No es una elección el amor incondicional, también al pobre
En el «amarás al prójimo como a ti mismo» Jesús no tenía en mente criterios de proximidad, sociales o culturales
Nos duelen poco los pobres. Es difícil que entre nuestras prioridades a la hora de arrepentirnos esté el haber pasado al lado de uno y girar la mirada o cambiarnos de asiento si en el metro se acerca otro, tambaleándose o con mal olor. Juzgamos sus vidas. Su falta de higiene. Su borrachera. El qué harán con nuestra mísera limosna. Su falta de valentía a la hora de abandonarse y no buscar un trabajo —«que se vayan a recoger fresas a Huelva, que hacen falta jornaleros»—. Aunque sea una opinión impopular y no lo digamos en voz alta, lo hemos pensado alguna vez. Lo pensamos. Pero en el «amarás al prójimo como a ti mismo» Jesús no tenía en mente criterios de proximidad, sociales o culturales: el prójimo no es solo nuestra hermana, con la que compartimos confidencias y ropa. O nuestro hijo, lo más amado del mundo. El prójimo ni siquiera solo es el valenciano afectado por la DANA —que lo es, y mucho—. El prójimo es toda persona con la que nos cruzamos desde que despertamos por la mañana hasta que nos vamos a dormir; toda persona que tengamos en nuestro pensamiento; toda persona que leemos que sufre, en Aluche o en Libia. El prójimo es toda criatura, hija de la amorosa generosidad de Dios. El Papa este año, en su mensaje para la jornada que dedica a los pobres y que se celebra este domingo, utiliza palabras contundentes: «Los pobres tienen un lugar privilegiado en el corazón de Dios, de tal manera que, ante su sufrimiento, Dios está “impaciente” hasta no haberles hecho justicia, hasta extirpar la multitud de los prepotentes y quebrar el cetro de los injustos; hasta retribuir a cada hombre según sus acciones, remunerando las obras de los hombres según sus intenciones». No es una elección el amor. O mejor dicho, no es una elección el amor incondicional. El amor condicionado es perecedero. El amor al desconocido que no huele bien cuando se sienta a tu lado es el difícil, es el que pasa por una sonrisa, quizá la única que reciba en el día. El que pasa por un «qué necesitas, hermano».