En la iglesia de San Antón «apoyamos incondicionalmente y cualquier persona que entre es bienvenida»
La iglesia de San Antón lleva casi diez años abierta 24 horas a las personas sin hogar. En la Jornada Mundial de los Pobres, el cardenal Cobo presidirá una Eucaristía allí
A sus 71 años, Juan no tiene casa sino que vive «en un sitio». «Estoy con otros y estoy bien, nos ayudamos», nos cuenta en el interior de la madrileña iglesia de San Antón. A pesar de su situación de calle, no tiene problema en que lo retratemos, porque «no tengo nada que ocultar». «No tengo familia; murieron todos y soy el único que queda de los míos», explica. Él es una de las 400 personas que desayunan a diario en este templo en el que Mensajeros de la Paz lleva trabajando desde 2015, cuando se confió su gestión al padre Ángel, presidente de la asociación.
Sentado en una de las mesitas para la escucha en las capillas laterales del templo, Juan nos confía que «vengo todos los días y soy una persona religiosa, quizá porque soy de esos antiguos que piensan que hay que ir a Misa». Añade una valiosa información de servicio: «Después es cuando dan el bocadillo». Abre los ojos ilusionado al conocer que el próximo domingo el arzobispo de Madrid, cardenal José Cobo, celebrará una Misa allí por la Jornada Mundial de los Pobres. «Es dos días después de mi cumpleaños». Meriam Mririt, trabajadora social en la iglesia, nos confía que «es un gran evento y les estamos animando a participar».
En conversación con Alfa y Omega, el padre Ángel define como «un gozo muy especial que venga el cardenal a presidir aquí». «Para nosotros es como el padre de familia», sentencia. Considera su visita muy al hilo del encuentro que este sacerdote asturiano tuvo con Francisco la semana pasada y en el que «el Papa nos dijo que los pobres son la carne de Cristo y los verdaderos defensores de la Iglesia».
El padre Ángel subraya con insistencia el apoyo constante del cardenal Cobo. «Muchas de las personas aquí han hablado con él, no es ningún desconocido y siempre ha tenido la ilusión de que sigamos evangelizando a los pobres». Se interrumpe y reformula: «O dejándonos evangelizar por ellos». Espera con ganas «que el cardenal pueda abrazar y ser abrazado por la gente», pues «a veces nos pensamos que somos nosotros los que hacemos bien, pero son ellos los que nos bendicen». De hecho, recalca que pedir la bendición de los fieles fue el primer gesto de Francisco nada más ser elegido Papa.
Aunque Juan conoce desde 2017 esta iglesia abierta las 24 horas, la frecuenta desde hace solo dos meses, cuando se quedó sin plaza en un albergue. De joven abandonó España por unos años y desempeñó empleos informales de mantenimiento en el extranjero, por lo que ahora «tengo una pequeña pensión con la que me apaño». Y como es poseedor de una de las codiciadas plazas en Robin Hood —el restaurante donde Mensajeros de la Paz da de cenar gratis a diario a 37 personas, cerca de la plaza Mayor—, en lo que lleva de mes se ha gastado menos de 100 euros. «Es sobre todo por si me quiero tomar un café. El que me conoce bien sabe que soy enemigo del alcohol». Viendo que llega el frío, ya se ha organizado y el pasado miércoles fue al ropero para equiparse y vestir con la dignidad que merece.
Mririt explica que «el perfil que viene aquí mayoritariamente es gente sin hogar» y cada vez más joven. Acogen con un criterio claro: «Apoyamos incondicionalmente y cualquier persona que entre en la iglesia es bienvenida». «Algunos vienen con la mirada desconsolada y lo primero que hago es concertar citas para cubrir sus necesidades básicas». No solo alimentarias: empadronan, poseen recursos residenciales y al lado del templo «tenemos duchas los lunes, miércoles y viernes. Verse limpios y oliendo bien es un chute de energía». A menudo este hospital de campaña suscita en quienes pasan por él un proceso de incorporación al empleo, pues «una jornada laboral sin descansar, comer ni ducharse no se puede sostener».
En los bancos del fondo, donde otra docena de personas vulnerables se resguardan del frío, está sentado Alfredo, de 75 años. También suele cenar en Robin Hood. «Te ponen primer plato y segundo. Les digo que es demasiado que nos pongan mantel y servilleta de tela, pero estoy muy agradecido». Goza de un humor descacharrante y, agarrándose un michelín, nos dice: «Si no ceno un día no me pasa nada, pero sobre todo me ha ayudado para salir de casa todos los días. Había temporadas en que, más que por la cena, iba por cumplir con quien me la daba».
Mririt ha visto esa situación más veces. «La gente lo primero que necesita es cariño, darles la mano, mirarles a los ojos y llamarles por el nombre». Explica que «hay personas que no tienen absolutamente nada y, cuando los ven, los demás pasan de largo». Alfredo al menos tiene un techo, pues alquila con más gente un sencillísimo piso que no conseguía pagar y, «como somos gente muy legal», él y sus compañeros buscaron con el casero una solución flexible para quedarse. Él les rebajó la cuota 200 euros y ellos se comprometieron a ponerse al día con los pagos antes de que acabe el año.
Alfredo confiesa que «yo no había pedido en la vida» y que hacerlo por primera vez «me dio mucha vergüenza». Hoy, no agacha la cabeza. «Cuando pueda superar esto, dejaré de ir a la cena, pero seguirá mi disposición. Que cuenten conmigo», promete. Le avalan sus actos porque, como tiene una larga barba blanca, «alguna vez he hecho aquí del rey Melchor». Guarda con especial cariño cuando encarnó a Su Majestad para los niños ucranianos que se refugiaron en nuestro país al inicio de la invasión rusa. «Fue bonito vivir la infancia a través de ellos».