Michael Ignatieff: «El cristianismo es demasiado grande, debemos resistirnos a politizarlo»
El Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales se dio a conocer entre las elecciones catalanas y la campaña de las europeas; dos temas sobre los que este historiador canadiense tiene mucho que decir
El nacionalismo es uno de los temas que más ha estudiado. Analizó los «nuevos nacionalismos» hace 30 años. ¿Son diferentes los actuales?
Sí. El nacionalismo de los años 1990 fue una explosión de formación de Estados después del final de la URSS y de la disolución de Yugoslavia en busca de la autodeterminación de pueblos que habían estado dentro de otras naciones. El del siglo XXI, por ejemplo el catalán o vasco, es diferente. En primer lugar porque a pesar de lo que digan, España no es un Estado autoritario; se ha amoldado al deseo de los catalanes de educar a sus hijos en su lengua. Otra gran diferencia es que tiene raíces muy profundas en la historia de España y está aquí para quedarse. El desafío político es hacerle espacio manteniendo la unidad nacional en una Unión Europea que con muy buenas razones es hostil al separatismo.
Soy optimista, creo que España puede gestionarlo si se toma en serio el hecho de que es un país con una historia de formación nacional muy complicada, que está sin terminar y que nunca se terminará. Necesitamos relajarnos y no buscar una solución definitiva; eso es una estupidez. El resultado de las últimas elecciones catalanas es la aceptación de que una acción inconstitucional unilateral no es aceptable ni ventajosa. Pero no creo que el nacionalismo vaya a desaparecer. Hace falta que la gente de Cataluña, cuya primera lealtad es hacia España, siga defendiéndola. Y tienen argumentos muy buenos: son uno de los Estados con más éxito de Europa.
¿Es la Constitución el único límite? ¿Sería positivo un referéndum de independencia celebrado legalmente?
Canadá vivió uno así en 1995 en Québec y fue una experiencia cercana a la muerte. Ningún país quiere pasar por algo así, que separa a las familias. Nunca debemos olvidar que en Cataluña hay gente cuya primera lealtad es hacia España y a la que le encanta vivir en Barcelona y que sus hijos crezcan sabiendo catalán. Esta gente con identidades complejas es la que más lástima me da. Los políticos no deberían obligarla a elegir así. Como canadiense les digo que no vayan por ahí. Sería legal, pero no deseable.
Parece que en las próximas elecciones europeas van a oponerse partidos antieuropeos y de extrema derecha y por otro lado la indiferencia hacia la UE de buena parte de los ciudadanos. Usted ha experimentado la deriva autoritaria en Hungría, pues la universidad de la que era rector tuvo que dejar el país. ¿Cómo mira los comicios?
Hay que distinguir entre los partidos de extrema derecha dispuestos a la violencia o a desmantelar la Constitución y los partidos de derecha que juegan según las reglas. No veo una amenaza del primer grupo en Europa occidental. No me gustan los conservadores autoritarios ni sus políticas migratorias, pero son democráticos. Solo puedo esperar que los votantes no los acepten.
En el este es diferente. En Hungría nos vimos forzados a irnos porque hay un régimen que ha minado el orden constitucional de forma deliberada. Ya no es una democracia, es un Estado autoritario de partido único. Pero, salvo en Hungría, no veo una amenaza contra el orden constitucional en los comicios europeos. No me gusta la extrema derecha, pero si juegan según las reglas no se puede hacer nada. Quienes, como yo, no estén de acuerdo tendrán que luchar contra ella en los tribunales y los parlamentos.
Su defensa de «los valores de la libertad, los derechos humanos, la tolerancia y la salvaguarda de las instituciones» ha valido a Michael Ignatieff (Toronto, 1947) el Princesa de Asturias de Ciencias Sociales. Profesor en universidades como Oxford y Harvard, entre 2016 y 2021 fue rector de la Universidad Central Europea. Durante su mandato, el centro se trasladó de Hungría a Austria por el acoso del Gobierno. Fuera de las aulas, en 2006 se implicó en política en el Partido Liberal Canadiense, que lideró entre 2009 y 2011, cuando dimitió tras el peor resultado en la historia de la formación.
Ha escrito mucho sobre política, pero hace poco lamentó que la política está absorbiendo toda nuestra identidad moral. Su última obra gira en torno al consuelo. ¿Por qué?
Ya en 1984 escribí sobre eso. Hay mucho que la política puede hacer para promover la justicia y la igualdad. Pero no puede concederte el derecho al amor, ni consolarte cuando pierdes a tu padre, hermano o cónyuge. Además, las instituciones que solían hacerlo, las Iglesias, sinagogas y mezquitas, están debilitadas. Los que no vamos a la iglesia tenemos que buscar el consuelo en otro sitio. Yo lo he encontrado en la tradición humanista de Occidente, en obras como El entierro del señor de Orgaz, de El Greco. Otros en Cervantes, en la gran poesía de la tradición española, en la música; con frecuencia simplemente en los seres queridos. Hemos encontrado nuevos rituales. No me adscribo a una visión de la vida moderna que dice que estamos despojados de consuelo. Pero sigue siendo verdad que la política no nos puede dar lo que más nos importa. En consecuencia, debemos ponerla en su sitio.
¿En qué sentido?
En este momento, en una España tan polarizada, o eres del PP o del PSOE, y eso es lo que eres. Es una locura; la política no debería definirte completamente. También eres seguidor de un equipo, amante del cine, alguien que va a conciertos o hace labores caritativas. Somos personas complejas y la idea de que nuestras opiniones políticas nos definen en exclusiva es falsa y muy peligrosa.
Buena parte de esas fuentes de consuelo que cita son fruto del humanismo cristiano. ¿Por qué cree que consuelan a no creyentes como usted?
Hay quien piensa que es imposible que un no cristiano obtenga consuelo de fuentes cristianas: o crees o no. No estoy de acuerdo. Hace año y medio fui al funeral de mi hermano, que era ortodoxo ruso. Gran parte fue en una lengua que no entendía, pero me consoló mucho. Me encantaron el ritual, el respeto, los hermosos cantos. Por otro lado, no creo que el cristianismo tenga un partido. Últimamente los partidos de derecha europeos lo están utilizando para decir que son un partido cristiano o que están defendiendo la civilización cristiana. Todo el mundo puede reivindicarse como cristiano, pero no pretendan ser los únicos que pueden definir la civilización cristiana. Además, se olvidan de que el cristianismo es un lenguaje de misericordia y justicia, de bondad con los extranjeros, pobres y excluidos. Es parte central de la tradición europea pero no pertenece a nadie, es demasiado grande y debemos resistir a los intentos de politizarlo.