Es más significativo de lo que parece que la viñeta que ilustra este comentario haya sido publicada precisamente en el periódico La Vanguardia, de Barcelona, y lo cierto es que no puede ser más acertada y oportuna. Llega a los lectores de ese periódico, a la vez que las declaraciones, domesticadas y cocinadas previamente, que el Presidente de la Generalidad de Cataluña ha hecho al principal canal de la televisión catalana y en las que se le ha preguntado todo sobre la soñada independencia y nada sobre la tozuda realidad de la quiebra económica en que vive esa Comunidad Autónoma. La deuda de Cataluña es, a esta fecha, de 54.000 millones de euros, que se dice pronto, y que ya me contarán ustedes cómo se las van a arreglar para pagar. Nada tiene de extraño que el ciudadano catalán de la viñeta se saque los forros de los bolsillos y se pregunte si llegará a fin de mes. Pero lo más increíble es que el Presidente de la Generalidad en quiebra le pida encima al Estado español, del que se quiere separar, dinero para pagar el referéndum secesionista. ¡Hay que echarle hilo a la cometa! Todavía hay algo más triste: que el Estado se lo sigue dando y sigue tratando al Presidente de la Generalidad con la misma deferencia con que trata a los Presidentes de las demás Comunidades Autónomas que no se quieren separar de España. ¿Hasta cuándo va a durar este pitorreo? ¿Para qué cree el Gobierno que el pueblo le dio la mayoría absoluta en las últimas elecciones? ¿No es hora ya de que el desleal Presidente de la Generalidad de Cataluña comience a sentir el desdén y el desprecio que merece y que se gana a pulso, día tras día? Esto nada tiene que ver con el más mínimo desdén hacia los catalanes ni hacia Cataluña; al contrario, si Cataluña y los catalanes no nos interesaran a los demás españoles, no perderíamos el tiempo en hacernos estas preguntas. Pero es que Cataluña es tan España como Galicia, Castilla, Andalucía o Aragón, y ya va siendo hora de poner a cada cual en su sitio y no dejarse engañar por la milonga del referéndum que no se podrá celebrar y dejar de hablar de los 54.000 millones de euros que constituyen el pozo del que le va a ser muy difícil salir a Cataluña. La provocación ha adquirido ya entidad más que suficiente como para tomar medidas de hecho, no de palabra. Esto es como lo de Ibarreche pero con embajadas, simposios contra España, y chulerías insoportables. Hace mucho tiempo que en este rincón, conté la reacción de un viejo y prestigioso catedrático: «Espero que no haya independencia, pero si la hubiera, al menos que se la paguen ellos con todas sus consecuencias».
Según las encuestas recientemente publicadas, entre un 30 % y un 40 % de los catalanes con derecho a voto -insisto, con derecho a voto, porque los catalanes son más- estarían dispuestos a votar por la independencia de Cataluña. Me sorprenden dos cosas: una que haya quien se extraña de que sean tantos; se ve que no han estado atentos al adoctrinamiento al que han sido sometidos los niños catalanes desde hace años, o de lo que tienen que leer o ver en la televisión los no tan niños, incluidos los miles y miles de emigrantes a los que se les da derecho a votar. Ha habido estos días quien ha lamentado que la Educación fuera transferida a las Comunidades Autónomas, porque evidentemente, como dice el sabio refrán castellano: «De lo que se come, se cría». A buenas horas, mangas verdes, llegan ese tipo de lamentaciones.
Otra: que los votantes y contribuyentes catalanes tienen que saber que es el Estado español el que está pagando las pensiones en Cataluña y el que mantiene a los delincuentes desleales e insolidarios con el resto de la nación, que todavía tienen la cara y la desvergüenza de pedir al Gobierno de España que les facilite el referéndum; o sea, no sólo que permita, sino que facilite una ilegalidad a todas luces contra una Constitución que prometió cumplir y hacer cumplir. Gallego y Rey han pintado, en El Mundo, una tumba abierta. En la lápida se lee: Catalunya R. I. P.; y, al lado, hay un montón de tierra y una pala con la bandera estelada. Todos los que deseamos lo mejor para Cataluña es lo último que quisiéramos para ella. La agudeza de Luis María Ansón le ha hecho titular un reciente artículo suyo El secesionismo catalán, negocio de los políticos nacionalistas. No hay peor ciego que el que no quiere ver.
¡Ah! Feliz y Santa Navidad para todos.