Martínez Camino: «No podemos conocer el rostro de Dios si no conocemos a los santos»
El obispo auxiliar de Madrid clausuró una jornada de la Fundación Cultural Ángel Herrera Oria sobre las canonizaciones de 1622
Juan Antonio Martínez Camino, SJ, obispo auxiliar de Madrid, clausuró la semana pasada la jornada organizada por la Fundación Cultural Ángel Herrera Oria con motivo del cuarto centenario de las canonizaciones del 12 de marzo de 1622, cuando fueron elevados a los altares por el Papa Gregorio XV san Ignacio de Loyola, san Francisco Javier, santa Teresa de Jesús, san Felipe Neri y san Isidro Labrador.
A las puertas del Año Santo de san Isidro que arrancará el próximo 15 de mayo, el prelado aseguró que esta jornada «es providencial» para Madrid. Recordó que precisamente la canonización del año 1622 fue pensada para el santo madrileño, «y que los demás se le fueron añadiendo». Un hombre, Isidro, que llevaba ya «400 años de santo cuando le canonización», aseveró, porque se le veneraba ya desde su muerte.
Culto a los santos «justo» y «legítimo»
Tras unas palabras iniciales de agradecimiento a todos los ponentes, monseñor Martínez Camino dio una «una pequeña pincelada sobre la trascendencia de dedicarse al estudio de los santos». La «gran canonización en Roma» de estos grandes cinco santos «marcó un antes y un después de esta praxis de la Iglesia católica». Tanto que, algunas otras iglesias que habían perdido la práctica de las canonizaciones, las fueron recuperado. Así ha sido con la Iglesia armenia, por ejemplo, al elevar a los altares a los mártires del genocidio armenio del siglo XX.
Con las canonizaciones, explicó, la Iglesia reconoce «a algunos bautizados como ejemplos, como imágenes providencialmente presentes en la historia de la Iglesia para actualizar la presencia de Cristo en ella». Junto a una invitación a conocer a los santos y darlos a conocer, el obispo auxiliar se refirió al Concilio de Trento como el momento en el que se fijó lo que significaba el culto a los santos, «tan controvertido entonces» por los reformadores protestantes, que lo equiparaban a idolatría. Trento decretó que era «justo» y «legítimo» este culto, y fijaba así la tradición de la Iglesia, que ya desde sus inicios veneraba a los mártires como aquellos que «han unido su sangre a la sangre redentora de Cristo».
Desarrollo en el Concilio Vaticano II
El Concilio Vaticano II desarrolló en profundidad esa «razón del culto a los santos» que quedó esbozada en Trento, recogiendo la teología sobre los santos elaborada a lo largo del siglo XX de la mano de Hans Urs von Balthasar y Joseph Ratzinger, entre otros. «Los santos son aquellos hermanos nuestros –utilizó monseñor Martínez Camino palabras de Lumen gentium– que se han dejado modelar más perfectamente según la imagen de Cristo, y en ellos Dios manifiesta al Vivo, su rostro y su presencia». Una «nube ingente de testigos», afirmó, a través de la que se manifiesta «la verdad del Evangelio». Los santos, por tanto, «son medio de la revelación de Dios; es decir, «no podemos conocer el rostro de Dios si no conocemos a los santos».
Pero lo santos no solo manifiestan a Dios ya desde el cielo, sino también «en la tierra, en su historia, cuando se están haciendo santos». Porque la sola Escritura no basta para conocer a Cristo, aseveró; «es necesaria la vida de Cristo hoy, que es en los sacramentos y en los santos». Ellos, «ya en vida», ayudan a ver quién es Dios. «Son figuras que la Providencia quiere y que la Iglesia, al mismo, tiempo gesta». Por eso, además de los santos canonizados, hay otros muchos santos también «en nuestra vida». «¿Cómo conocemos a Cristo verdadero? ¿Leyendo la Biblia u oyendo a nuestros padres, a nuestros catequistas, a nuestros amigos, a los testigos de Cristo?». «La fe cristiana se transmite en los testigos que la viven», concluyó.