Simón Felipe llegó a Ciudad de Guatemala el día de los Ángeles Custodios, después de haber salido de Madrid en la memoria de santa Teresa de Lisieux, patrona de las misiones. Fue uno de los pasajeros que llenaba el primer vuelo de Iberia entre Madrid y la capital centroamericana desde que estos se interrumpieron por la pandemia. Su destino: los barrios de El Amparo y el Granizo, zonas muy humildes donde parte de la población vive en barrancos, áreas de asentamientos informales en las lomas. Para visitarlos, hay que bajar 500 escalones.
El esfuerzo sería considerable para cualquiera. Pero lo es un poco más para este sacerdote de Ciudad Real, que solo tiene un 9 % de visión. «Veo borroso, como en una foto a la que le faltan píxeles, y me molesta mucho la luz», explica a Alfa y Omega, mientras se prepara para salir con su compañero, otro sacerdote ciudadrealeño, a repartir víveres. No usa bastón. Y cuando va conociendo el terreno, se maneja bastante bien. Guatemala es ya su tercer destino misionero, a la espera de obtener el visado para volver a Cuba, donde ya estuvo entre 2006 y 2011. «¿Valiente? Quizá estoy un poco loco», bromea.
Por las bodas de plata
Lejos de cortarle las alas, la discapacidad visual que le sobrevino hace 17 años ha sido la puerta a la misión para este sacerdote diocesano, que tenía esa vocación latente desde el seminario. «Le había pedido al obispo varias veces salir», pero nunca había podido ser.
Al perder gran parte de la visión, por fin le dieron luz verde. Su destino: un centro de los hermanitos de Foucauld para ciegos en Cochabamba (Bolivia), donde podría ir asimilando su nueva situación. Aunque en realidad «nunca me costó», y partió con intención de quedarse en la misión. Luego, con el Instituto Español de Misiones Extranjeras, llegó a Cienfuegos (Cuba). Después de cinco años allí y nueve en Madrid acompañando a personas con discapacidad visual, pidió poder hacer esta nueva etapa misionera con motivo de sus bodas de plata sacerdotales.
Para sus nuevos feligreses no ha sido una sorpresa desagradable que llegara un padrecito que ve con dificultad. Tampoco en Cuba, a pesar de tener que hacerse cargo de una parroquia con bastantes núcleos rurales. La falta de sacerdotes es tal que en muchas parroquias no hay de forma estable. «Cuando uno llega para quedarse y acompañarlos, lo ven como una verdadera gracia», cuenta.
Luego, además, fueron constatando que podía realizar su ministerio casi con normalidad, aunque a veces necesitara chófer en coche… o en un carro de caballos. Otras veces se desplazaba en guagua (autobús).
Felipe, de hecho, está convencido de que su discapacidad es una ventaja para llevar a cabo una «evangelización más auténtica». El cristianismo «parte de la debilidad, de la fragilidad», y desde ahí «puedes ser una señal de cómo es Dios el que te empuja». Además, dada la necesidad de suplir donde él no llega, «en las comunidades la gente te apoya más y se trabaja más en equipo», y los vínculos son más fuertes. «Tienes la fuerza de Dios y la fuerza de los hermanos».