanos, pre-políticos. De ahí que sólo exista el derecho a defenderlos». Y, para que los seres humanos tengan derechos, tiene que ser protegido y hacerse realidad el primero de todos ellos: el derecho a vivir, que está por encima de cualquier etiqueta política, cultural, e incluso religiosa.
Afortunadamente, como ha escrito, en ABC, Isabel San Sebastián, todavía «si algo eleva a España por encima de otros países, es el hecho de haber sabido conservar ese lazo de amor indestructible que une entre sí a las generaciones», y que se llama familia. En la madrileña Plaza de Colón se ha podido comprobar, una vez más, el domingo pasado.