El nombre de María en el credo trae a la mente la doctrina que afirmamos sobre ella, definida en el Concilio Vaticano II, donde queda insertada dentro del misterio de Cristo y de la Iglesia. En ese lugar está la grandeza de María.
Las promesas de Dios comenzaron a cumplirse en la Concepción Inmaculada de María. Todos los misterios de María son consecuencia de su misión para ser Madre de Jesucristo. Ante todo, confesamos que María fue preservada del pecado original, con el que nacemos todos los seres humanos, en el momento de su concepción. Por eso la llamamos Inmaculada. El Avemaría, oración mariana por excelencia, afirma todo lo que creemos sobre María.
El momento culminante es el nacimiento del Hijo de Dios. María, al ser Madre de Dios se convierte en Madre de la Iglesia y en madre nuestra. Los fieles cristianos la honramos con un culto lleno de veneración, amor y ternura. Profesar el credo sobre María, en este Año de la fe, tiene un sentido especial que es necesario subrayar y hacer vivir. La contemplamos ensalzada, llena de gracia, la más excelsa de todas las criaturas.
La Iglesia, basada en la Sagrada Escritura, en la Tradición y en el Magisterio de todos los siglos, ha ido explicitando la doctrina sobre María con los dogmas de la Inmaculada Concepción y la Asunción de María al cielo.
Dos encíclicas sobre la doctrina y culto a la Virgen María merecen especial atención. La primera, la Marialis cultus, de Pablo VI, desarrollando la doctrina del Concilio Vaticano II. Afirma que Cristo es el único mediador, pero María siempre está a su lado como intercesora y mediadora.
El Beato Papa Juan Pablo II nos regaló la encíclica Redemptoris Mater. Invita a llamarla Madre de la Iglesia y madre nuestra, de modo que la vida de cada discípulo de Cristo tenga una dimensión mariana imitando sus virtudes.
Iniciamos el mes de mayo, dedicado a la Virgen María. Invito a todas las familias que dediquen un tiempo durante la jornada y todos juntos en unión rezando con devoción el santo Rosario. Las gracias serán abundantes. Muchas familias estarían más unidas y muchos fantasmas desaparecerían; viviríamos mucho mejor nuestro estado de vida y nuestra vocación. Seríamos más felices y haríamos más felices a los demás. La Virgen nos espera.